domingo, 15 de noviembre de 2020

LA ORQUIDEA

 Cruzaba la calle La Carrera rumbo a La Carpintería donde había quedado con una amiga para cenar antes de irse de copas. Llevaba un abrigo largo con bolsillos delanteros y cierre de botón, de color beige y estampado liso, con una orquídea natural de color amarillo en el ojal izquierdo; el pantalón de semipitillo, liso, con cierre delantero, y color caramelo; el Jersey de lana, ajustado, de cuello alto, y color morado, realzaba los turgentes pechos que yacían complacidos en un sujetador con aro y copa en v, con separador bajo, y sujeción envolvente con un look en triangulo, que sugerían los adornados pezones entre los bordados de la copa; los zapatos de salón elaborados en piel de color fucsia con detalle de ondas y puntera terminada en pico. Al verla transitar con paso firme y elegante, dejando tras de sí un aroma a jazmín, praliné y grosella, se paró, volvió la cabeza, y la siguió con la vista hasta que entró en el local.

Parado en el cruce de La Carrera con Núñez de la Peña, no sabía si seguir con su paseo o atreverse a seguirla hasta el establecimiento. Quería verla de cerca y volver a olerla. Tenía la esperanza de que no la esperase nadie, al menos nadie que le impidiese conocerla. Se armó de valor, cambió el rumbo de su paseo y se dirigió con incertidumbre a La Carpintería. Antes de entrar, le entró la duda de si estaba vestido para la ocasión. Había salido a airearse por su querida ciudad vestido de manera informal, en tenis y pantalón vaquero, con una camisa negra que ponía en letras blancas:

GILIPOLLAS*

*Gilipollas es una  palabra española  muy versátil. Se

suele  usar  con  sentido  despectivo, pero  utilizada

entre personas de  confianza  puede adquirir un  cariz

cariñoso. Es muy sonora y produce placer pronunciarla.

 

Se lo pensó mejor, dio media vuelta y se alejó titubeante para seguir laguneando. Pero la visión de aquella mujer, la prestancia de su figura, la elegancia de su caminar, el rastro que dejaba su perfume y la curiosidad por conocerla, lo paró en seco delante del escaparate de una tienda de deportes. Levantó la vista y vio su figura reflejada en la cristalera del escaparate donde destacaba, en mayúscula, la palabra GILIPOLLAS. Se rio para sus adentros y se repitió varias veces, «¡mira que eres gilipollas!», mientras una sonrisa afloraba a su cara. Haciendo acopio de valor, desandó el camino y se plantó delante del establecimiento. Empujó, con decisión, la puerta de cuarterones de la entrada y se paró en seco atenazado por la incertidumbre de no saber qué hacer. Los comensales de las mesas cercanas a la entrada, lo miraron con extrañeza por su actitud parecida a una estatua con cara de inseguridad; el camarero, que lo conocía por ser un cliente habitual, se acercó y le dijo bromeando:

—Te acabas de acordar que no pagaste la última vez, ¿no?

—¡Eh! No, no.

—¡Ja, ja, ja! Es una broma —dijo el camarero. Y añadió—: No quedan mesas libres. Ya sabes que los viernes, o vienes temprano o reservas. Y ahora con las restricciones por la Covid-19, peor todavía.

—Lo sé, lo sé. Se me ocurrió sobre la marcha y decidí probar. ¡Buenas noches! —Y dio media vuelta para marcharse.

—En la mesa del fondo —dijo el camarero señalándola— está tu compañera Constanza.

Levantó la vista para observarla y descubrió que estaba sentada con… ¡ella! Los ojos se le salían de las orbitas. Y sin darle las gracias al camarero, se dirigió presuroso, por entre las mesas, en dirección a la mesa del fondo con una presión sistólica de 140 y subiendo.

—¡Buenas noches! Te vi desde la entrada y pasé a saludarte. —dijo, dirigiéndose a Costanza mientras miraba de reojo a su acompañante.

—¡Hola! ¿Estás solo?

—Si, venía a cenar, pero todas las mesas están ocupadas.

—Pero tú no sabes que los viernes o vienes temprano o tienes que reservar, bobito.

—Si, lo sé, pero se me ocurrió sobre la marcha y entre a probar suerte.

—¿Conoces a Cristina? —le preguntó mientras la señalaba.

—No.

—Cristina, Willy; Willy, Cristina —y los presentó mientras los mostraba con la mano.

