Cruzaba la calle La Carrera rumbo a La Carpintería donde había quedado con una amiga para cenar antes de irse de copas. Llevaba un abrigo largo con bolsillos delanteros y cierre de botón, de color beige y estampado liso, con una orquídea natural de color amarillo en el ojal izquierdo; el pantalón de semipitillo, liso, con cierre delantero, y color caramelo; el Jersey de lana, ajustado, de cuello alto, y color morado, realzaba los turgentes pechos que yacían complacidos en un sujetador con aro y copa en v, con separador bajo, y sujeción envolvente con un look en triangulo, que sugerían los adornados pezones entre los bordados de la copa; los zapatos de salón elaborados en piel de color fucsia con detalle de ondas y puntera terminada en pico. Al verla transitar con paso firme y elegante, dejando tras de sí un aroma a jazmín, praliné y grosella, se paró, volvió la cabeza, y la siguió con la vista hasta que entró en el local.
Parado en el cruce de La Carrera con Núñez
de la Peña, no sabía si seguir con su paseo o atreverse a seguirla hasta el
establecimiento. Quería verla de cerca y volver a olerla. Tenía la esperanza de
que no la esperase nadie, al menos nadie que le impidiese conocerla. Se armó de
valor, cambió el rumbo de su paseo y se dirigió con incertidumbre a La
Carpintería. Antes de entrar, le entró la duda de si estaba vestido para la
ocasión. Había salido a airearse por su querida ciudad vestido de manera
informal, en tenis y pantalón vaquero, con una camisa negra que ponía en letras
blancas:
GILIPOLLAS*
*Gilipollas es
una palabra española muy versátil. Se
suele usar
con sentido despectivo, pero utilizada
entre
personas de confianza puede adquirir un cariz
cariñoso.
Es muy sonora y produce placer pronunciarla.
Se lo pensó mejor, dio media vuelta y se alejó
titubeante para seguir laguneando. Pero la visión de aquella mujer, la
prestancia de su figura, la elegancia de su caminar, el rastro que dejaba su
perfume y la curiosidad por conocerla, lo paró en seco delante del escaparate
de una tienda de deportes. Levantó la vista y vio su figura reflejada en la
cristalera del escaparate donde destacaba, en mayúscula, la palabra GILIPOLLAS.
Se rio para sus adentros y se repitió varias veces, «¡mira que eres
gilipollas!», mientras una sonrisa afloraba a su cara. Haciendo acopio de
valor, desandó el camino y se plantó delante del establecimiento. Empujó, con
decisión, la puerta de cuarterones de la entrada y se paró en seco atenazado
por la incertidumbre de no saber qué hacer. Los comensales de las mesas
cercanas a la entrada, lo miraron con extrañeza por su actitud parecida a una
estatua con cara de inseguridad; el camarero, que lo conocía por ser un cliente
habitual, se acercó y le dijo bromeando:
—Te acabas de acordar que no pagaste la última vez,
¿no?
—¡Eh! No, no.
—¡Ja, ja, ja! Es una broma —dijo el camarero. Y
añadió—: No quedan mesas libres. Ya sabes que los viernes, o vienes temprano o
reservas. Y ahora con las restricciones por la Covid-19, peor todavía.
—Lo sé, lo sé. Se me ocurrió sobre la marcha y decidí
probar. ¡Buenas noches! —Y dio media vuelta para marcharse.
—En la mesa del fondo —dijo el camarero señalándola—
está tu compañera Constanza.
Levantó la vista para observarla y descubrió que
estaba sentada con… ¡ella! Los ojos se le salían de las orbitas. Y sin darle
las gracias al camarero, se dirigió presuroso, por entre las mesas, en
dirección a la mesa del fondo con una presión sistólica de 140 y subiendo.
—¡Buenas noches! Te vi desde la entrada y pasé a
saludarte. —dijo, dirigiéndose a Costanza mientras miraba de reojo a su
acompañante.
