sábado, 21 de diciembre de 2019

EL PECECITO DE COLOR


Habían pasado unos treinta y pico de años desde que se encontraron en la inmensidad del océano. No habían nacido en las mismas aguas; no habían comido del mismo plancton; no habían tenido las mismas cuevas que explorar; no nadaban con la misma velocidad, aunque avanzaban de manera similar moviendo la cola a ambos lados, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Tampoco tenían una agregación en común, esa reunión de peces sueltos y desorganizados que a menudo contienen diferentes especies. Desde luego, no pertenecían a ningún banco pues eran de especies distintas. En cambio, había algo que los unía: los sentimientos. Ya se sabe que la cognición de los peces y su percepción sensorial están por regla general a la par de las de otros animales. Y eso fue lo que permitió que se conocieran y decidieran  nadar juntos por el amplio mar.

«…El cristal de los acuarios
De los peces de ciudad
Que mordieron el anzuelo
Que bucean a ras del suelo…»

Mientras suena la canción de Sabina, Peces de ciudad, se acuerdan de aquella historia que comenzó hace unas cuantas décadas.  Desde entonces, años y años -como buenos habitantes del mar-  rigiéndose por la ballestilla, el astrolabio y el cuadrante de Davis, mediante el octante y el sextante, para determinar la Latitud; por los meridianos y paralelos para determinar la Longitud geográfica; por la aplicación de las Leyes de Kepler para fijar la hora del reloj de sol o la hora civil de Greenwich mediante relojes atómicos. Durante todo ese tiempo, desafiando al tiempo y a la mar; recorriendo cantidades ingentes de millas marinas; enfrentándose a tornados, huracanes y tifones; eludiendo la sobrepesca diaria; evitando la contaminación marina de  los residuos industriales; sorteando  remolinos gigantes de millones de piezas de plástico y otros residuos.

«Se peinaba a lo garçon
La viajera que quiso enseñarme a besar
En la gare d'austerlitz
Primavera de un amor
Amarillo y frugal como el sol
Del veranillo de san Martín…»

Recordaron como anécdota, la aventura, la narración,  el relato del pececito de color. Aquel que describía los inicios de una comunicación idílica radicalmente opuesta a un diálogo de besugos. El feeling que  inmediatamente se forjo entre ellos, a semejanza de la sensibilidad química por la que se produce el regreso de los salmones a sus ríos de nacimiento para desovar, presagiaba un efecto indefinido en el tiempo que propiciara una relación duradera y complementaria en la vida personal y amorosa. De esta manera comenzaron los atracones en Paco Millet; las habituales concurrencias al cine; las arraigadas asistencias a los pubs, cafeterías, bares y cervecerías de moda; los desembarcos en La Marisquería Ramón; los paseos nocturnos por Las Teresitas, etc.  Como buenos peces, les encantaba todo lo relacionado con el mar. Así comenzó todo:

«Se cuenta que una vez había un pez de hermosos y bellos colores que no creía que los tenía. Había pasado, al sumergirse en el mundo, por una mala experiencia: se había adentrado en una oscura cueva donde dejó de verse a sí mismo: a sus colores. El lindo pez, al verse en aquella oscura soledad, rompió a llorar; las lágrimas enturbiaron sus ojos y dejó de ver sus hermosos y bellos colores. Aunque los tenía, no veía el verde de la esperanza, ni el azul del mar, ni el celeste del cielo, ni el amarillo refulgente del sol, ni el rosa del amor, ni el rojo de la pasión, ni… solo el negro rondaba sus expresivos ojos de pez encantador.

Nadando, nadando, se encontró con otro pez. Un día el pez de color y el otro decidieron nadar juntos por el agua de la amistad. Su nuevo compañero quedó prendado de su belleza multicolor y no comprendía como aquel pez encantador estaba solo, sin admiradores, sin otros peces, o leones, o escorpiones, o toros, o cabras, o cangrejos, o… lo que sea. Tampoco comprendía por qué su hermoso pez no “lucía” sus colores; no “creía” en ellos; no los “valoraba” en su justa medida. Pero una noche que salieron a nadar juntos por las deliciosas, pero turbulentas,  aguas del alcohol, comprendió e intuyo el por qué de la oscuridad de su hermoso compañero de vivos colores. Tal vez lo supo porque él también tenía su mismo problema; tal vez porque su amigo bajo la guardia y se mostró asequible; o tal vez porque terminaron su paseo en la playa como dos buenos peces.

Desde entonces, decidió ayudarlo y ayudarse a sí mismo. Se dijo: «Si pudiera devolverle la confianza perdida y la visión de sus multicolores posibilidades, su hermoso arco iris iluminaría mi vida». Así fue como el pez de color se convirtió en «su patria, su bandera, su segunda piel: el lugar donde quiere volver»

Y cuentan que la historia está por realizarse.

¡Ah, sí! Sólo hay un animal al que éste pez le teme: el canguro. Tiene pesadillas en las que ve como se lleva en su barriga-transporte al lindo pececito de color lejos de él. Cada vez que lo sueña, teme adentrase en una cueva oscura y tenebrosa.»

A partir de entonces, iniciaron una circunnavegación que les ha llevado por los mares y océanos más impredecibles y maravillosos jamás imaginados. El miedo al canguro languideció con el tiempo y dos nuevos pececitos de colores bucean en sus alrededores, braceando en el inmenso mar de la vida que tienen por delante. Entretanto, continúan su periplo mientras siguen  peinando escamas.



viernes, 20 de diciembre de 2019

LA SONRISA

Amaneció lloviendo sobre Aguere. La borrasca que azotaba Canarias descargaba en tromba sobre la Ciudad de los Adelantados. Los chaparrones se sucedían sin solución de continuidad. El repiqueteo de la lluvia no cesaba sobre las tejas que meaban abundantemente convirtiendo la calle en un rio. Miro por la ventana empañada y se encontró con un día gris, plomizo, sombrío. Se frotó las manos, en parte por el frio, en parte por la fruición que le producía pasear bajo la lluvia. Se dirigió alegre y contento, con esa alegría que solo los laguneros encuentran en un tiempo como ese, al cuarto de baño para ducharse. Después de desayunar su tazón de leche y gofio con queso, se encaminó al dormitorio para vestirse adecuadamente y disponerse a dar su paseo mañanero. ¡Como le encantaba lagunear bajo la lluvia!

Se puso los calcetines de lana de ovejas merinas que tanto le gustaban, no sólo porque le ayudaban a mantener calentitos los pies sino porque evitaba que le sudaran en demasía. El jaspeado era su favorito, aunque los tenía negros, grises y marrones. Se vistió con un pantalón  de pana en color beige sin pliegues, con cinco bolsillos que se cierra mediante botón y cremallera, lo que lo convertía en una prenda muy cómoda para pasear. Se enfundó una camisa de color marrón y blanco, estampada a cuadros de corte regular y manga larga con cuello camisero y cierre con botones. El suéter, entrenzado con cuello asimétrico  de color  topo y puño elástico con acabados acanalados. La bufanda, también a cuadros, confeccionada con lana de cordero y con un acabado de flecos finos, muy abrigada. La Trenka de color gris marengo con capucha extraíble y con interior estampado de cuadros. Se calzó unas  chukkas  Timberland confeccionadas en cuero granulado impermeable para llevar los pies secos y protegidos en todo momento. El paraguas, largo de puño de Java, marrón, antiviento y acabado en teflón para repeler el agua. ¡Estaba dispuesto para su paseo mañanero y, mirándose al espejo, lucio su mejor sonrisa!

