lunes, 23 de noviembre de 2020

EL REENCUENTRO

No hizo más que salir por la puerta, cuando se fue corriendo a buscar el móvil para encenderlo y esperar, ansiosa, la llamada de Willy. Nada más encenderlo, comenzaron a entrarle llamadas perdidas. Hasta ocho veces la habían llamado. Todas eran de Costanza. Y en todas había dejado el mismo mensaje en el buzón de voz. «Cris soy yo, Costanza. Te estoy llamando para saber cómo te fue anoche con el bobito de Willy. Llámame en cuanto puedas. Un beso». Simultáneamente, le entraron otros tantos mensajes de WhatsApp. También de Costanza.

 Hoy

                                                                                   Buenos días.

                                                                                   Tienes el móvil apagado??

                                                                                   No hago más que llamarte y me sale

                                                                                   apagado o fuera de cobertura

 

                                                                                   Oyes, me tienes preocupada…

                                                                                   Y un poco marginada. Llámame

                                                                                   Cuanto antes, por fa…

                                                                                    😘😘😘😍                                                                                                                                                                        

Se sintió abrumada y no sabía que hacer: si llamarla, wasapearla o ignorarla. Sólo podía pensar en Willy. Si la iba a volver a llamar. Si tardaría mucho en hacerlo. Se fue a la terraza a coger un poco de sol mientras regaba las orquídeas, pero no podía dejar de pensar en Willy. Era la primera vez que las regaba en silencio, sin decirles nada, sin comunicarse con ellas, como era su costumbre. Incluso evitó mirar el cuadro de Soey que tanto le gustaba, para no sentirse vulnerable y débil. Cuando terminó de regar se fue corriendo a la habitación y se puso delante del cuadro. Lo agarró con las dos manos. Lo miró fijamente y se tomó su dosis de medicina habitual.

—Ya llamará si quiere. —Se dijo en voz alta mientras salía—. Y si no también. Él se lo pierde.

En ese momento sonó el móvil y el corazón le dio un vuelco. No sabía dónde lo había dejado y corrió como una loca a buscarlo. Lo encontró en la mesa de la cocina. ¡Pero no era él! En la pantalla apareció la cara de Constanza. Dudó un instante si cogerlo o no. Al fin se decidió y cogió la llamada.

—¡Hola!

—¡Menos mal que contestas! Llevo no sé cuántas horas llamándote y me sale el buzón de voz. Y WhatsApp, ni te digo la cantidad que te he enviado. Bueno ya los habrás recibido. ¿Cómo estás? ¿Estás bien? Y el bobito de Willy, ¿está contigo? ¡Dime algo mujer que me tienes ansiosa y preocupada!

—¿Pero tú te has oído? —Le respondió Cristina—. ¡Si no me dejas hablar!

—¡Que exagerada eres, Cris! Venga, cuenta, cuenta. ¿Qué tal anoche? A que Willy es un buen chico. ¡Cuenta, mujer!

—Si. Todo muy bien. Perfecto, genial, majestuoso, fantástico, sensacional. Pero ahora no tengo ganas de contarte nada y menos por teléfono.

—¡Pues voy para allá inmediatamente y comemos juntas! No te preocupes por la comida. Pedimos un Glovo —y cortó la conversación.

Cristina se quedó con la palabra en la boca sin saber qué hacer, ni qué decir. Por un momento se quedó paralizada y no supo reaccionar. Sabía que en poco tiempo estaría allí Costanza porque vivía a sólo tres calles de distancia de su casa. ¿Qué le iba a contar? ¿Qué le gustaría a Willy que le contara? ¿Cuánto debería saber Constanza de lo ocurrido anoche? Estaba hecha un lío. Se puso nerviosa y no atinaba a saber qué hacer. ¿Debería llamar a Willy para contárselo y que le dijera qué le podía contar y qué no? Pero no tenía el número del móvil de Willy, y lo que era peor ¡no la llamaba! Y eso que ya había tenido tiempo de ducharse, vestirse como un hombre y ¡llamarla! Por otro lado, Costanza era su mejor amiga, su hermana, su confidente y, desde hacía unas horas, le rondaba por la cabeza que podía ser ¡su suegra! A ella precisamente no podía ocultarle nada. La verdad es que estaba hecha un lío. En esas estaba cuando sonó el portero eléctrico.