—¡Hola! ¿Estás solo?
—Si, venía a cenar, pero todas las mesas están
ocupadas.
—Pero tú no sabes que los viernes o vienes temprano o
tienes que reservar, bobito.
—Si, lo sé, pero se me ocurrió sobre la marcha y entre
a probar suerte.
—¿Conoces a Cristina? —le preguntó mientras la
señalaba.
—No.
—Cristina, Willy; Willy, Cristina —y los presentó
mientras los mostraba con la mano.
—¡Encantado! —le dijo, mientras se agachaba para saludarla
con el codo, mientras observaba la espléndida orquídea amarilla que pendía, a
modo de broche, sobre su pecho izquierdo— ¡Qué orquídea más bonita! —Le
manifestó sonriendo.
—¡Muchas gracias! ¿Te gusta?
—¡Mucho! —le contestó, mientras pensaba, «pero tú, me
gustas más»
—¡Y desprende una fragancia embriagante! —terció,
Costanza.
Se miraron a los ojos y se sonrieron complacidos.
Costanza, dirigiéndose a los dos, les preguntó:
—¿Hacemos un hueco en la mesa para tres?
A lo que contestaron casi al unísono, primero Willy y
después Cristina:
—¡No, no gracias, no quiero molestar!
—¡Si, si, perfecto!
—Pues no se hable más. Voy a decirle al camarero que
ponga otro servicio —mientras le hacía señas para que se acercara.
—Nosotros pedimos para picar una ensalada, unas croquetas
y secreto ibérico en salsa de cerveza —comentó Costanza, añadiendo—: el vino
lo pidió Cris que es la experta.
—Experta, experta, no. Pero me gusta mucho los Ribera
del Duero. ¿y a ti? —le preguntó a Willy.
—¡Mucho! Es mi vino preferido. ¡Vaya coincidencia!
—Y no es la única —intervino Costanza dirigiéndose a
Cristina—. También le gustan las orquídeas.
—¡Ah, sí! Vaya, menuda coincidencia. —dijo,
sorprendida, mientras lo miraba con curiosidad femenina, mientras pensaba,
«todos son iguales; si hubiera dicho que coleccionaba caracoles, se hubiera
descolgado con que sentía un afecto especial por ellos y que por nada del mundo
se los comería. ¡Hombres!» Y puso cara de circunstancia, adornada con una
sonrisa bobalicona.
El camarero los interrumpió para poner un servicio más
a la mesa, mientras les decía:
—¿Piden algo más o aumentamos la comanda anterior?
—Por mi está bien lo que pidieron. La aumentamos para
tres, ¿no? —Dijo, Willy, mientras las miraba solicitando su aprobación.
Lo confirmaron con la cabeza mientras se miraban con
complicidad y asentimiento.
—Perfecto —respondió el camarero, añadiendo—: Si les
parece agregaría unos pimientos de Padrón fresquísimos y unas setas al ajillo
que tenemos solamente hoy, que están de escándalo.
Los tres asintieron con la cabeza dando por buena las
recomendaciones del camarero.
—¡Ah!, la señorita había pedido dos copas de Ribera.
Como son tres, y conociendo el gusto del caballero —dijo, dirigiéndose a Willy—
les propongo descorchar una botella de Pago de los Capellanes, como
siempre.
—Si, sí. Perfecto. ¡Excelente idea! Bueno, si las
señoritas no tienen inconveniente —dijo, Willy, dirigiéndose a ambas.
—Por mí de acuerdo —dijo, Costanza.
—Y por mí, también —intervino, Cristina, complacida,
mientras pensaba, «vaya, parece que el muchacho si es un entendido en vinos y
le gusta el Ribera. ¿Lo será también con las orquídeas?»