Abrió la puerta y una boconada de aire fresco y húmedo le llegó al rostro dejándole la cara fría y la nariz roja, a la vez que la lluvia empapaba su cuidado atuendo. Sorprendido, cerró la puerta de golpe y se dirigió al baño para secarse. Volvió a mirar por la ventana y se percató del temporal de viento y agua que caía sobre La Laguna. No se resignaba a suspender su paseo mañanero por la ciudad de sus amores. Contrariado, volvió a intentarlo cuando se percató que el viento amainaba y la fuerte lluvia se convertía en un aguacero. Salió, esta vez con el paraguas abierto, y comenzó a bajar por la calle que parecía más un rio que una vía. Evitando los charcos, saltaba a diestro y siniestro y el paraguas, bamboleado por el viento y sus movimientos al esquivarlos, le servía de muy poco y comenzaba a mojarse. De repente, el viento se volvió huracanado y el aguacero se convirtió en  una tromba de agua que le impedía ver a dos pasos delante de él, mientras se preguntaba si había sido una buena idea dar el paseo.  Un taxi, que venía en su dirección, terminó por convencerlo de lo erróneo de su decisión. Al pasar a su lado levantó tal cantidad de agua que lo empapó de arriba abajo. Acordándose de toda la familia del taxista, y de su mala suerte, dio media vuelta y volvió a su casa empapado como un pollo.

Entró con un humor de perros. Dio un portazo y se dirigió al baño para dejar que el paraguas desprendiera toda el agua acumulada; para que las botas se secaran; para que la ropa, empapada y fría, se escurriera. Abrió el agua caliente de la ducha y se sumergió bajo su cálida caricia para recuperar el tono muscular y el calor corporal. Con bata y en zapatillas se traslado a la cocina para tomarse un reconfortante té con leche y unas pastas de La Princesa. Mientras disfrutaba de la frugal vianda, miraba por la ventana desconsolado por no poder salir; entretanto el viento persistía en empujar la lluvia con tanta profusión contra los cristales que parecía un diluvio. Resignado, decidió subir a la buhardilla donde tenía la biblioteca. Desde allí podía ver llover a través de los grandes ventanales y extasiarse con la vista de la Mesa Mota, siempre y cuando la cantidad de agua y la neblina no se lo impidieran.

Encendió su equipo de música y puso un CD con La Sinfonía del Nuevo Mundo, Nº 9 en mi menor, Op. 95, de Dvorak. Mientras comenzaba a sonar el primer movimiento, Adagio-Allegro Molto, se dirigió a la cristalera y, con las manos en la espalda, miraba embelesado hacia la Mesa Mota. Al cabo de un rato, decidió ponerse a leer. Con el dedo índice de la mano derecha iba recorriendo las estanterías repletas de libros. De repente se detiene en uno y lo saca. Lo había leído en varias ocasiones, al menos recordaba dos. Era una preciosa novela de José Luis Sampedro sobre el eterno problema del amor, La sonrisa etrusca. En su caso le recordaba su primera pasión: el amor de una mujer que ilumino una etapa importante de su vida. Al hojearlo, caen varias fotos de su interior. Se inclina para recogerlas y cuando las tiene en sus manos el corazón comienza a bombear con tanta rapidez, que tiene que sentarse para no perder el equilibrio y desmayarse. ¡Son fotografías de ella!

Recuperado de la sorpresa y con el corazón aún exaltado, mira las fotografías que tiene entre sus  temblorosas manos y, con los ojos vidriosos y el alma compungida, comienza a recordarla. De manera especial se acuerda de su sonrisa, su amplia sonrisa: en todas las fotografías que tenía entre sus manos estaba sonriendo. Era su marca de identidad. Bueno, eso, y sus amplios ojos, sus sensuales labios y sus peculiares dedos. En una de ellas, estaba tumbada en la playa con sus gafas de sol negras, grandes, que ocultaban sus hermosos ojos, pero que realzaban su alegre sonrisa, dejando al descubierto una boca seductora, sensual, erótica, concupiscente, que enaltecía su risueño rostro, enmarcado por una abundante mata de pelo negro que le caía hasta el cuello y la hacía aún más atractiva. Dos pendientes de perlas blancas señalaban, cual faro en una noche de tormenta, la situación exacta de sus sexys orejas que tantas veces besó y a las que tantas veces le susurró su amor. Los hombros, desnudos y carnales, enmarcaban el grácil cuello de una divinidad griega a la que acostumbraba a acariciar con sus manos y con sus labios, recorriéndolo en toda su extensión, hasta llegar a las oídos, produciéndole una sensación erótica indescriptible y que ahora recordaba, vívidamente, su sistema de recompensa cerebral. Era una fotografía de retrato, en blanco  negro, por lo que el resto del cuerpo tenía que recordarlo. ¡Y vaya si lo recordaba! Estuvo un buen rato poniéndose al día con él.

Fuera seguía lloviendo; las gotas de agua resbalaban raudas por los cristales, formando una especie de surco vertical con gotas asimétricas que sugerían mandar un mensaje en Morse. Al fondo, la Mesa Mota parecía jugar al escondite, apareciendo y desapareciendo en medio de la neblina. El viento seguía ululando mientras buscaba un hueco por el que colarse. Se levantó, cogió de la estantería el disco de Sabina, Esta boca es mía y lo colocó en el tocadiscos; situó el brazo en el surco de la segunda canción, Por el Boulevard de los sueños rotos, y se volvió a sentar.

«En el bulevar de los sueños rotos
Vive una dama de poncho rojo,
Pelo de plata y carne morena...»

Recordaba perfectamente que la  foto que tenía delante la había sacado él en el muelle de Agaete. Le gustaba mucho esa instantánea porque reflejaba a la perfección lo que ella era: una diva del Olimpo. Pero no una cualquiera de los doce, no. Era Afrodita, la diosa del amor y la belleza. El retrato era la viva imagen de la deidad, la del Olimpo y la de la canción de Sabina, Frida. Su vestimenta, camisa roja y pantalón vaquero, actualizaban el atuendo de la del Olimpo y la indumentaria de la mexicana. Aparecía mirando a cámara, de cuerpo entero, junto a un charco que la reflejaba, uniendo el cielo con la tierra, el Olimpo con México, lo divino con lo humano. Era un retrato sugerente: aparecía mundana, de pie, con su mochila, sus gafas grandes negras, su colgante de amatista y su amplia sonrisa; encandilada por el sol que, envidioso, pretendía hacerle la competencia. El charco la reflejaba grácil, de revés, etérea; los pies para el cielo y la cabeza para la tierra; la sonrisa, de revés, se insinuaba seductora, sugestiva, ampulosa. La recordaba así: humana y divina, cercana y lejana, grácil y normal, sensual y calculadora.