—¿Sí?

—¡Soy yo! Abre.

Le abrió la puerta del edificio y dejó entreabierta la de su casa. Mientras escuchaba el ruido del ascensor que anunciaba la subida de Costanza, se fue a sentar en el sofá de la sala para esperarla y recomponer su figura.

—¡Hola! Llegué…

—Pasa y cierra. Estoy en la sala.

—¿Qué haces ahí sentada? ¿Por qué tienes esa cara? —Le dijo, mientras se dirigía deprisa hacia ella para abrazarla y darle dos besos.

—¿Qué cara tengo? Estoy bien. No me pasa nada.

—Cris. Que soy yo. No me mientas. No puedes. Sabes que te conozco mejor que si te hubiera parido. ¡Ahora mismo me lo vas a contar todo!

—No hay nada que contar. De verdad. No sé por qué te empeñas…

—No me vengas con cuentos. Mira Cris, esta mañana llamé a casa de Willy y no me lo cogió. Luego le envié unos WhatsApp y tardó un año en contestarme. Me confirmó que estaba aquí contigo, pero no quiso decirme nada. Tu teléfono estaba apagado. Tardaste en devolverme las llamadas. Ahora llego, no está Willy y te encuentro sentada y aturdida en el sofá con cara de haber bajado al Hades. ¿De verdad no tienes nada que contarme?

—Tienes razón. A ti no puedo, ni debo ocultarte nada. ¡Soy una boba! ¡Soy una boba! La noche fue maravillosa. Desde que nos fuimos a tomar la copa, hasta que nos perdimos por las calles de La Laguna paseando, abrazados y en silencio, como dos felices enamorados. Luego lo invité a subir, nos tomamos una copa y le sugerí que se quedase a dormir. ¡Oh, Costan? —y le agarró fuertemente las dos manos mientras la miraba a la cara— ¡Que noche pasamos! Willy es un amante excepcional y una persona maravillosa. El despertar fue fascinante. La noche había sido un simple aperitivo de la alborada, y el postre volver a descubrir el majestuoso amanecer de la Mesa Mota abrazada a Willy. Preparamos el desayuno en bata…

—¿Cómo que en bata? —la interrumpió Costanza.

—¡Ay, Dios! Ya metí la pata. Mira que me pidió que no te lo dijera.

—Que no me dijeras, ¿qué?

—¡Prométeme que no le dirás nada! ¡Prométemelo! Si no, no te cuento nada más.

—Vale. Prometido. Pero ¿qué es lo que no puedo decirle?

—Pues… ¿te acuerdas de la bata rosa con flores, de muselina, que me regalaste hace unos años por reyes?

—Sí. Claro. Preciosa. ¿No le gustó verte con ella? ¡Pues te queda monísima!

—¡Ja, ja, ja! A mí sí, pero a él, no tanto.

—¡Ja, ja, ja! ¿Me estás diciendo que Willy se paseó por tu casa con la bata rosa puesta? ¡Ja, ja, ja! No me lo puedo creer. ¡Lo que daría por haberlo visto! Le habrás sacado una foto, ¿no? Dime que tienes una foto de Willy con tu bata rosa… ¡Ja, ja, ja!

—No. Mi teléfono estaba sin batería. ¡Por favor no le digas que te lo conté! Me lo pidió expresamente.

—Vale. Estate tranquila que no le diré nada. Se lo sacaré hábilmente… ¡Ja, ja, ja! Madre mía lo que me perdí... Pero no entiendo por qué estás así. Todo lo que me has contado hasta ahora es maravilloso. ¿Pasó algo más?