Mientras se alejaba el camarero, se hizo un incómodo
silencio donde cada uno quería buscar su sitio y se mostraban nerviosos
colocando los cubiertos y mirándose de hito en hito. Willy, rompió el silencio
preguntándole a Costanza sobre Cristina:
—¿De qué se conocen? ¿Desde cuándo son amigas? —Y
dirigiéndose a Cristina, le dijo—: Perdona, Cristina, pero es que tenemos tanta
confianza Costanza y yo que a veces nos preguntamos sin medir el alcance de
las preguntas, ¿verdad, Costan?
—Si —respondió, Costanza—. Somos unos incorregibles
maleducados. —Y se echó a reír.
—No importa. Lo entiendo. Pues…, nos conocemos desde
hace muchos años. Concretamente desde que hicimos el bachillerato en el Cabrera,
¿te acuerdas, Costanza? —dijo, dirigiéndose a ella con una mirada que denotaba
nostalgia.
—¡Vaya si me acuerdo! —Le respondió pensativa—.
Especialmente cuando nos fugábamos de las clases del gato con botas
—refiriéndose a la profesora de Lengua Castellana y Literatura que siempre iba
con botas, hiciera el tiempo que hiciese— para irnos a fumar al Camino Largo.
—Si, ¡es verdad! De las pocas clases que teníamos en
común, junto con Historia y Filosofía, creo. El resto —intervino, Cristina
dirigiéndose a Willy— las teníamos separadas: yo quería ser enfermera y ella
profesora de Lengua. Y aquí estamos, muchos años después, una ATS y una
Licenciada en Filología Hispánica. Y ustedes, ¿de qué se conocen?
—Él es filósofo —respondió, Costanza.
—Profesor de Filosofía —le corrigió, Willy.
—Bueno, eso. ¡Que pesado te pones siempre con lo
mismo! Nos conocimos en el IES La Victoria, cuando éramos unos novatos y
llegábamos despistados como un pulpo en un garaje. Enseguida nos caímos bien y
nos hicimos inseparables, hasta el punto que los compañeros creían que
estábamos liados, ¿te acuerdas, Willy?
—¿Qué si me acuerdo? ¡La cantidad de ligues que perdí
por eso!
—¡Ja, ja, ja! —se rieron los tres mientras el camarero
le servía el vino a Cristina, por indicación de Willy, para que lo catara.
—¡Espléndido! —dijo, Cristina, mientras se dirigía al
camarero con un gesto para que siguiera sirviendo el resto de las copas.
—¡Por la amistad! —levantó, Willy su copa,
invitándolas a hacer lo mismo.
—¡Por la amistad! —repitieron ambas, levantando las
copas para brindar.
Mientras el camarero disponía sobre la mesa la
ensalada, los pimientos de Padrón y las setas al ajillo, se hizo un silencio
durante el cual, Cristina —que ya comenzaba a tener una mejor impresión de
Willy— se decía: «igual es cierto que también entiende de orquídeas y no es un
fanfarrón»
—¡Que buena pinta tiene todo! —exclamó, Costanza.
—¡Mmm…, que rico está! Magnifica idea tuvo el camarero
—dijo, Cristina, dirigiéndose a Willy mientras se metía un pimiento en la boca
y lo aprisionaba con los labios. Unos labios carnosos, sensuales, pintados de
rojo pasión, cuya visión enardeció a Willy.
—Si, pero ten cuidado. Ya sabes que los pimientos de
Padrón, unos pican y otros no —le dijo, Willy con una sonrisa picarona.
—Pues estos están estupendos y muy sabrosos —replicó,
Cristina—. Además, si pican, tenemos éste magnífico Ribera para calmar
el —y recalcó cada una de las sílabas— a-ca-lo-ra-mien-to —y mientras miraba de
soslayo a Willy, acercó la copa a su boca con un gesto lascivo, que no pasó
desapercibo para Costanza.