—¡Encantado! —le dijo, mientras se agachaba para saludarla con el codo, mientras observaba la espléndida orquídea amarilla que pendía, a modo de broche, sobre su pecho izquierdo— ¡Qué orquídea más bonita! —Le manifestó sonriendo.

—¡Muchas gracias! ¿Te gusta?

—¡Mucho! —le contestó, mientras pensaba, «pero tú, me gustas más»

—¡Y desprende una fragancia embriagante! —terció, Costanza.

Se miraron a los ojos y se sonrieron complacidos. Costanza, dirigiéndose a los dos, les preguntó:

—¿Hacemos un hueco en la mesa para tres?

A lo que contestaron casi al unísono, primero Willy y después Cristina:

—¡No, no gracias, no quiero molestar!

—¡Si, si, perfecto!

—Pues no se hable más. Voy a decirle al camarero que ponga otro servicio —mientras le hacía señas para que se acercara.

—Nosotros pedimos para picar una ensalada, unas croquetas y secreto ibérico en salsa de cerveza —comentó Costanza, añadiendo—: el vino lo pidió Cris que es la experta.

—Experta, experta, no. Pero me gusta mucho los Ribera del Duero. ¿y a ti? —le preguntó a Willy.

—¡Mucho! Es mi vino preferido. ¡Vaya coincidencia!

—Y no es la única —intervino Costanza dirigiéndose a Cristina—. También le gustan las orquídeas.

—¡Ah, sí! Vaya, menuda coincidencia. —dijo, sorprendida, mientras lo miraba con curiosidad femenina, mientras pensaba, «todos son iguales; si hubiera dicho que coleccionaba caracoles, se hubiera descolgado con que sentía un afecto especial por ellos y que por nada del mundo se los comería. ¡Hombres!» Y puso cara de circunstancia, adornada con una sonrisa bobalicona.

El camarero los interrumpió para poner un servicio más a la mesa, mientras les decía:

—¿Piden algo más o aumentamos la comanda anterior?

—Por mi está bien lo que pidieron. La aumentamos para tres, ¿no? —Dijo, Willy, mientras las miraba solicitando su aprobación.

Lo confirmaron con la cabeza mientras se miraban con complicidad y asentimiento.

—Perfecto —respondió el camarero, añadiendo—: Si les parece agregaría unos pimientos de Padrón fresquísimos y unas setas al ajillo que tenemos solamente hoy, que están de escándalo.

Los tres asintieron con la cabeza dando por buena las recomendaciones del camarero.

—¡Ah!, la señorita había pedido dos copas de Ribera. Como son tres, y conociendo el gusto del caballero —dijo, dirigiéndose a Willy— les propongo descorchar una botella de Pago de los Capellanes, como siempre.

—Si, sí. Perfecto. ¡Excelente idea! Bueno, si las señoritas no tienen inconveniente —dijo, Willy, dirigiéndose a ambas.

—Por mí de acuerdo —dijo, Costanza.

—Y por mí, también —intervino, Cristina, complacida, mientras pensaba, «vaya, parece que el muchacho si es un entendido en vinos y le gusta el Ribera. ¿Lo será también con las orquídeas?»

Mientras se alejaba el camarero, se hizo un incómodo silencio donde cada uno quería buscar su sitio y se mostraban nerviosos colocando los cubiertos y mirándose de hito en hito. Willy, rompió el silencio preguntándole a Costanza sobre Cristina:

—¿De qué se conocen? ¿Desde cuándo son amigas? —Y dirigiéndose a Cristina, le dijo—: Perdona, Cristina, pero es que tenemos tanta confianza Costanza y yo que a veces nos preguntamos sin medir el alcance de las preguntas, ¿verdad, Costan?

—Si —respondió, Costanza—. Somos unos incorregibles maleducados. —Y se echó a reír.

—No importa. Lo entiendo. Pues…, nos conocemos desde hace muchos años. Concretamente desde que hicimos el bachillerato en el Cabrera, ¿te acuerdas, Costanza? —dijo, dirigiéndose a ella con una mirada que denotaba nostalgia.

—¡Vaya si me acuerdo! —Le respondió pensativa—. Especialmente cuando nos fugábamos de las clases del gato con botas —refiriéndose a la profesora de Lengua Castellana y Literatura que siempre iba con botas, hiciera el tiempo que hiciese— para irnos a fumar al Camino Largo.

—Si, ¡es verdad! De las pocas clases que teníamos en común, junto con Historia y Filosofía, creo. El resto —intervino, Cristina dirigiéndose a Willy— las teníamos separadas: yo quería ser enfermera y ella profesora de Lengua. Y aquí estamos, muchos años después, una ATS y una Licenciada en Filología Hispánica. Y ustedes, ¿de qué se conocen?