—Bueno, le conté mi historia, ya sabes. Lo mucho que me ayudaste y el sentido de los cuadros de Soey. Pero cuando se fue el mundo se me vino abajo. Creo que me he enamorado de Willy —y se echó a llorar en los brazos de Costanza.

—¡Mi niña! ¡No llores! ¡Deberías estar alegre y contenta! No te podías haber enamorado de una mejor persona. Además, si eso ocurriera, yo me convertiría en tu suegra… ¡ja, ja, ja!

Al escuchar la broma que le había dicho Costanza, comenzó a llorar más fuerte. Costanza no la podía consolar con nada. La abrazaba, la besaba, la zarandeaba… pero nada surtía efecto.

—Pero ¿qué te pasa? No entiendo nada, Cris.

—Es qué —comenzó a hablar entre sollozos— casualmente le dije la misma broma a Willy. Le pregunté si tú podrías llegar a convertirte en mi suegra. ¡Fíjate tú! Las dos pensamos lo mismo —comenzó a secarse las lágrimas—. ¿Y sabes cómo reaccionó? Se levantó como un resorte y se despidió alegando que se tenía que ir a duchar y cambiarse de ropa.

—¿Eso es todo? ¿Por eso estás así? —le dijo Costanza, mientras la cogía por los hombros y la miraba a los ojos—. Me parece que la «bobita» vas a ser tú de ahora en adelante. Estás viendo demonios donde no los hay. ¡Venga, sécate esas lágrimas! Pues no me habías asustado…

—Eso no es todo. Antes de marcharse me dijo que cuando se duchara y se vistiera con ropa limpia, me llamaría para que tuviera su número de teléfono. Él tenía el mío porque se lo di por la noche mientras nos tomábamos la copa en la terraza. ¡Mira la hora que es y todavía no me ha llamado! Seguro que no quiere hablar más conmigo.

—Pero, ¿tú te estás oyendo? —la interrumpió Costanza— ¡Pero si no hace ni tres horas que se fue a su casa! ¡Ni siquiera a mí me ha llamado! Y eso que le dije que me tenía que llamar para contármelo todo con pelos y señales. Venga suénate y sécate esas lágrimas —y le tendió un pañuelo.

Mientras se secaba las lágrimas y se sonaba entre hipidos, sonó el móvil de Costanza. Lo saca de su bolso, lo mira y le dice a Cristina que era Willy.

—¿Qué pasó? Me llamas para contármelo todo, ¿no?

—Que no, pesada. Por teléfono no te voy a contar nada. ¿Cuándo nos vemos?

—Pues… no sé. —se encontraba en una encrucijada. No podía dejar así a Cristina, pero tenía unas ganas enormes de ver a Willy— Hoy voy a estar ocupada. Ya te llamo y quedamos.

—¿Te pasa algo? De verdad que estas tan ocupada que no puedes verme para atiborrarme a preguntas sobre Cristina. Eso no me lo trago. ¿Está enferma tu madre?

—No, hombre. No seas gafe. Y si no me llamas para contarme nada, ¿para qué me llamaste?

—Pues… para pedirte el número de teléfono de Cristina. Anoche me lo dio, pero debí perderlo. Y quedé en llamarla.

—Vale. Te mando el contacto por WhatsApp. Pero no olvido que me llamas por compromiso, ¡eh! Que, si no fuera porque se te perdió el número de tu amada, no me llamas. ¡Ah! y anota todo lo que tienes que contarme, bobito. Un beso… —y cortó la llamada.

—¿Lo oíste, bobita? No te había llamado porque perdió el número de tu móvil. Enseguida te llama.

Cristina se levantó y se dirigió a la habitación seguida de Costanza. Comenzó a mirar por todos lados como buscando algo. Se agachó para mirar debajo de la cama y encontró el posavasos en el qué le había escrito su dirección la noche anterior. Se lo enseñó a Costanza con una cara de satisfacción y alivio que no podía disimular.