El gesto tampoco pasó inadvertido para Willy que se
sentía satisfecho con lo que estaba aconteciendo. Iba a responderle con una
picardía mientras se llevaba a la boca un pimiento grande, ligeramente curvado
en su punta, de aspecto sugerente, cuando escuchó a su espalda una voz que le
era conocida, dando las gracias y despidiéndose del camarero. Miró con
disimulo, y reconoció a unos amigos que, en una mesa lateral a media sala, se
habían levantado y caminaban hacia la salida. Eran una pareja estupenda que en
la intimidad se llamaban entre ellos Corte Inglés y Condesa Tana.
Se alegró sobremanera al verlos salir tan elegantes y satisfechos, que un
rictus de satisfacción invadió su cara por completo, en un gesto que no
comprendieron sus compañeras, mientras lo miraban extrañadas. Al darse cuenta,
no se le ocurrió otra cosa que alegrarse porque el pimiento que acababa de
comer, no picaba en absoluto.
—¡Uf!, Que suerte. Pensé que éste si iba a picar —y
bebió un trago del exquisito Ribera.
—Las setas tampoco están mal —intervino Costanza.
—Cierto. Me recuerdan las que comimos aquella vez en la
tasca aquella de Tacoronte. ¿Te acuerdas? —inquirió Cristina a Costanza.
—Si, la Tasca de Mami, creo que se llamaba. Se
come muy bien allí. Y aquel día comiste hasta postre. ¿No te acuerdas? —dijo,
maliciosamente Costanza, recordándole que había tonteado con un extraño.
—¡Bah, tonterías! —y dirigiéndose a Willy, le dijo—:
siempre estuvo empeñada en que coqueteé con un desconocido; ¡con un
desconocido! Eso sí, debo reconocer que era muy guapo.
—Vaya, —intervino, Willy— cada plato tiene su
historia. ¿Qué tal la ensalada? ¿Cuál es su leyenda?
—¡Ja, ja, ja! —se rio, Cristina— tienes un buen
sentido del humor, Willy. ¡Me gusta!
Entretanto, se hacia el silencio mientras apuraban la
última copa de vino. El camarero retiraba los platos de los pimientos y las
setas y ponía las croquetas recién salidas de la cocina. Cogió la botella vacía
y preguntó si habría otra, a la que todos respondieron afirmativamente por
unanimidad. Constanza no hacía sino mirar el móvil de vez en cuando,
fugazmente, y lo volvía a guardar. Cristina cogió una croqueta y se la metió en
la boca saboreándola con una fruición inusitada rayana en la lujuria. Willy la
observaba con descaro y la deseaba con auténtica pasión. Cristina se dio cuenta,
y le gustó tanto, que decidió inquirir más sobre Willy.
—Por cierto, Willy, ¿de verdad te gustan las
orquídeas?
—Si, mucho. Son una de mis plantas preferidas. Me
fascinan sus flores, la variedad de sus especies, el colorido de sus sépalos,
la fragancia que algunas desprenden, como esa que llevas prendida de tu pecho.
—Y eso que no te ha dicho que su jardín está lleno de
Orquídeas —intervino, Costanza.
—¿Ah, sí? —dijo estupefacta, Cristina.
—Bueno, no exageres tanto, Constanza. Algunas tengo,
sí —le contestó a Cristina.
—Y aparte de tener Orquídeas, olerlas y admirarlas
—sondeo Cristina— ¿Qué más sabes de ellas? Por ejemplo, del significado de sus
colores.
—Vaya,
esto se parece a un examen —dijo, Willy sonriendo— Veamos. La Orquídea está
considerada una de las más bellas flores del mundo; se caracteriza por tener
tres sépalos —dos pétalos y un lobelo— extremadamente sugerentes que mezclan
sensualidad y belleza en una sola flor, evocando la idea de la fertilidad
femenina. Según el color, se le atribuyen varios significados: la orquídea roja
expresa deseo intenso; la blanca, pureza; la amarilla, como esa que llevas en
el pecho, erotismo; la violeta, sabiduría y prudencia; la rosa, amor y cariño; la
azul, paz y armonía.
