Salía del casco urbano de la Ciudad de los Adelantados atravesando la calle Rodríguez
Moure caminando por el centro de la antigua calle del Remojo no por la acera.
Al llegar a la Avenida de la Universidad, antiguo Camino Largo, en la
confluencia de las calles Silverio Alonso, Rodríguez Moure y Cabrera Pinto, comenzó
a contar las palmeras a izquierda y derecha del único trecho en el que la
rambla central está abierta a la
circulación. En este primer tramo, que va desde dicho punto hasta una pequeña glorieta circular
empedrada con una farola central, en la
confluencia de las calles Quintín Benito y la Avenida Tabares Bartlet, contó 12
Palmeras a la izquierda y 12 a la derecha.
Era un paseo que acostumbraba hacer a diario. Desde hacía
muchos años. Tantos que le costaba recordar detalles y anécdotas de cada uno de
ellos. De pronto se encontró pensado en las palmeras, en la cantidad de
palmeras plantadas y en el maravilloso espectáculo que desde ese punto se
divisaba. ¡No cabe duda que una palmera es un paisaje! Se decía. Pero tantas
juntas y alineadas de esa manera con la Mesa Mota al fondo formaban un cuadro
que se imaginó pintado por Claude Lorrain por los estados de ánimos que le
producía esa visión. Inhaló el fresco aire lagunero y henchido de
satisfacción cruzó por el paso de
peatones de la calle Quintín Benito.
En el segundo tramo que va hasta la rotonda en la
que está el Busto de José Gervasio Artigas, fundador de Uruguay, flanqueado por
dos magníficos magnolios, en el Paseo Concepción
Salazar, contó 44 palmeras a la izquierda y 45 a la derecha así como 122 y
119 adelfas, respectivamente. Además, cerca del Castillo se encuentran dos
ejemplares, uno a la izquierda y otro a la derecha, de un laurel canario y un sauce
canario. En éste tramo central se encuentra una abrazadera que rodea la primera
palmera de la izquierda con la efigie de una mujer y la inscripción Laura de la Puerta de Cabrera; el
palacete construido por el arquitecto
Mario Estanga como regalo de Domingo Cabrera Cruz a su esposa, Laura de La
Puerta Guillén, natural de Gáldar; el CEIP Camino Largo, el Parque de la
Constitución y múltiples viviendas residenciales de variada factura
arquitectónica.
Semejante frondosidad, las adelfas florecidas en
tonos blancos y rosados y las palmeras elevándose en altura en busca de la luz semejando una cúpula renacentista, alta,
amplia, dejando pasar la luz entre sus hojas a imitación de la de Brunelleschi
en la Basílica de Santa María di Fiore en Florencia, le
llevo el pensamiento hasta la novela de D.H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley, no por su componente erótico, ni por
ser un compendio sociológico sobre la lucha de clases, ni por el empoderamiento
femenino y mucho menos por la crítica a la censura, sino por la figura de Oliver Mellors, el guardabosque de la
finca que mantiene un idilio carnal con Constance
Chatterley. Mellors, que termina
convirtiéndose en el amante de Constance
en medio de la frondosidad de su bosque cuando ella lo descubre desnudo hasta
la cintura, le recuerda a la Inglaterra rural, bucólica y estéticamente bella.
Ensimismado en la idea de la belleza en la Naturaleza cruzó el Paseo Concepción
Salazar bordeando la rotonda que da acceso a la tercera zona del Camino Largo.
En el tercer tramo que termina en la calle Pozo
Cabildo contabilizó 49 palmeras a la izquierda y 50 a la derecha así como 109 y
97 adelfas, respectivamente. Al comienzo del
mismo se encontró con un camión cisterna que sacaba agua del subsuelo lo
que le recordó la antigua
laguna existente en la vega lagunera por cuyo margen sureste se trazó el Camino
Largo. Éste trecho tiene los laterales de tierra a excepción de un pequeño
tramo en la parte superior izquierda, que enlaza con la calle Pozo Cabildo, que
está adoquinado. Incluso en algunas partes del mismo se estrechan los laterales
ya que los solares adyacentes no están retranqueados mezclándose la vegetación
salvaje y agreste con las palmeras y las adelfas.
Mientras paseaba se imaginaba cómo sería la antigua
laguna, qué extensión tendría, cómo rebosaría en época de lluvias. Se acordó de
las inundaciones sufridas en la Semana Santa del año 1977 cuando La Laguna
quedó parcialmente incomunicada durante varios días y todavía no nos habíamos recuperado
del accidente de los dos Boeing 747 en Los Rodeos. Unas ideas llevaban a otras
y evocaba la cantidad de veces que la lluvia lo había sorprendido en ese tramo,
siempre en ese, en el más alejado. Cómo tenía que guarecerse bajo alguna
palmera, o acelerar el paso, cuando no correr o, si la lluvia era tenue,
caminar con la cabeza alta para empaparse del fresco lagunero que tanto le
gustaba. El Camino Largo, pensaba, era como una metáfora de su propia vida:
larga, entrecortada a tramos, con vivencias variadas en cada uno de ellos, pero
hermosa y llena de anécdotas, con compañeros y amigos, con historias y amores
unas veces confesables y otras no.
Al llegar al final del tercer tramo, la guagua 050 estaba parada recogiendo gente con destino a La Punta del Hidalgo, sin pensárselo dos veces se subió y acabó el paseo tomándose un cortado frente a las piscinas de Bajamar.
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