—Vaya, parece que anoche hubo un fuerte torbellino de pasiones. Un terremoto capaz de sacar de los bolsillos las direcciones más insospechadas. ¡Mi madre, lo que zarandeaste al pobre Willy para que lo perdiera debajo de tú cama! Y tú imaginando la más drástica de las situaciones, poniéndote en lo peor, figurando mil disparates. ¿Sabes lo que te hubiera dicho Willy?

—No. ¿Qué? —le dijo con cara compungida.

—Pues… que aplicaras la navaja de Ockam. ¿Sabes lo que es?

—Si. Que, ante un fenómeno cualquiera, y en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable. He tenido un buen maestro.

—¡Ja, ja, ja! Ya veo que Willy no pierde el tiempo.

Mientras hablaban, sonó el móvil de Cristina. Era un número desconocido. Miró extrañada a Costanza y respondió:

—Si ¿Quién es? —Y puso el manos libres.

—¡Soy yo, bobita! Anota mi número.

—¡Willy! —respondió con un tono cargado de júbilo, mientras miraba a Costanza con una expresión de inmensa alegría— Pensé que nunca ibas a llamar.

—No seas exagerada. Apenas hace tres horas que no nos vemos. Además, perdí el posavasos y tuve que llamar a Costanza para pedirle tu número. Se me debió caer en tu casa. Si lo encuentras guárdamelo, por favor, que quiero conservarlo como un tesoro.

—Vale, miraré a ver. Enseguida guardo tú número en el móvil. ¿Cómo estás?

—Bien. Gracias. Duchado, vestido y oliendo a hombre, porque la bata que me prestaste olía a ti.

—¿Y no te gusta oler a mí?

—La verdad es que prefiero olerte a ti. Oler tu fragante, aromática y balsámica piel.

Costanza la miraba poniendo caras de burlas, choteo, pitorreo, maringuangas y regañizas, mientras le hacía señas con las manos de que ella no estaba allí.

—Pues cuando quieras puedes pasar a olerme —le dijo en tono seductor.

—Para eso te llamaba. ¿Te apetece que comamos juntos?

—¡Pues, claro…! —Costanza casi se la come con la mirada. Con las manos y la cabeza no paraba de decirle que no, agitando los brazos como si se le fueran a partir—. Pero es que como no llamabas quedé con una amiga para comer. Lo siento mucho. De haberlo sabido…

—Costanza seguía insistiendo con los efusivos gestos diciéndole que no, y se tocaba su cara con la palma de la mano dándole a entender que era una carota.

—¿Una amiga? Y ¿dónde van a comer?

—Pues, aquí. Ella no tenía muchas ganas de salir y como hace tanto tiempo que no nos vemos nos apetecía quedarnos en mi casa para charlar. Seguramente pediremos un Glovo.

—¿Un Glovo? ¿Con una amiga que hace tiempo que no se ven? Pues si me lo permites te puedo hacer una sugerencia.

—Sí, claro. Te lo agradezco.

—Vamos a ver. Yo creo que, para impresionar a tu amiga, para ganarte su confianza, para conseguir deslumbrarla, deberías pedir una arepa, una Reina Pepiada. ¡Seguro que se quedará emocionada por tu elección!

—¿Una Reina Pepiada? —Preguntó desconcertada mirando a Costanza, mientras ésta ponía cara de cabreo.

—Si. Una Reina Pepiada. Es la emperatriz de las arepas. Está rellena de pollo, aguacate, cebolla, ajo, un poco de limón y mayonesa. ¡Seguro que le va a gustar! Además, el aguacate le da un toque afrodisiaco, estimulante, excitante, que la transportará a otras ocasiones, a otros momentos incitantes, a…

Costanza le quitó violentamente el móvil de las manos a Cristina que se quedó de una pieza, y con cara de pocas amigas le gritó a Willy mientras gesticulaba alocadamente con la mano izquierda.

—¡Sí! ¡La amiga soy yo, listillo! —Cristina la miraba sorprendida con cara de no saber de qué iba la cosa—. ¿Te crees muy gracioso? Pues la cara de risa boba que tienes ahora se te va a quitar. ¡Acabo de ver una foto tuya con una bata rosa monísima y con medio culo al aire! ¡Ja, ja, ja! ¿A que ahora no te ríes?