—Lo
ves, te lo dije. Sabe mucho de Orquídeas. ¡Si supiera lo mismo sobre las
mujeres otro gallo le cantaría! Entonces —escrutando a Cristina— esa Orquídea
amarilla que llevas en el pecho, ¿significa erotismo?
En
ese momento, el camarero comenzó a retirar los platos de cada uno y las fuentes
donde habían servido la ensalada y las croquetas, para cambiarlos por unos
nuevos, depositando la bandeja con el secreto ibérico en el centro de la mesa,
mientras preguntaba si todo estaba bien. Tras recibir el plácet de los clientes,
se dispuso a descorchar una tercera botella de vino, para llenar las vacías
copas de los comensales. Toda esta rutina, salvó por la campana, a Cristina que
no tuvo que responder a la impertinente pregunta de Costanza. Y, por el
contrario, le permitió a ella, preguntarle sobre Willy.
—¿Por
qué dices que Willy sabe poco sobre mujeres? —Y dirigiéndose a Willy, lo
interpeló con una pregunta no menos impertinente que la que le hizo a ella
Costanza— ¿Has tenido alguna experiencia traumática con ellas?
Willy,
para ganar tiempo y dejar que contestara primero Costanza, cogió la copa y comenzó
a beber despacio, muy despacio, dando a entender que lo estaba saboreando. Por
su parte, Costanza, se escudó en el móvil, al que volvió a consultar, y se
demoró en guardarlo. Ante la mirada inquisitiva de Cristina, que esperaba una
respuesta, Costanza le dice:
—Lo
siento, pero no puedo quedarme luego a tomar una copa como habíamos quedado. Mi
hermana no para de wasapearme para que vaya cuanto antes a casa de mi madre
cuando termine de cenar. Al parecer, mi madre está muy impertinente preguntando
por mí. —Y dirigiéndose a Willy, le dijo—: Si no te importa te quedas con
Cristina y van a tomarse una copa juntos. No quiero dejarla colgada una noche
de viernes. Bueno —mirando a Cristina a los ojos— si no te parece mal y te
apetece tomar una copa con éste pazguato.
—No,
no, en absoluto. —dijo, Cristina— Me encanta la idea de tomar una copa con este
pazguato. —y se echaron a reír, mientras Willy las miraba con cara de
incredulidad.
—Éste
pazguato —intervino, Willy— no cabe en sí de alegría por acompañar a tomar una
copa, o las que hagan falta, a una señorita tan guapa, que huele
estupendamente, que posee los ojos más bonitos que jamás haya visto, la boca
más sensual que exista, la sonrisa más diáfana de la tierra, y que, además, porta
una erótica orquídea sobre su pecho.
Cristina, halagada por el discurso
que acababa de oír sobre su persona, y sin apenas ruborizarse, levantó su copa,
invitando al resto de la mesa a hacer lo mismo, y propuso un brindis:
—Por nosotros; por este rato
estupendo; por amigas como Costanza; por pazguatos como Willy, que aumentan la
autoestima y acrecen el orgullo; por el vino, manjar de Dioses. Choquemos
nuestras copas, como propuso Dioniso, para que el sentido del oído pueda
disfrutar de su sonido, y digamos al unísono:
Bebamos,
comamos y engordemos,
y
si nos llaman gordos
hagámonos
los sordos.
Bebieron
cadenciosamente, degustando el vino: percibiendo el cuerpo, la astringencia y la
textura del exquisito Ribera; lanzándose miradas furtivas, con caras de
placer, con gestos de deleite, con ansías de diversión. Pasado ese momento de
regocijo, Willy se dirigió a Costanza.
—Entonces,
¿tienes que ir a casa de tu madre? ¿No será que acabas de quedar con Braulio?
¡Porque tanto mirar y mirar el móvil! —Y le lanzó una mirada cómplice, seguida
de un guiño y una sonrisa picarona.
—¿Quién
es Braulio? —Preguntó Cristina, desconcertada.
—No
le hagas caso —le dijo, Costanza. Y añadió—: Willy siempre recurre al mismo
truco para disimular sus fracasos con las mujeres.