«Por el bulevar de los sueños rotos
Moja una lagrima antiguas fotos
Y una canción se burla del miedo…»

Se secó las lágrimas. Dejó las fotos sobre la mesa, se acercó a la ventana, puso sus pómulos contra el cristal y cerró los ojos para sentir el frío intenso que atrapaba del exterior,  mientras recordaba al calor de los sentimientos ocultos. Cuando los abrió, las nubes abandonaban la Mesa Mota dejándola al descubierto. La lluvia seguía cayendo cadenciosamente, rítmicamente, armoniosamente, como el pesar que lo había abatido al recordarla. Rememoró viejos tiempos y, en sintonía con la meteorología, se acordó de aquella canción que tanto les gustaba y que solían escuchar mientras se tomaban un ron, ella, y un Gin Tonic, él. Guardó el que estaba escuchando y sacó otro de Sabina, el disco Juez y Parte, concretamente la canción, «Rebajas de Enero» que siempre la habían vivido como propia, como su historia de amor hecha carne, tangible y veraz.

«Huyendo del frí­o busqué en las rebajas de enero
Y hallé una morena bajita que no estaba mal»

Y allí estaba aquella foto que recordaba haberla tomado en el puerto de Valle Gran Rey, por la tarde -después de haber pasado el día tirados en la arena, cogiendo sol y nadando en el mar-,  mientras paseaban por la avenida que iba, desde su apartamento hasta el muelle. El sol, tenue, se ponía en el horizonte, y ella de espaldas al mar lucía su mejor sonrisa, aquella que lo envolvía, lo atenazaba, lo volvía loco, lo dejaba prendido de su belleza y lo esclavizaba sin remedio.

-- «Sácame una foto con el mar de fondo»

Acercó el objetivo para enmarcarla de medio cuerpo y poder atrapar su semblante, destacando de esa manera su enorme sonrisa. La camisa blanca, de cuello redondo amplio  y sin mangas, resaltaba su tez morena tostada por el sol de La Gomera. Sus níveos dientes competían con las blancas perlas nacaradas que adornaban sus orejas. La melena, recogida sobre la trasera de su cabeza, dejaba escapar las puntas que le conferían un aspecto atractivamente desaliñado. Sus gafas negras la protegían del escaso sol y le proporcionaban ese misterioso halo de sensualidad tan característico en ella que explicaba por qué «nos vimos tres veces la cuarta se vino a dormir». De fondo, el Atlántico, de un azul añil, servía de marco incomparable a la vez que realzaba su natural belleza. En ese preciso momento, Sabina, le recordaba repetidamente que

«Apenas llegó se instaló para siempre en mi vida
No hay nada mejor que encontrar un amor a medida
Apenas llegó se instaló para siempre en mi vida
No hay nada mejor que encontrar un amor a medida»

No llegaba a comprender qué les había pasado. Por qué habían terminado distanciándose de esa  manera. Cómo era posible que hubiera pasado tanto tiempo sin tenerse, sin sentirse, sin amarse. Sobre todo, no entendía cómo era posible que todavía la quisiera, la echara de menos, la sintiera tan lejos y tan cerca. A qué se debía esa desazón cada vez que la veía aunque fuera en fotos. Por qué insistía en ir a la Recova por ver si se encontraba con ella. Cuál era la causa de haber perdido a su «princesa de la boca de fresa», como le gustaba llamarla.

«Maldito sea el gurú
Que levantó entre tú y yo un silencio oscuro»

Sobre la mesa había otras fotografías.  Se fijo en una sacada en el muelle de Garachico. Entonces, se dio cuenta que todas ellas tenían el mismo denominador común: estaban hechas en algún muelle de las islas. Y enseguida cayó en la cuenta: ¡ella era el puerto seguro al que siempre quiso arribar!



viernes, 28 de junio de 2019

CORPUS CHRISTI LAGUNERO

Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Repetía ese refrán, que de niño había aprendido de su madre, mientras recorría el corto espacio que había entre la plaza del Doctor Olivera, donde acababa de almorzar en uno de los locales de moda, hasta la Plaza de la Concepción para, en la esquina de la calle de la Carrera con la de Antonio Zerolo, comenzar el recorrido de las alfombras del Corpus Lagunero que, desde que el ministro Manuel Chávez firmara el Real Decreto 1346/1989, se celebraba en domingo. Hacía muchos años que no asistía al Corpus, tantos como los que hacía que no se celebraba en jueves. El fin de semana era para descansar en el sur y relajarse tomando el sol. Pero éste domingo de junio decidió quedarse en la vieja Ciudad de Aguere.

Pensando en ello estaba cuando se percató de la cantidad de “pasillos” que había y de lo largos que eran, entre alfombra y alfombra, o por mejor decir, de la escasa cantidad de alfombras que veía. Incluso eran “pasillos” sin vida, apagados, de virutas, casi por “imperativo legal”, para no dejar zonas sin cubrir. Además, la inmensa mayoría de las alfombras estaban confeccionadas con sal y otros materiales teñidos. Las flores, brillaban por su ausencia. Y cuando se veía alguna que aportaba unos pétalos, unas támaras, unas flores de bejeque, brezo fino o algún capullo de rosa, se notaba la diferencia, hasta el punto que las personas se detenían a disfrutarlas, sacarles fotos y comentarlas. Aún así, valoraba en su justa medida el esfuerzo realizado por los alfombristas: comunidades parroquiales, cofradías, centros educativos, grupos de scout, seminario diocesano, entidades privadas, centros culturales y recreativos, Ayuntamiento, etc. De entre todas, le gustó especialmente la elaborada por el Ceip Camino de la Villa que semejaba el tronco de un árbol con sus ramas cuyas hojas eran trabajos realizado por los alumnos y alumnas.

Decidió ponerse los cascos y escuchar música acorde con la festividad y el recorrido de las alfombras. Comenzó a sonar el Ave Verum  Corpus de Mozart y su imaginación se puso en movimiento. Recordaba sus años de alfombrista cuando las calles aún no eran peatonales, cuando se usaba el pretil de las aceras para sentarse a descansar y el portal de las casas para almacenar los  materiales con los que confeccionar  los efímeros tapices. Evocaba los días previos a la confección de las alfombras afanándose en recoger todas las flores necesarias para su elaboración: las rosas, claveles, agapantos y dalias, se las pedían a los vecinos; las támaras, el brezo fino y teñido, a los trabajadores del Ayuntamiento; las flores silvestres, las inflorescencias de los bejeques y los musgos, lo recogían de la fértil vega y las laderas de la Mesa Mota.

Empezaba el Pange Lingua Gloriosi cantado por el coro de monjes benedictinos del monasterio de Santo Domingo de Silos cuando rememoró las noches previas al Corpus: algunas calurosas, otras agradables pero la mayoría frías. Recordaba con autentica fruición las viandas que entre todos aportaban para hacer más llevadera la noche: dulces variados de La Olivera, en la esquina de La Carrera con Núñez de la Peña;  laguneros de la Dulcería La Catedral, en la esquina de San Juan con La Carrera; perros calientes de Casa Peter, en la esquina de San Agustín con El Remojo; alguna botella de “vino con vino”, escondidas en el portal de la casa entre las sacos de materiales, de Artillería, en la plaza del doctor Olivera; bocadillos de tortilla, embutidos o jamón serrano que cada uno aportaba de su casa; el chocolate caliente y los churros para la amanecida que unos traían del Mercado Municipal en La Plaza del Adelantado y otros del Buen Paladar, en la calle Tabares de Cala.