Cristina la miraba perpleja sin entender nada de nada. Se tiraba las manos a la cabeza y ponía cara de incredulidad mientras la movía a derecha e izquierda intentando que Costanza se callara y no dijera más barbaridades. Costanza extiende la mano con el móvil hacia Cristina y le dice:

—Cortó.

—Pero, pero, ¿Qué pasó? ¿Qué es esto? —Le preguntaba con la cara desencajada—. ¿Por qué te enfadaste por esa arepa? ¿Por qué sabía Willy que eras tú la amiga con la que iba a comer? ¿Por qué le dijiste que le había sacado una foto con la bata? ¿Por qué le tuviste que nombrar la bata? —Se sentó en el sofá, puso la cara entre sus manos y arrancó a llorar—. Willy no me lo perdonará jamás. Lo primero que me advirtió fue que no te lo dijera. No me volverá a hablar.

—¡Perdóname, Costanza! Soy una estúpida impulsiva y ese Willy sabe cómo sacarme de mis casillas. ¡Perdóname mi amor, perdóname! —La abrazó, la besó y comenzó a llorar con ella. Así estuvieron un buen rato abrazadas y llorando como magdalenas. Luego que dejaron de llorar se tumbaron en el sofá, una en dirección contraria a la otra, mirando hacia el techo con la mirada perdida.

—¿Y ahora qué hacemos? —masculló Cristina—. ¡Seguro que no me va a perdonar! La verdad es que no entiendo nada. Con lo bien que iba todo.

—No te preocupes, mi niña. Todo se arreglará. Ya lo verás.

Cristina se incorporó y se quedó mirando a Costanza que seguía con la mirada perdida. Seguía sin entender nada de lo que había pasado. Fue al baño y cuando salió se encontró a Costanza caminando por el salón.

—¿Te vas? —Le preguntó.

—No, no. Estaba aclarándome las ideas.

—Lo que no entiendo es cómo sabía Willy que tú eras la amiga que venias a comer conmigo, porqué me recomendó pedir esa arepa y porqué perdiste los nervios de esa manera. Sobre todo, porqué le mentiste con la foto de la bata. ¡Necesito una explicación, Costanza!  

—Siéntate. Te lo voy a explicar. Willy me llamó para pedirme tu número de teléfono y me preguntó cuando nos veíamos. Le dije que no podía porque había quedado con una amiga. Que ya lo llamaría. Cosa muy rara, debió pensar, porque yo le había urgido mucho en vernos. Después, te invita a comer y le dices lo mismo que yo le había dicho. Que no podías porque habías quedado con una amiga. Willy sumó dos y dos. Y como es muy intuitivo, pensó que esa amiga era yo y que estaba aquí. Lanzó el anzuelo. ¡Y yo piqué como un alevín!

—Ya, pero ¿qué tiene que ver esa arepa? ¿Por qué te enfureció tanto?

—Esa es otra historia. ¿Te acuerdas de Braulio?

—¿El del móvil? ¿El que te perseguía para acostarse contigo? ¿El que enviaste a follar con el coronavirus?

—El mismo. Una vez me invitó a cenar y yo accedí, en contra de la opinión de Willy que se enfadó muchísimo, para quitármelo de encima de una vez. Me llevó a una arepera del norte. Yo había pedido una de carne mechada y él una reina pepiada con un par de cervezas. Cuando nos las estábamos comiendo, se empeñó en que probara la suya. Me la acercó a la boca y yo la rehusé, entre otras cosas, porque no me gusta mucho la mezcla del aguacate con el pollo. Él insistió e insistió, una y otra vez, hasta que decidí probarla para que me dejara en paz. Cuando acerqué mi boca para morderla, intentó besarme. Entonces le di tan fuerte bofetón que le tiré la arepa, la cerveza, los platos y el servilletero. ¡Imagínate la que se armó con la arepera hasta los topes de gente! Desde entonces, Braulio y la Reina Pepiada, son el arma que utiliza Willy para reírse de mí y sacarme de mis casillas. Y con toda la razón, porque me lo advirtió una y mil veces, pero como soy una cabezota, no le hice caso.