—Él es filósofo —respondió, Costanza.

—Profesor de Filosofía —le corrigió, Willy.

—Bueno, eso. ¡Que pesado te pones siempre con lo mismo! Nos conocimos en el IES La Victoria, cuando éramos unos novatos y llegábamos despistados como un pulpo en un garaje. Enseguida nos caímos bien y nos hicimos inseparables, hasta el punto que los compañeros creían que estábamos liados, ¿te acuerdas, Willy?

—¿Qué si me acuerdo? ¡La cantidad de ligues que perdí por eso!

—¡Ja, ja, ja! —se rieron los tres mientras el camarero le servía el vino a Cristina, por indicación de Willy, para que lo catara.

—¡Espléndido! —dijo, Cristina, mientras se dirigía al camarero con un gesto para que siguiera sirviendo el resto de las copas.

—¡Por la amistad! —levantó, Willy su copa, invitándolas a hacer lo mismo.

—¡Por la amistad! —repitieron ambas, levantando las copas para brindar.

Mientras el camarero disponía sobre la mesa la ensalada, los pimientos de Padrón y las setas al ajillo, se hizo un silencio durante el cual, Cristina —que ya comenzaba a tener una mejor impresión de Willy— se decía: «igual es cierto que también entiende de orquídeas y no es un fanfarrón»

—¡Que buena pinta tiene todo! —exclamó, Costanza.

—¡Mmm…, que rico está! Magnifica idea tuvo el camarero —dijo, Cristina, dirigiéndose a Willy mientras se metía un pimiento en la boca y lo aprisionaba con los labios. Unos labios carnosos, sensuales, pintados de rojo pasión, cuya visión enardeció a Willy.

—Si, pero ten cuidado. Ya sabes que los pimientos de Padrón, unos pican y otros no —le dijo, Willy con una sonrisa picarona.

—Pues estos están estupendos y muy sabrosos —replicó, Cristina—. Además, si pican, tenemos éste magnífico Ribera para calmar el —y recalcó cada una de las sílabas— a-ca-lo-ra-mien-to —y mientras miraba de soslayo a Willy, acercó la copa a su boca con un gesto lascivo, que no pasó desapercibo para Costanza.

El gesto tampoco pasó inadvertido para Willy que se sentía satisfecho con lo que estaba aconteciendo. Iba a responderle con una picardía mientras se llevaba a la boca un pimiento grande, ligeramente curvado en su punta, de aspecto sugerente, cuando escuchó a su espalda una voz que le era conocida, dando las gracias y despidiéndose del camarero. Miró con disimulo, y reconoció a unos amigos que, en una mesa lateral a media sala, se habían levantado y caminaban hacia la salida. Eran una pareja estupenda que en la intimidad se llamaban entre ellos Corte Inglés y Condesa Tana. Se alegró sobremanera al verlos salir tan elegantes y satisfechos, que un rictus de satisfacción invadió su cara por completo, en un gesto que no comprendieron sus compañeras, mientras lo miraban extrañadas. Al darse cuenta, no se le ocurrió otra cosa que alegrarse porque el pimiento que acababa de comer, no picaba en absoluto.

—¡Uf!, Que suerte. Pensé que éste si iba a picar —y bebió un trago del exquisito Ribera.

—Las setas tampoco están mal —intervino Costanza.

—Cierto. Me recuerdan las que comimos aquella vez en la tasca aquella de Tacoronte. ¿Te acuerdas? —inquirió Cristina a Costanza.

—Si, la Tasca de Mami, creo que se llamaba. Se come muy bien allí. Y aquel día comiste hasta postre. ¿No te acuerdas? —dijo, maliciosamente Costanza, recordándole que había tonteado con un extraño.

—¡Bah, tonterías! —y dirigiéndose a Willy, le dijo—: siempre estuvo empeñada en que coqueteé con un desconocido; ¡con un desconocido! Eso sí, debo reconocer que era muy guapo.

—Vaya, —intervino, Willy— cada plato tiene su historia. ¿Qué tal la ensalada? ¿Cuál es su leyenda?

—¡Ja, ja, ja! —se rio, Cristina— tienes un buen sentido del humor, Willy. ¡Me gusta!