Comenzó a escuchar el himno compuesto por Santo Tomás de Aquino, Adoro te devote, en la voz de los monjes del Monasterio de San Benito, cuando doblaba la calle  La Carrera con la Plaza del Adelantado rumbo a la Calle del Agua.  El ajetreo que se vivía en la plaza alrededor de un ventorrillo de la Cruz Roja, le recordaba el trajín de las noches en la confección de las alfombras donde, grupos numerosos alrededor de cada tapiz se afanaban por cumplir su misión: unos dibujaban en el asfalto las  líneas maestras del boceto; otros colocaban en los laterales los sacos con los materiales; algunos delimitaban las zonas, entre alfombras, con brezo picado; varios daban órdenes, opinaban, se reían y montaban la algarabía; todos colaboraban para que la empresa fuera amena y eficaz. En medio de éste trajín, el bosquejo, esa idea primera en la intención pero última en la ejecución, iba tomando cuerpo. Bien entrada la noche, después de haber dado cuenta de las viandas para cenar, cuando el cansancio y el frío comenzaban a hacer mella, se producía la peregrinación hacia el interior de los portales para echar un buen trago de “vino con vino” con algunos maníses y recuperar el ánimo para seguir aguantando la madrugada.

En la Calle San Agustín se detuvo frente a la Casa Salazar, sede episcopal de la Diócesis Nivariense, dónde el Seminario Diocesano plantaba su alfombra. Recordaba que solía ser una de las más elaboradas, cuidadas y con mensajes acordes a la festividad litúrgica y al lema de cada año. En ese instante, el Panis Angelicus  en la versión del King’s College deleitaba sus oídos. Era una alfombra muy visitada por todos los grupos por su concienzuda elaboración, por estar confeccionada únicamente con flores y por su acabado impecable, ya que cuidaban todos los detalles estéticos y marcaba la pauta del tiempo de elaboración. Muchos alfombristas cronometraban el tiempo invertido y el que faltaba para acabar sus alfombras comparándolas con el estado de desarrollo de ella. El mismo se acordaba de visitarla varias veces durante la noche para seguir su progreso y poderla contrastar con la de su grupo. Trabajar, visitar, comparar, avanzar, era todo un ritual que se repetía cada año durante toda la jornada. Una de las cosas que más le gustaba era la conservación de la alfombra una vez acabada para que se mantuviera fresca y lozana hasta el momento de la procesión. Para evitar que el viento hiciera mella  en el tapiz o que el calor agostara los pétalos, flores y musgos, se cargaba a la espalda una fumigadora-mochila de bombeo manual y las pulverizaba de cuando en cuando para mantenerlas en perfecto estado.

         Por la tarde, cuando la procesión salía de La Catedral, todo el recorrido se convertía en una gran alfombra sacramental compuesta por innumerables tapices llenos de historias individuales y repletas de esfuerzos, anécdotas y camaradería. La efímera obra de arte en que se había convertido su alfombra cumplía el cometido para la que fue creada: embellecer las calles para el paso de la procesión del Santísimo Sacramento.


jueves, 20 de junio de 2019

MÁS ÉTICA Y MENOS MATEMÁTICAS EN POLÍTICA.

Leer la prensa, escuchar la radio o ver la televisión se está convirtiendo estos días en un ejercicio de paciencia. Lo mismo pasa con las redes sociales. Los reportajes predominantes en todas ellas son las noticias políticas. Más bien las noticias derivadas de la política. Y es que los resultados de las últimas elecciones municipales, autonómicas y al Parlamento Europeo, lejos de convertirse en la fiesta de la Democracia, se están convirtiendo en la decepción de la Democracia. Los pactos, contrapactos, deserciones, transfuguismos, etc., son la última hora en los medios de comunicación. La política se ha convertido en un terreno yermo para la ética: las ideas, los valores, los programas han dejado paso a las cábalas matemáticas, a las pasadas de factura, a las medias verdades, a los intereses personales y partidistas.

En Platón la ética no es objeto de un tratado específico. En sus obras Menón o El Banquete, el verdadero bien del hombre, la felicidad, habrá de alcanzarse mediante la práctica de la virtud. Aseguraba que la ética era la armonía entre las tres partes del alma si cada una de ellas actuaba con su virtud correspondiente y se sometían a la razón, logrando así la justicia en el individuo. De manera semejante, en obras como la República, Político o Las Leyes el objeto de la filosofía política es la armonía de las tres partes de la sociedad para lograr la justicia social. Ética y política son indisociables en Platón. La democracia era para Platón la segunda peor forma de gobierno por detrás de la tiranía. Las razones que aducía eran, por un lado, la pérdida absoluta del sentido de los valores y de la estabilidad social y, por otro, fue la democracia ateniense la que condenó injustamente a su maestro Sócrates. Está clara la disociación existente entre ética y política.

¿No está ocurriendo lo mismo ahora? En el momento en que  las noticias nos hablan de que “el partido” les abre expediente, incluso de expulsión,  a unos concejales por no haber votado según sus instrucciones cuando, en realidad, esos concejales actuaron siguiendo las directrices que ese partido había promulgado durante la campaña electoral, pero que en éste caso no le convenía seguir al partido por intereses cruzados con otros pactos, ¿no estamos ante la pérdida absoluta del sentido de los valores y de la estabilidad social que ya denunció Platón? ¿No se están cargando los partidos, mediante el incumplimiento de sus promesas electorales, por un lado,  y los  intereses pactistas, los cálculos matemáticos y la avaricia de poder, por otra,  el prestigio de la Democracia?

Para Aristóteles la ética y la política estaban estrechamente unidas. En sus obras Ética a Nicómaco y Política desarrolla ésta idea afirmando que la ética  tiene como objetivo alcanzar el fin propio del hombre al que se dirigen todas sus actividades, es decir, la felicidad; por su parte la política trata de buscar la felicidad de un conjunto social.  Como quiera que el hombre es un ser sociable por naturaleza, la felicidad del individuo está indisolublemente unida a la felicidad de la polis por lo que la ética es, en realidad, una parte de la política y está supeditada a ella: la felicidad de la sociedad es más importante que la del individuo.

¿Y qué decir de aquellos partidos que afirman una cosa repetidamente, machaconamente, pero que después hacen todo lo contrario? Las redes sociales están llenas de frases como “cordón sanitario”, “bajo ningún concepto pactaré con fulano”, “somos el partido de la regeneración”, “la lista más votada debe gobernar” y un largo etc. Sin embargo, los cordones sanitarios sólo se aplican en aquellos casos donde la suma no me ofrece ninguna posibilidad de gobernar, pero en aquellos otros en los que sí puedo arañar poder no los aplico en aras del bien común y de la gobernabilidad; las listas más votadas gobernaran, sí y sólo sí son las de mi partido; lo de que no pactaré con fulano se explica diciendo que nunca dije que no íbamos a hablar; lo del partido de la regeneración sólo se aplica para abrir expedientes a aquellos díscolos miembros del partido que no siguen los calculados intereses de cuotas de poder y desobedecen las chirriantes órdenes de pactar con aquellos partidos supuestamente corruptos. Evidentemente, esa felicidad del individuo de la que hablaba Aristóteles, que estaba intrínsecamente unida a la felicidad de la polis por esa conjunción indisoluble entre la ética y la política, brilla  por su ausencia en nuestra actual Democracia.