—¡Ah, vaya! Ahora lo entiendo. Y como él te atacó con la arepa, tú se la devolviste mintiéndole con la foto de la bata. ¡Son como niños!

—Sí, la verdad que sí. Y si no fuera porque estás por medio y no tienes culpa de nada, ahora me estaría partiendo de risa. Y seguro que él también lo estaría. Pero creo que nos hemos pasado. Al menos yo. Lo siento mucho, Cris. —la abrazó y la besó repetidamente.

—¿Y ahora qué? ¿Me perdonará Willy haberte dicho lo de la bata?

—Si. Ya verás que sí. Willy no es nada rencoroso. A mí seguro que ya me lo ha perdonado. Así que figúrate con lo enamorado que está de ti, ni te lo recordará.

—¿Crees que debo llamarlo? O ¿mejor espero que se le pase el enfado a ver si llama él? ¿Lo invitamos a comer y así, los tres juntos, nos pedimos perdón?

—No. Creo que lo mejor es que le demos su espacio. Ahora nosotras pedimos un Glovo, comemos, tomamos café, criticamos un poco a Willy, y luego me voy. Cuando yo lo haya hecho, lo llamas y lo invitas a cenar. Y después todo irá sobre ruedas entre ustedes. Mañana lo llamaré y haremos las pases, como siempre hacemos. Willy es un amor, pero sabe que tecla tocar para sacarme de mis casillas. Aunque yo no me quedo atrás con él. ¿Te parece?

—Vale. Tú lo conoces mejor que yo. Confío en ti. La verdad es que me gustaría conocerlo más y no perderlo. Por cierto, ¿sabes que no fue a cenar y nos encontró por casualidad?

—Ah ¿no? Entonces ¿cómo fue?

—Pues me vio pasar cuando me dirigía al restaurante, le gustó mi porte y mi fragancia, decidió seguirme y el resto ya lo sabes. ¡Chiquita suerte que estuviera contigo!

—¿De verdad? ¿Te lo dijo él? Willy no para de sorprenderme. No conocía esa faceta atrevida de él. Vaya, me alegro mucho de su arrojo.

Aclarados todos los puntos y con el ánimo más sosegado, se fueron a la cocina para buscar los folletos de propaganda, elegir lo que iban a comer y pedir el Glovo. Mientras esperaban que les trajeran lo que habían pedido se fueron a la terraza a tomarse un vermouth seco con unas aceitunas. Sonó el timbre del portero de la calle y se sorprendieron por la rapidez del Glovo.

—¿Sí? —Dijo Cristina por el telefonillo.

—¿Cristina? Vengo a traerle un paquete.

Pulsó el interruptor del telefonillo y esperó con la puerta abierta a que llegará el repartidor. Cuando salió del ascensor comprobó que no era el repartidor del Glovo. Un muchacho traía una orquídea envuelta en papel de celofán y una caja en papel de regalo con dos sobres.

—¡Hola! ¿Cristina y Costanza?

—Si, sí. Aquí es.

—Les traigo estos paquetes y los dos sobres.

—¡Muchas gracias! —Le dio una propina y se despidió. Cerró la puerta y se dirigió con la orquídea, el paquete y los sobres a la terraza.

—No era la comida. Mira lo que han traído. La orquídea es para mí con este sobre. El paquete y éste otro sobre es para ti. Toma.

—¡A ver! —Dijo Costanza. Cogió la caja y abrió el sobre que ponía. Perdóname… otra vez. Un beso. Rompió el papel de regalo que cubría el paquete y apareció una CAJA ROJA de NESTLE con bombones surtidos de chocolate negro al 70% de cacao—. ¡Mis preferidos! ¡Cómo no lo voy a perdonar y a quererlo como lo quiero! ¡Abre tu sobre, Cris!