Entretanto, se hacia el silencio mientras apuraban la última copa de vino. El camarero retiraba los platos de los pimientos y las setas y ponía las croquetas recién salidas de la cocina. Cogió la botella vacía y preguntó si habría otra, a la que todos respondieron afirmativamente por unanimidad. Constanza no hacía sino mirar el móvil de vez en cuando, fugazmente, y lo volvía a guardar. Cristina cogió una croqueta y se la metió en la boca saboreándola con una fruición inusitada rayana en la lujuria. Willy la observaba con descaro y la deseaba con auténtica pasión. Cristina se dio cuenta, y le gustó tanto, que decidió inquirir más sobre Willy.

—Por cierto, Willy, ¿de verdad te gustan las orquídeas?

—Si, mucho. Son una de mis plantas preferidas. Me fascinan sus flores, la variedad de sus especies, el colorido de sus sépalos, la fragancia que algunas desprenden, como esa que llevas prendida de tu pecho.

—Y eso que no te ha dicho que su jardín está lleno de Orquídeas —intervino, Costanza.

—¿Ah, sí? —dijo estupefacta, Cristina.

—Bueno, no exageres tanto, Constanza. Algunas tengo, sí —le contestó a Cristina.

—Y aparte de tener Orquídeas, olerlas y admirarlas —sondeo Cristina— ¿Qué más sabes de ellas? Por ejemplo, del significado de sus colores.

—Vaya, esto se parece a un examen —dijo, Willy sonriendo— Veamos. La Orquídea está considerada una de las más bellas flores del mundo; se caracteriza por tener tres sépalos —dos pétalos y un lobelo— extremadamente sugerentes que mezclan sensualidad y belleza en una sola flor, evocando la idea de la fertilidad femenina. Según el color, se le atribuyen varios significados: la orquídea roja expresa deseo intenso; la blanca, pureza; la amarilla, como esa que llevas en el pecho, erotismo; la violeta, sabiduría y prudencia; la rosa, amor y cariño; la azul, paz y armonía.

—Lo ves, te lo dije. Sabe mucho de Orquídeas. ¡Si supiera lo mismo sobre las mujeres otro gallo le cantaría! Entonces —escrutando a Cristina— esa Orquídea amarilla que llevas en el pecho, ¿significa erotismo?

En ese momento, el camarero comenzó a retirar los platos de cada uno y las fuentes donde habían servido la ensalada y las croquetas, para cambiarlos por unos nuevos, depositando la bandeja con el secreto ibérico en el centro de la mesa, mientras preguntaba si todo estaba bien. Tras recibir el plácet de los clientes, se dispuso a descorchar una tercera botella de vino, para llenar las vacías copas de los comensales. Toda esta rutina, salvó por la campana, a Cristina que no tuvo que responder a la impertinente pregunta de Costanza. Y, por el contrario, le permitió a ella, preguntarle sobre Willy.

—¿Por qué dices que Willy sabe poco sobre mujeres? —Y dirigiéndose a Willy, lo interpeló con una pregunta no menos impertinente que la que le hizo a ella Costanza— ¿Has tenido alguna experiencia traumática con ellas?

Willy, para ganar tiempo y dejar que contestara primero Costanza, cogió la copa y comenzó a beber despacio, muy despacio, dando a entender que lo estaba saboreando. Por su parte, Costanza, se escudó en el móvil, al que volvió a consultar, y se demoró en guardarlo. Ante la mirada inquisitiva de Cristina, que esperaba una respuesta, Costanza le dice:

—Lo siento, pero no puedo quedarme luego a tomar una copa como habíamos quedado. Mi hermana no para de wasapearme para que vaya cuanto antes a casa de mi madre cuando termine de cenar. Al parecer, mi madre está muy impertinente preguntando por mí. —Y dirigiéndose a Willy, le dijo—: Si no te importa te quedas con Cristina y van a tomarse una copa juntos. No quiero dejarla colgada una noche de viernes. Bueno —mirando a Cristina a los ojos— si no te parece mal y te apetece tomar una copa con éste pazguato.

—No, no, en absoluto. —dijo, Cristina— Me encanta la idea de tomar una copa con este pazguato. —y se echaron a reír, mientras Willy las miraba con cara de incredulidad.

—Éste pazguato —intervino, Willy— no cabe en sí de alegría por acompañar a tomar una copa, o las que hagan falta, a una señorita tan guapa, que huele estupendamente, que posee los ojos más bonitos que jamás haya visto, la boca más sensual que exista, la sonrisa más diáfana de la tierra, y que, además, porta una erótica orquídea sobre su pecho.