Kant en obras tales como Ideas para una historia universal en clave cosmopolitaLa paz perpetua, La metafísica de las costumbres o ¿Qué es la Ilustración?, expone su pensamiento político dominado por los ideales de libertad, igualdad y valoración del individuo. En sus obras Fundamentación de la metafísica de las costumbres y Crítica de la razón práctica, expone su doctrina ética donde adjudica al individuo, en cuanto sujeto moral, la capacidad de convertirse en legislador de lo moral de  manera autónoma, dando paso a la ética formal basada en el Imperativo categórico. Por tanto, la actividad política del ser humano se funda en el carácter formal de la ética. Las distintas formulaciones del Imperativo Categórico resumen los mandatos morales y ordenan las acciones que son buenas en sí mismas y no por constituir meros medios para conseguir algo. Una de ellas dice,  “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”.

A ver cómo le explicamos a un votante cuyo grupo político ganó en votos y concejales en su municipio que la dirección del partido le pida que deje gobernar a otro en su lugar para que éste le apoye en otro municipio o en una institución de ámbito insular o autonómico. Y esto se agrava con los llamados “pactos en cascadas” cuya esencia son las cábalas matemáticas. Estamos utilizando a las personas como medios para conseguir unos fines diferentes al voto del ciudadano. Incluso se puede dar el caso que la persona vote a partidos diferentes en instituciones diferentes y que en ambos casos gane su elección preferida pero que, por los cálculos matemáticos y las consignas de las  direcciones de los partidos, no gobierne en ninguna de las dos instituciones. El voto es el nexo que vincula al gobernado con el gobernante;  es una forma activa de confianza que el ciudadano otorga a un candidato, partido o grupo político: al depositar su confianza, el elector espera no ser defraudado y no ser utilizado como un medio para otros fines diferentes al sentido de su voto. Pero las cábalas matemáticas  están convirtiendo las votaciones en la crónica de una frustración anunciada.

Jürgen Habermas, a partir del ideal kantiano del uso público de la razón, en su obra Teoría de la acción comunicativa, trata de hallar los recursos teóricos y prácticos con los que los individuos podrían explicar el mundo que les rodea y encontrar un lugar en el discurso público. A partir de aquí, la concepción de democracia deliberativa, como expresión de los principios con que la ética del discurso busca apuntalar el paradigma de la comunicación humana, la cimenta en la cooperación social. De esta manera, el paradigma de la ética del discurso se convierte en un corolario práctico-moral de la teoría de la acción comunicativa. Así pues, ética y política son conceptos inseparables donde la ética discursiva  adopta, en política,  la forma de democracia deliberativa.

El problema radica en que algunos políticos confunden la ética del discurso con la verborrea del alegato y la acción comunicativa con las diatribas discursivas. ¿Cómo se puede apelar a pactos y entendimientos, a avenirse y convenir, si el discurso carece de las más elementales consideraciones éticas? Cuando el discurso es despectivo con alocuciones tales como “sanchismo”, “bilduetarras”, “derechita cobarde”, “podemitas”, “veleta naranja”, “golpistas” y un largo etc., no se puede pretender que nos encontremos ante una democracia deliberativa. Y lo peor del caso es que se lo creen en un alarde de cinismo o de ignorancia supina. Si el partido A pacta con el partido B, a sabiendas que el partido B pacta con el partido C, para la misma institución, el partido A está pactando de facto con el partido C, porque sin los votos de éste último el pacto no saldría: es pura propiedad transitiva. Después elaboran un discurso  falaz sobre la diferencia entre pactar y hablar: porque, claro, cuando se pacta no se habla y cuando se habla, se dialoga de todo menos de pactos.

            Lo que están consiguiendo es que la gente acabe hartándose de la Democracia; que los votantes terminen por aborrecer la política; que el espacio público se convierta en un lugar indeseado y menospreciado por la ciudadanía. Por ello, debemos hacer un esfuerzo por comprender que la política es indisociable de la ética para no perder el sentido de los valores y de la estabilidad social; que la naturaleza social del hombre exige el desarrollo ético de lo público para conseguir la felicidad; que la actividad política debe estar presidida por imperativos éticos enfocados al bien común; que la democracia exige el dialogo constante basado en una ética del discurso que destierre las cábalas matemáticas y los intereses partidistas. En definitiva, que haya más ética y menos matemáticas en la política. 



sábado, 15 de junio de 2019

ELECCIONES Y PACTOS. 32 AÑOS DESPUÉS ¡SEGUIMOS IGUAL!


        El 18 de junio de 1987 publiqué en el periódico El Día un artículo titulado “Reflexiones electorales”. Se habían celebrado  elecciones Europeas, Municipales y al Parlamento de Canarias. Igual que en las elecciones de hace mes y medio. Algunos partidos ya no existen, otros han cambiado de denominación y otros nuevos han emergido. Los pactos que entonces se hicieron se parecen mucho a los que actualmente se están produciendo. Después de 32 años no hemos aprendido casi nada: seguimos votando a unos partidos confiados en que cumplan sus programas y luego hacen lo que les viene en gana pactando, no por afinidad ideológica, programática o de interés común, sino en virtud de intereses partidistas, tales como poder, dinero o influencia.

El caso más paradigmático es el que acaba de salir en la prensa: Coalición Canaria -con 20 escaños- le ofrece la Presidencia de Canarias al Partido Popular -con 11 escaños-. ¡El segundo partido en número de escaños le ofrece al tercero la Presidencia del Gobierno!, a cambio de que el PP revierta los pactos insulares y locales alcanzados con el PSOE para desplazar del poder a CC. Aún así las cuentas no salen y deben incorporar a ese pacto a Ciudadanos -con 2 escaños- y a la Agrupación Socialista Gomera –con 3 escaños-. Por su parte Cs debe levantar el veto a Fernando Clavijo imputado en el caso “Grúas”, cosa que a la vista de los pactos de la formación Naranja con VOX, a nivel peninsular, no es descartable;  por su parte,  a la ASG, en palabras de su presidente Casimiro Curbelo, le “da igual” pactar con unos que con otros siempre que se respete a La Gomera –eufemismo de cuotas de poder-  ya que "las ideologías y los bloques no tienen importancia".

Éste es el artículo de 1987. Comparen y decidan si hemos avanzado o no. La próxima semana será clave. Veremos lo que pasa.

«El pasado doce de junio entré en un bar de Santa Cruz para refrescarme con una caña y poder soportar el sofocante calor que nos hacia sudar la gota gorda. La caña estaba realmente fría, aunque lo que me dejó verdaderamente helado fue una conversación que dos amigos tenían a mi lado. Por lo que pude escuchar, se llamaban uno Chávez y el otro Andrés. El tema en cuestión era el de las elecciones. Comentaban que el resultado haría ingobernable Canarias. Andrés, el que estaba más cerca de mí, afirmaba que había una solución y era la de los pactos: PSOE-AIC; PSOE-CDS; CDS-AIC-AP. El tal Chávez parecía “entender” más de política  y comenzó a especular con cada una de las opciones. Fue en este momento cuando la caña comenzaba a refrescarme. Mi sorpresa fue mayúscula cuando escuché los argumentos que empleaba para justificar los pactos. El pacto CDS-AIC-AP no le parecía bueno porque entendía que no era “natural” por tener que decidir varios partidos y, sobre todo, porque tanto el CDS como AP habían sacado su mayoría de votos en Gran Canaria. El pacto PSOE-CDS sería malo, esencialmente, por lo mismo: ambas formaciones eran mayoritariamente elegidas en la provincia hermana. Por fin, y aquí ya me quedé helado, afirmaba el tal Chávez que el mejor pacto era el del PSOE-AIC, porque así Tenerife tendría mayoría y sería ideal gobernar Canarias tinerfeños desde Tenerife y por Tenerife.