—¿Yo?
¿Truco? ¿Me vas a decir ahora que Braulio es un personaje de ficción? —Le
preguntó a Costanza a la vez que se dirigía a Cristina, para decirle—: Venga,
dile que te cuente su perenne historia con Braulio. Bueno, yo casi diría que
Braulio es el Atreyu de su particular historia interminable.
Cristina,
extrañada y confusa, los miró, primero a Costanza y luego a Willy, y con
expresión de no comprender nada, les dijo:
—Vale.
Primero tú, Costanza, me vas a contar con pelos y señales quién es ese Braulio,
y por qué nunca me has hablado de él. Después tú, Willy, vas a relatar con todo
lujo de detalles, cuáles son los problemas que has tenido con las mujeres.
¡Tengo que saber con quién me voy a tomar una copa! …Sobre todo, para no
cometer los mismos errores y añadir mi nombre a tu larga lista de decepciones.
—Ja,
ja, ja. —se rieron estruendosamente, Costanza y Willy, mientras se guiñaban un
ojo y se cogían de la mano.
—Pero,
bueno. ¿Qué es esto? ¿Me lo van a contar o no? A ver si ahora resulta que
ustedes están emparejados y se están riendo de mí. ¡Jo, jo, jo! —se rio de una
manera forzada y como enfadada, mientras apartaba la vista y bebía un poco de
vino.
—No
te enfades, Cris. Lo nuestro —refiriéndose a la amistad con Willy—, es un amor
imposible, un amor de amistad, un amor como el del Sol y la luna, que se enamoraron
aun sabiendo que nunca podrían estar juntos. La primera vez que nos vimos, en
la cafetería del Instituto, nos quedamos prendados uno del otro, ¿te acuerdas,
Willy? —le preguntó, mientras le cogía la mano y lo miraba con una dulzura
infinita, a la vez que él asentía con la cabeza y acariciaba su mano— Desde el
mismo momento que nos enamoramos, comprendimos que nuestro amor era para
siempre, pero que era un amor de amistad, de cariño, de confianza, de
confidencia, de familiaridad, de cordialidad… de todo, menos de pareja, de
pasión, de sensualidad… Y es una pena, porque aquí donde ves a este pazguato,
es el hombre más maravilloso, fantástico, soñador, idealista y buena persona
que se pueda conocer. De ahí, los desencuentros que ha tenido con las mujeres.
—Vaya.
¡Así que eres una perita en dulce, un diamante sin pulir! —le dijo a Willy—.
Pero luego volvemos a su historia con las mujeres; ahora dime de una vez,
quién es ese Braulio? —Le insistió a Costanza.
—Braulio
es un pesado. Un compañero de Música que siempre estuvo detrás de mí y no me
dejaba ni a sol ni a sombra. A mí no me gustaba nada, aunque tocaba muy bien la
guitarra, la verdad…
—Sí,
sí, la guitarra —le interrumpió Willy, mientras hacía con las manos el gesto del
instrumento simulando el cuerpo de la mujer.
—Pues
sí, la guitarra. Aunque esa otra —imitando el gesto que había hecho Willy—
también se le daba bien. Aunque conmigo, le valió una sonora bofetada, ¿te
acuerdas, Willy?
—¡No
me voy a acordar! Si casi llegamos a las manos. Si no llega a ser por Antonio y
Ana, no lo cuenta. Pero aprendió la lección. Por lo menos contigo…
—Si,
la aprendió. Nunca más lo intentó. Aunque siguió insistiendo por WhatsApp, durante
muchos años… ¡Ja, ja, ja! El pobre, no se daba por vencido. ¡Era el rayo que no
cesa! Menos mal que lo planté y dejó de molestarme. Pero, Willy, siempre acaba
recordándomelo. A veces me pregunto si lo hará por celos —y miró a Willy
mientras le guiñaba un ojo.