Cristina, halagada por el discurso que acababa de oír sobre su persona, y sin apenas ruborizarse, levantó su copa, invitando al resto de la mesa a hacer lo mismo, y propuso un brindis:

—Por nosotros; por este rato estupendo; por amigas como Costanza; por pazguatos como Willy, que aumentan la autoestima y acrecen el orgullo; por el vino, manjar de Dioses. Choquemos nuestras copas, como propuso Dioniso, para que el sentido del oído pueda disfrutar de su sonido, y digamos al unísono:

Bebamos, comamos y engordemos,

y si nos llaman gordos

hagámonos los sordos.

Bebieron cadenciosamente, degustando el vino: percibiendo el cuerpo, la astringencia y la textura del exquisito Ribera; lanzándose miradas furtivas, con caras de placer, con gestos de deleite, con ansías de diversión. Pasado ese momento de regocijo, Willy se dirigió a Costanza.

—Entonces, ¿tienes que ir a casa de tu madre? ¿No será que acabas de quedar con Braulio? ¡Porque tanto mirar y mirar el móvil! —Y le lanzó una mirada cómplice, seguida de un guiño y una sonrisa picarona.

—¿Quién es Braulio? —Preguntó Cristina, desconcertada.

—No le hagas caso —le dijo, Costanza. Y añadió—: Willy siempre recurre al mismo truco para disimular sus fracasos con las mujeres.

—¿Yo? ¿Truco? ¿Me vas a decir ahora que Braulio es un personaje de ficción? —Le preguntó a Costanza a la vez que se dirigía a Cristina, para decirle—: Venga, dile que te cuente su perenne historia con Braulio. Bueno, yo casi diría que Braulio es el Atreyu de su particular historia interminable.

Cristina, extrañada y confusa, los miró, primero a Costanza y luego a Willy, y con expresión de no comprender nada, les dijo:

—Vale. Primero tú, Costanza, me vas a contar con pelos y señales quién es ese Braulio, y por qué nunca me has hablado de él. Después tú, Willy, vas a relatar con todo lujo de detalles, cuáles son los problemas que has tenido con las mujeres. ¡Tengo que saber con quién me voy a tomar una copa! …Sobre todo, para no cometer los mismos errores y añadir mi nombre a tu larga lista de decepciones.

—Ja, ja, ja. —se rieron estruendosamente, Costanza y Willy, mientras se guiñaban un ojo y se cogían de la mano.

—Pero, bueno. ¿Qué es esto? ¿Me lo van a contar o no? A ver si ahora resulta que ustedes están emparejados y se están riendo de mí. ¡Jo, jo, jo! —se rio de una manera forzada y como enfadada, mientras apartaba la vista y bebía un poco de vino.

—No te enfades, Cris. Lo nuestro —refiriéndose a la amistad con Willy—, es un amor imposible, un amor de amistad, un amor como el del Sol y la luna, que se enamoraron aun sabiendo que nunca podrían estar juntos. La primera vez que nos vimos, en la cafetería del Instituto, nos quedamos prendados uno del otro, ¿te acuerdas, Willy? —le preguntó, mientras le cogía la mano y lo miraba con una dulzura infinita, a la vez que él asentía con la cabeza y acariciaba su mano— Desde el mismo momento que nos enamoramos, comprendimos que nuestro amor era para siempre, pero que era un amor de amistad, de cariño, de confianza, de confidencia, de familiaridad, de cordialidad… de todo, menos de pareja, de pasión, de sensualidad… Y es una pena, porque aquí donde ves a este pazguato, es el hombre más maravilloso, fantástico, soñador, idealista y buena persona que se pueda conocer. De ahí, los desencuentros que ha tenido con las mujeres.

—Vaya. ¡Así que eres una perita en dulce, un diamante sin pulir! —le dijo a Willy—. Pero luego volvemos a su historia con las mujeres; ahora dime de una vez, quién es ese Braulio? —Le insistió a Costanza.

—Braulio es un pesado. Un compañero de Música que siempre estuvo detrás de mí y no me dejaba ni a sol ni a sombra. A mí no me gustaba nada, aunque tocaba muy bien la guitarra, la verdad…

—Sí, sí, la guitarra —le interrumpió Willy, mientras hacía con las manos el gesto del instrumento simulando el cuerpo de la mujer.

—Pues sí, la guitarra. Aunque esa otra —imitando el gesto que había hecho Willy— también se le daba bien. Aunque conmigo, le valió una sonora bofetada, ¿te acuerdas, Willy?