Hasta aquí la conversación que escuché en aquel bar. A partir de ese momento comencé a reflexionar sobre ella. La primera idea que me aflora es la de Canarias: Hierro, Lanzarote, Gomera, Fuerteventura, La Palma, Gran Canaria y Tenerife. La segunda idea es la gobernabilidad de la Comunidad Autónoma desde donde toque y por los que el electorado disponga. La tercera idea es la de respetar las promesas electorales y ser coherentes con la naturaleza de los partidos.

Primero. Canarias. Ya es hora de tomar conciencia de la importancia de ser Comunidad Autónoma y no provincias litigantes. Unidos, como canarios, conseguiremos más. Parece mentira que desde los medios de comunicación  se nos bombardee sutilmente con pseudonacionalismos insularistas que no hacen sino minar el gran proyecto histórico de nuestra Comunidad Autónoma Canaria. Nuestro proyecto autonómico exige y supone un gran esfuerzo para no caer en las siempre fáciles provocaciones insularistas. Nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI, tenemos el deber de fortalecer nuestro reto histórico: Canarias.

Segundo. Gobernabilidad de Canarias. Según nuestro Estatuto de Autonomía, Canarias se gobierna alternativamente, desde la sede en Las Palmas de Gran Canaria y la sede en Santa Cruz de Tenerife. No hay más. Querer ver más de lo que hay es buscarle los tres pies al gato. En esta legislatura la sede de nuestro presidente estará en Santa Cruz de Tenerife. ¿A qué vienen frases como “gobernar Canarias tinerfeños, desde Tenerife, etc.? Lo de menos es desde dónde y, muchísimo menos, por quién, siempre que sea elegido democráticamente por nosotros. Por eso me extraña tanto esfuerzo por hacer pactos contra natura buscando no la gobernabilidad de Canarias basada en el respeto a los electores, sino los intereses  mezquinos y sectarios del viejo pleito insular.

Tercero. Respeto a las promesas electorales. De las dos premisas anteriores  sale una lógica conclusión: Canarias debe ser gobernada desde donde toque por quienes sean elegidos democráticamente y con respeto a los electores. Basados en esta conclusión, ¿cómo es posible hablar de un pacto PSOE-AIC? Son fuerzas antagónicas. ¿Qué pensaría el elector de AIC que votó dicha fuerza esperando ver cumplidas las promesas acerca de la Ley de Agua o la del Cabildo, si dicho partido se coaliga con el autor de las mismas? Y viceversa. Si con éste pacto se consigue, según mis compañeros de barra, gobernar Canarias desde Tenerife por tinerfeños, ¿no sería, en primer lugar, ir contra el espíritu de nuestra Comunidad y, lógicamente, un fraude electoral? Porque AIC, que lo diga el señor Mardones, no obtuvo todos los votos en nuestra isla, sino en el Hierro, en Lanzarote, etc. Por lo tanto, los pactos deben ser con los partidos doblemente afines, por ideología y por  intencionalidad del voto del electorado que, desgraciadamente, es el que menos cuenta.

Estas son mis reflexiones “superconfidenciales” que brindo a todo el pueblo canario, intentando con ello darles un antídoto para el veneno insuflado sutilmente en nuestras voluntades con el fin de obnubilar nuestras ideas de formar una Comunidad Autónoma Canaria que olvide el viejo pleito insular. Ante todo esto, cuidado, canario.»



miércoles, 12 de junio de 2019

40 DE MAYO

           Amanecía el 9 de junio sobre la ciudad de La Laguna. Durante la noche el viento no cesó de soplar y el agua caía repiqueteando sobre las tejas de la casa desde altas horas de la madrugada. Abrió la ventana de su cuarto, una especie de  buhardilla que se asomaba a la calle, y tuvo que cerrarla inmediatamente porque el fuerte viento empujaba con fuerza las gotas de agua en su interior. El fresco lagunero lo espabiló y con gesto contrariado por el viento pero contento por la lluvia se dispuso a prepararse el desayuno. La primera comida que se toma en el día debe ser consistente por eso acostumbraba a tomarse una taza de leche con gofio y queso. Metódicamente, con un ritual que cada mañana llevaba a cabo, fue poniendo dentro de la escudilla trozos de queso semicurado, los cubrió con gofio de trigo y millo que adquiría en La Molineta, que desde 1866 ofrecía los productos de su molienda en la calle  Núñez de la Peña para, finalmente, añadirle  leche y comenzar a revolverlos hasta conseguir el punto cuajado de leche y gofio que tanto le gustaba.

            Fuera el viento dejó de rugir y la lluvia cedió el paso al sirimiri. Se abrigó convenientemente, anudó la bufanda al cuello, cogió el paraguas y salió a dar su paseo mañanero. Al abrir la puerta de la calle el fresco lagunero invadió su rostro y alegró su alma. Sonrió, inhaló el aire frío, abrió el paraguas y comenzó a caminar calle arriba hacia la Plaza del Adelantado. Mientras subía por la calle Molinos de Agua, alejado de la pared del viejo Seminario para evitar los charcos,  pensaba en lo acertado del refrán que decía hasta el 40 de mayo no te quites el sayo; y si vuelve a llover, vuélvetelo a poner. Ensimismado sobre lo acertado del refranero español no se dio cuenta que Don Jacinto, asomado a la ventana de su casa en la calle Santo Domingo por encina del callejón de la Amargura, le daba los buenos días y, con la misma frase que siempre empezaba cualquier conversación le decía, “¿no es verdad, Alemán, que el tiempo está loco?”.

Entablaron una conversación intrascendente sobre el tiempo y sus veleidades. Don Jacinto pontificando desde su atalaya lagunera, la ventana canaria sencilla y funcional de madera de tea, de pino canario antiguo, formada por unos maderos largos y por otros cruzados de tamaños regulares que descansaban sobre un muro en cuyo interior se adosaban dos asientos que servían para sentarse a tomar el café, para leer con la luz natural o para mirar al exterior y conversar; era una ventana de guillotina tradicional con los cristales incrustados en unas varillas finas que se aprovechaban para dejar pasar la luz y que, al ser móvil,  don Jacinto gustaba  bajar la parte superior para apoyar sus brazos sobre ella y sacar su cabeza al exterior. Abajo, en la acera, después de tan intrascendente y breve conversación se despide con un “hasta luego” y se aleja en dirección a la Plaza del Adelantado.