—¿Ja,
ja, ja! ¿Celos, yo? ¿De ese? Mira, Costan, qué más quisiera ese pordiosero que
poseer el uno por ciento de lo que tú y yo tenemos.
—¿En
qué quedamos? —Intervino, Cristina— ¿Ustedes están liados, o no?
—¡Ja,
ja, ja! —Se rieron al unísono, Costanza y Willy, y éste le dijo a Cristina—:
Lo que tenemos, Costan y yo, es distinto a cualquier relación; diferente a
cualquier amistad; opuesto a una aventura; peculiar en sí misma y especial
entre un hombre y una mujer. En definitiva, es una relación inconfundiblemente…
emocional, interior, mística… como la que existía entre Santa Teresa y San Juan
de la Cruz. —Y dirigiéndose a Costanza, le dice— ¿Verdad, Reverenda Madre?
En
ese momento suena el móvil de Costanza. Le acababa de entrar un WhatsApp. Lo
mira; pone cara de estupefacción, y repite entre risas: —¡Ja, ja, ja!¡No me lo
puedo creer! ¡Ja, ja, ja! ¡No me lo puedo creer! ¿A qué no adivinan quién me
acaba de wasapear? —Y les enseña la pantalla con el mensaje que le acababa de
entrar de… ¡Braulio!
30 octubre 2016
Bueno no te molesto más
Una última cosa. Qué posibilidades
hay de que vos y
yo, follemos???
Jajajajaja ninguna neneeeee
El día que haya una guerra o una
pandemia mundial, hablamos
Chao
Holiiii
—¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji! —Rieron al
unísono, de manera escandalosa, bulliciosa, alborotada, hasta el punto que
atrajeron la atención del camarero, que se acercó y les preguntó si todo iba
bien. Les retiró los platos y la bandeja del secreto ibérico y les ofreció la
carta de postres. No podían parar de reír. Se disculparon con el camarero y
rehusaron a los postres. Pidieron tres cortados naturales y la cuenta.
—¡Qué persistente es el jodido Braulio! No lo conozco
—dijo, Cristina— pero no me cabe la menor duda que se quedó colgado de ti.
—¡Hace cuatro años y todavía guardaba la conversación!
—Comentó, Willy. Y le dijo a Costanza—: Tú quieres ver que el dichoso
coronavirus este de los cojones lo inventó Braulio para cobrarte la promesa que
le hiciste. —Y volvieron a reírse a mandíbula batiente mientras se terminaban
el cortado.
—¡Eh! Que aquello no fue una promesa —dijo, Costanza,
contrariada—. Fue una argucia para quitármelo de encima.
—Sea como fuere —intervino, Cristina—, viene a
cobrarse su deuda. ¡Y este es de los que no olvidan!
—¡Pues va apañado! —dijo, Costanza, con cara de pocos
amigos y actitud decida—. ¡Este niñato me va a oír! ¡Voy a cortar de una vez
por todas! —Y cogió el móvil para enviarle un WhatsApp que pusiera punto y
final a tamaño despropósito.
Hoy
Holiiii
Mira, niñato. Por si no te había
quedado claro hace cuatro años
te lo digo ahora
NO VUELVAS A CONTACTAR JAMÁS
CONMIGO
Y si tienes ganas de follar
follate a la Covid-19 a ver si uniendo a los
dos bichos, explotan, se mueren y desapareces
de mi vista para siempre.
Con actitud enérgica y decidida, le dio al botón de enviar
y les enseñó la pantalla a los demás que aplaudieron la decisión, y comenzaron
a reírse por mandarlo a follar con el coronavirus. Pagaron la cuenta, le dieron
las gracias al camarero —al que le dejaron una generosa propina—, y salieron a
la calle.
—Bueno, yo me voy a casa de mi madre a ver qué quiere
de mi —se tocaron los codos y le dijo a Cristina—: Los problemas de Willy con
las mujeres que te los cuente él. Y tómense una copa mi salud.
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