—¡No me voy a acordar! Si casi llegamos a las manos. Si no llega a ser por Antonio y Ana, no lo cuenta. Pero aprendió la lección. Por lo menos contigo…

—Si, la aprendió. Nunca más lo intentó. Aunque siguió insistiendo por WhatsApp, durante muchos años… ¡Ja, ja, ja! El pobre, no se daba por vencido. ¡Era el rayo que no cesa! Menos mal que lo planté y dejó de molestarme. Pero, Willy, siempre acaba recordándomelo. A veces me pregunto si lo hará por celos —y miró a Willy mientras le guiñaba un ojo.

—¿Ja, ja, ja! ¿Celos, yo? ¿De ese? Mira, Costan, qué más quisiera ese pordiosero que poseer el uno por ciento de lo que tú y yo tenemos.

—¿En qué quedamos? —Intervino, Cristina— ¿Ustedes están liados, o no?

—¡Ja, ja, ja! —Se rieron al unísono, Costanza y Willy, y éste le dijo a Cristina—: Lo que tenemos, Costan y yo, es distinto a cualquier relación; diferente a cualquier amistad; opuesto a una aventura; peculiar en sí misma y especial entre un hombre y una mujer. En definitiva, es una relación inconfundiblemente… emocional, interior, mística… como la que existía entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz. —Y dirigiéndose a Costanza, le dice— ¿Verdad, Reverenda Madre?

En ese momento suena el móvil de Costanza. Le acababa de entrar un WhatsApp. Lo mira; pone cara de estupefacción, y repite entre risas: —¡Ja, ja, ja!¡No me lo puedo creer! ¡Ja, ja, ja! ¡No me lo puedo creer! ¿A qué no adivinan quién me acaba de wasapear? —Y les enseña la pantalla con el mensaje que le acababa de entrar de… ¡Braulio!

30 octubre 2016

           Bueno no te molesto más

 

           Una última cosa. Qué posibilidades hay de que vos y

           yo, follemos???

 

Jajajajaja ninguna neneeeee

 

El día que haya una guerra o una

pandemia mundial, hablamos

 

Chao

                                                           Hoy

                                                                                               Holiiii

 

—¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji! —Rieron al unísono, de manera escandalosa, bulliciosa, alborotada, hasta el punto que atrajeron la atención del camarero, que se acercó y les preguntó si todo iba bien. Les retiró los platos y la bandeja del secreto ibérico y les ofreció la carta de postres. No podían parar de reír. Se disculparon con el camarero y rehusaron a los postres. Pidieron tres cortados naturales y la cuenta.

—¡Qué persistente es el jodido Braulio! No lo conozco —dijo, Cristina— pero no me cabe la menor duda que se quedó colgado de ti.

—¡Hace cuatro años y todavía guardaba la conversación! —Comentó, Willy. Y le dijo a Costanza—: Tú quieres ver que el dichoso coronavirus este de los cojones lo inventó Braulio para cobrarte la promesa que le hiciste. —Y volvieron a reírse a mandíbula batiente mientras se terminaban el cortado.

—¡Eh! Que aquello no fue una promesa —dijo, Costanza, contrariada—. Fue una argucia para quitármelo de encima.

—Sea como fuere —intervino, Cristina—, viene a cobrarse su deuda. ¡Y este es de los que no olvidan!

—¡Pues va apañado! —dijo, Costanza, con cara de pocos amigos y actitud decida—. ¡Este niñato me va a oír! ¡Voy a cortar de una vez por todas! —Y cogió el móvil para enviarle un WhatsApp que pusiera punto y final a tamaño despropósito.

Hoy

                                                                                               Holiiii

Mira, niñato. Por si no te había

quedado claro hace cuatro años

te lo digo ahora

 

NO VUELVAS A CONTACTAR JAMÁS

CONMIGO

 

Y si tienes ganas de follar

follate a la Covid-19 a ver si uniendo a los

dos bichos, explotan, se mueren y desapareces

de mi vista para siempre.

 

Con actitud enérgica y decidida, le dio al botón de enviar y les enseñó la pantalla a los demás que aplaudieron la decisión, y comenzaron a reírse por mandarlo a follar con el coronavirus. Pagaron la cuenta, le dieron las gracias al camarero —al que le dejaron una generosa propina—, y salieron a la calle.

—Bueno, yo me voy a casa de mi madre a ver qué quiere de mi —se tocaron los codos y le dijo a Cristina—: Los problemas de Willy con las mujeres que te los cuente él. Y tómense una copa mi salud.



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