Cruzó la plaza rodeando la fuente de mármol de estilo neoclásico y origen marsellés  situada dos escalones por encima del nivel de la misma, compuesta por cuatro elementos o cuerpos superpuestos coronados por un ánfora. Se dirigía al bar situado en la acera opuesta cerca de la esquina con la calle del Agua donde tenían, a su entender, el mejor café de La Laguna. Lo regentaba una señora de avanzada edad muy simpática que gustaba contar anécdotas y comentarios laguneros de lo más enjundiosos. Después de tomarse su cuota mañanera de café y de escuchar algunos chascarrillos laguneros puso rumbo a la Plaza de los Remedios por el callejón de la Caza hasta que llegó al Ateneo para leer el periódico y gozar de un rato de tertulia amena y distendida. Con toda seguridad el tema central sería el tiempo que estaba empeorando por momentos, volviendo el viento a hacer acto de presencia, bamboleando los altos ejemplares de palmeras centenarias de la plaza de la Catedral.

El reloj de la Catedral marcaba las doce y cincuenta minutos. “Bueno, señores, me despido hasta mañana. Acaba de dar la una por el reloj de la iglesia” –todo el mundo sabía que dicho reloj atrasaba diez minutos-. Se levantó, se pertrechó para hacerle frente al viento y la lluvia y salió rumbo al Tanque Abajo por la calle La Carrera hasta el Ayuntamiento para luego bajar por la calle Consistorio. A esta hora solía tomarse el aperitivo en Casa Telesforo, una casa de comidas que se había inaugurado  en 1930 y que seguía manteniendo el sabor de la tradición y unas potas en salsa con papas arrugadas con vino de La Victoria que quitaban el hipo. Después de jincarse un par canario de vasos de vino y dar cuenta del plato de potas con papas arrugadas se dirigió a su casa cruzando desde la Plaza de San Cristóbal a la calle Santo Domingo y bajando por Molinos de Agua.

            El día seguía desapacible, la pared de piedra del Seminario viejo destilaba agua dando vida a los Bejeques y musgos de sus grietas y cubriendo de charcos la carretera. La montaña de San Roque estaba cubierta por un manto de niebla y el Barranco de Gonzaliánes comenzaba a llevar su ración de agua rumbo al Barranco de Santos en Santa Cruz. A pesar de ello regresaba contento a su casa. No había nada como un paseo por la Ciudad de La Laguna y si estaba lloviendo, mejor. El aire fresco de la Vega lo despertaba, lo animaba, le ayudaba a evocar viejos tiempos, anécdotas, amigos, amores. 


martes, 11 de junio de 2019

¡HOSTIA!.... PERO SI SON ¡HOSTIAS!

                   Hacía mucho tiempo que no frecuentaba esa zona de La Laguna. Solía pasar en ocasiones camino de Lemus para comprar algún libro u hojear las últimas novedades pero no a tomarse un cortado, unas copas, unos vikingos o de tertulia con los amigos. Pero ese día fue al Centro de Profesores, en la Avenida Ángel Guimerá Jorge, para recoger algunas certificaciones de cursos, charlas y trabajos realizados en los últimos años académicos. Cruzó por el paso de peatones, con mucho cuidado de que no hubiera ningún tranvía por las cercanías, y atravesó el Campus Universitario entre el Colegio Mayor San Fernando y el Edificio Central para desembocar en la calle Pedro Zerolo y subir hasta la calle Heraclio Sánchez. Mientras caminaba por la acera de la antigua Escuela Normal de Magisterio de La Laguna se percató que la mayoría de los bares que frecuentaba en su etapa de universitario habían desaparecido y en su lugar habían abierto negocios de copistería, peluquería, venta de motos, Telepizza, cafetería-zumería y muchos locales con el cartel se vende o se traspasa.

            Sumido en estos pensamientos llegó a la altura del Bar La Tropical y se le iluminó el semblante, avanzó unos pasos hacia delante para ver si existía el Benjamín y se congratuló de su presencia aunque estaba cerrado. Volvió sobre sus pasos y entró en  La Tropical. Se acomodó en la mesa que ocupaba el lugar donde solía sentarse antaño y pidió una Premium de Tropical. Se la sirvieron con unas aceitunas verdes aliñadas. En la mesa de al lado había un grupo de unas siete personas y dos chicas se encontraban en la barra frente a él. Recordó que en sus tiempos la afluencia de parroquianos era inmensa y había que estar al quite para conseguir una mesa o, en su defecto, un taburete en la barra. Mientras saboreaba la cerveza y se entretenía con las pipas en la boca comenzó a recordar algunos de aquellos momentos vividos en sus años de universitario; algunas de las conversaciones mantenidas en esa misma mesa; anécdotas casi siempre protagonizadas por los mismos compañeros; amores fugaces con alguna compañera de clase o de Facultad; charlas encendidas sobre el momento político de la época.

            Corría la segunda mitad de la década de los setenta. España entera estaba inmersa en los acontecimientos ocurridos en la transición hacia la democracia. Canarias no estaba al margen. Y La Laguna, sede universitaria, tampoco. Recordaba como a finales del año 1976 se había generado un revuelo general acerca de la muerte del joven Bartolomé García Lorenzo, a quien confundieron con el Rubio, el alias de Ángel Cabrera Batista, delincuente grancanario al que se condenó por el secuestro y asesinato del industrial Eufemiano Fuentes y que fue asesinado por las fuerzas de seguridad. Un año después, seguían las  protestas generalizadas de los trabajadores portuarios, los empleados del transporte, del sector del tabaco, etc.  a las que se unieron los estudiantes. Recordaba las barricadas que se montaron, una en la Cruz de Piedra y otra en la avenida de La Trinidad, donde los estudiantes tuvieron enfrentamientos con la Policía Armada.  Varias personas resultaron detenidas en la calle Heraclio Sánchez. La Laguna quedó completamente paralizada.

            Lo noticia trágica había ocurrido en el Campus Universitario donde los estudiantes se habían refugiado por la acción de la Guardia Civil. Los estudiantes lanzaban piedras e increpaban a la policía y estos respondían con balas de goma. Sobre las tres de la tarde varios jeeps de la Guardia Civil entraron en el Campus y comenzaron a disparar indiscriminadamente contra los estudiantes que huyeron alocadamente por las escaleras que dan acceso al edificio  central. Una bala alcanzó a Javier Fernández Quesada, estudiante de 2º de Biología, natural de Las Palmas de Gran Canaria, y lo mató en el acto. Se armó un revuelo mientras las balas impactaban contra la fachada. Fueron unos días muy duros y tristes. Recordaba como el ambiente era muy tenso, se sucedían las asambleas, se suspendían clases, se confeccionaban pancartas, se pintaban las paredes con lemas antifascistas, se sucedían las manifestaciones.

            Recordaba una anécdota que le había pasado a un compañero de Facultad natural de La Laguna, del Barrio del Timple. Había sido monaguillo de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, junto al Seminario Viejo, al lado de Correos. Don Sixto, el Párroco, le había encargado que se acercara a las Claras para comprar hostias, grandes y pequeñas, que se le estaban agotando. Javier, que así se llamaba su compañero, puso rumbo por la calle del agua hacia el Convento de Santa Clara de Asís y de San Juan Bautista, para llevar a cabo su encargo. Al salir del convento con su cartucho de hostias y mientras se comía unos “recortes” que las monjitas siempre le regalaba, peleándose con su paladar que se empeñaba en atrapar los menudos trozos ensalivados, puso rumbo por la calle San Agustín hacia el estanco Penedo, en la calle Juan de Vera,  porque tenía que comprar unos papeles timbrados. Al salir se dirigió a la fotocopiadora de Mateo en la calle Heraclio Sánchez que tenía encargados unos apuntes.

Al pasar por la plaza de la Catedral notó una presencia excesiva de Policias con varias “lecheras” aparcadas en la calle de la Carrera. Cruzó rápido por el túnel que desembocaba en la calle Herradores y corriendo, con el cartucho de hostias abrazado contra su pecho, se dirigió hacia el túnel del Aguere. Los grises sospecharon de aquel joven que corría con un paquete escondido y le dieron el alto. Lo acorralaron y lo empujaron contra la pared, mientras un policía  blandiendo con la mano derecha una porra lo amenazó mientras le gritaba,

- “¿Qué llevas ahí?”

-“Nada”, balbució ininteligiblemente.

-“¡Cómo que nada!”, le gritaba enfurecido el policía.

-“Hostias”, acertó a decir.

-“¿Hostias? A ti sí que te voy a dar un par de hostias”

Y quitándole violentamente el cartucho lo rompió y lo tiro al suelo. Todo el piso se lleno de hostias, grandes y pequeñas. Sólo le faltaba llorar del miedo que tenía. La cara de los policías era un poema al ver todo el suelo regado de hostias. Durante una eternidad que duró unos segundos se hizo el silencio. De pronto el policía reaccionó y dijo,

- “¡HOSTIA!.... pero si son ¡HOSTIAS!”

Uno de los policías lo agarro del brazo y le dijo “sal de aquí cagando leches”. Javier se inclinó para recoger las hostias y le volvió a gritar, “¡cagando leches!”. Se levantó y no paró de correr hasta que llegó a la Iglesia.

            Comenzó a reír y soltó una carcajada recordando la anécdota de las hostias. Los integrantes de la mesa de al lado se volvieron sorprendidos. Se llevó la botella a la boca para saborear un trago de cerveza y notó que una de las chicas de la barra lo miraba insistentemente. Le mantuvo la mirada y ella le guiño un ojo. Casi se atraganta y, tras beberse el trago que tenía en la boca, sólo atinó a decir, ¡hostias!


jueves, 6 de junio de 2019

EL CAMINO LARGO


Salía del casco urbano de la Ciudad de  los Adelantados atravesando la calle Rodríguez Moure caminando por el centro de la antigua calle del Remojo no por la acera. Al llegar a la Avenida de la Universidad, antiguo Camino Largo, en la confluencia de las calles Silverio Alonso, Rodríguez Mou­re y Cabrera Pinto, comenzó a contar las palmeras a izquierda y derecha del único trecho en el que la rambla central está  abierta a la circulación. En este primer tramo, que va desde dicho punto  hasta una pequeña glorieta circular empedrada  con una farola central, en la confluencia de las calles Quintín Benito y la Avenida Tabares Bartlet, contó 12 Palmeras a la izquierda y 12 a la derecha.

Era un paseo que acostumbraba hacer a diario. Desde hacía muchos años. Tantos que le costaba recordar detalles y anécdotas de cada uno de ellos. De pronto se encontró pensado en las palmeras, en la cantidad de palmeras plantadas y en el maravilloso espectáculo que desde ese punto se divisaba. ¡No cabe duda que una palmera es un paisaje! Se decía. Pero tantas juntas y alineadas de esa manera con la Mesa Mota al fondo formaban un cuadro que se imaginó pintado por Claude Lorrain por los estados de ánimos que le producía esa visión. Inhaló el fresco aire lagunero y henchido de satisfacción  cruzó por el paso de peatones de la calle Quintín Benito.

En el segundo tramo que va hasta la rotonda en la que está el Busto de José Gervasio Artigas, fundador de Uruguay, flanqueado por dos magníficos magnolios,  en el Paseo Concepción Salazar, contó 44 palmeras a la izquierda y 45 a la derecha así como  122  y 119 adelfas, respectivamente. Además, cerca del Castillo se encuentran dos ejemplares, uno a la izquierda y otro a la derecha, de un laurel canario y un sauce canario. En éste tramo central se encuentra una abrazadera que rodea la primera palmera de la izquierda con la efigie de una mujer y la inscripción Laura de la Puerta de Cabrera; el palacete construido por el arquitecto Mario Estanga como regalo de Domingo Cabrera Cruz a su esposa, Laura de La Puerta Guillén, natural de Gáldar; el CEIP Camino Largo, el Parque de la Constitución y múltiples viviendas residenciales de variada factura arquitectónica.

Semejante frondosidad, las adelfas florecidas en tonos blancos y rosados y las palmeras elevándose en altura en busca de la  luz semejando una cúpula renacentista, alta, amplia, dejando pasar la luz entre sus hojas a imitación de la de Brunelleschi en la Basílica de Santa María di Fiore en Florencia, le llevo el pensamiento hasta la novela de D.H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley, no por su componente erótico, ni por ser un compendio sociológico sobre la lucha de clases, ni por el empoderamiento femenino y mucho menos por la crítica a la censura, sino por la figura de Oliver Mellors, el guardabosque de la finca que mantiene un idilio carnal con Constance Chatterley. Mellors, que termina convirtiéndose en el amante de Constance en medio de la frondosidad de su bosque cuando ella lo descubre desnudo hasta la cintura, le recuerda a la Inglaterra rural, bucólica y estéticamente bella. Ensimismado en la idea de la belleza en la Naturaleza cruzó el Paseo Concepción Salazar bordeando la rotonda que da acceso a la tercera zona del Camino Largo.

En el tercer tramo que termina en la calle Pozo Cabildo contabilizó 49 palmeras a la izquierda y 50 a la derecha así como  109  y 97 adelfas, respectivamente. Al comienzo del  mismo se encontró con un camión cisterna que sacaba agua del subsuelo lo que le recordó  la antigua laguna existente en la vega lagunera por cuyo margen sureste se trazó el Camino Largo. Éste trecho tiene los laterales de tierra a excepción de un pequeño tramo en la parte superior izquierda, que enlaza con la calle Pozo Cabildo, que está adoquinado. Incluso en algunas partes del mismo se estrechan los laterales ya que los solares adyacentes no están retranqueados mezclándose la vegetación salvaje y agreste con las palmeras y las adelfas.

Mientras paseaba se imaginaba cómo sería la antigua laguna, qué extensión tendría, cómo rebosaría en época de lluvias. Se acordó de las inundaciones sufridas en la Semana Santa del año 1977 cuando La Laguna quedó parcialmente incomunicada durante varios días y todavía no nos habíamos recuperado del accidente de los dos Boeing 747 en Los Rodeos. Unas ideas llevaban a otras y evocaba la cantidad de veces que la lluvia lo había sorprendido en ese tramo, siempre en ese, en el más alejado. Cómo tenía que guarecerse bajo alguna palmera, o acelerar el paso, cuando no correr o, si la lluvia era tenue, caminar con la cabeza alta para empaparse del fresco lagunero que tanto le gustaba. El Camino Largo, pensaba, era como una metáfora de su propia vida: larga, entrecortada a tramos, con vivencias variadas en cada uno de ellos, pero hermosa y llena de anécdotas, con compañeros y amigos, con historias y amores unas veces confesables y otras no.
 
            Al llegar al final del tercer tramo, la guagua 050 estaba parada recogiendo gente con destino a La Punta del Hidalgo, sin pensárselo dos veces se subió y acabó el paseo tomándose un cortado frente a las piscinas de Bajamar.