—Si, sí. Voy a ver. Aguántame la orquídea. —Le dio la maceta a Costanza, rompió el sobre y lo leyó. Lo siento mucho. Soy un gilipollas. Te quiero. ¡Dice que me quiere! ¡Qué me quiere! Tenías razón, me perdonó lo de la bata. Y qué orquídea más bonita: es una Cattleya de color rosa con el libelo amarillo que conjugan el significado del amor y el cariño con el erotismo. Se le iluminó la cara y se abrazó a Costanza cubriéndola de besos. Pero ¿por qué nunca me habías hablado de él?

Volvieron a tocar en el portero. Esta vez era el Glovo. Comieron, bebieron, tomaron café, hablaron de Willy y se despidieron. Habían quedado en que Costanza lo llamaría al llegar a su casa para darle las gracias y pedirle perdón por lo ocurrido. Luego, lo llamaría ella para invitarlo a cenar y normalizar la relación.

Willy estaba nervioso sin saber cómo se habían tomado las chicas los regalos de desagravio que les había enviado. No había tenido noticias de ellas. Suponía que ya los habían recibido, pero ninguna de las dos lo había llamado. Caminaba intranquilo de un lado al otro del jardín de su casa. Pensaba mil disparates acerca de las reacciones de las dos chicas que más quería en su vida. Angustiado pensaba que había perdido para siempre a la mujer que más lo conocía, que más lo comprendía, que mejor lo entendía. Acongojado cavilaba con insistencia en la posibilidad de que Cristina no lo quisiera volver a ver. En eso estaba, cuando sonó el teléfono fijo. Corrió para que le diera tiempo de cogerlo no sea que fueran las chicas.

—¡Sí! ¿Quién es? —Era Costanza.

—Soy yo, bobito. ¡Gracias por el regalo! Me gustó mucho. Aunque debería estar enfadada contigo. ¿No sabes que el chocolate engorda? Seguro que quieres verme como una foca para que nadie me quiera. ¡Ah! Y te perdono. ¿Cómo no iba a perdonar al hombre más maravilloso de mi vida? Tenemos que vernos. Necesito darte una colleja y un gran abrazo, bobito. ¿El gato te comió la lengua? ¿Por qué no dices nada?

—Estaba angustiado pensando que te había perdido irremediablemente. ¡Jo! Menos mal que no ha sido así. Siento mucho lo que pasó. Yo también tengo ganas de verte y abrazarte. Y pedirte perdón. Y prometerte que nunca, nunca más, te nombraré a Braulio. ¿Cuándo nos vemos?

—No te preocupes. Ya habrá tiempo para vernos. Ahora tienes otras cosas en las que pensar. Sólo te puedo decir que la decisión de regalarle una orquídea a una experta coleccionista, no fue una buena idea.

—¿No? ¿No le gustó? ¡Jobar! Ahora sí que me caí con todo el equipo.

—No. No fue una buena idea… fue… ¡excelente!

—¡Me cago en…!

—¡Relájate! Ya sabes que todavía tengo que perdonarte, bobito. ¡Ja, ja, ja! Siempre picas…

—¡Jo! Costan. Con eso no juegues. ¿De verdad le gustó? ¿Qué dijo? ¿Qué cara puso?

—Bueno, en realidad, dijo que le gustaba más el chocolate mío porque orquídeas tenía muchas. Que no habías sido muy original.

—¡Me lo imaginaba!  Mira que lo estuve pensando. Pero…

—¡Ja, ja, ja! Has vuelto a picar, tonto de capirote. Está claro que el amor te ha obnubilado de tal manera que no puedes pensar con tranquilidad.

—¡Jobar, Constanza! Eres incorregible. ¿Entonces le gustó o no? —En ese momento sonó el móvil de Willy— Es Cristina. Ya hablaremos. —Y le colgó el teléfono.

—¡Willy! ¡Willy! No me cuelgues. Cuando nos…

—¡Hola! —Contestó al móvil con una voz de niño bueno que nunca hubiera roto un plato— ¿Cómo estás?

—¡Hola, Willy! Bien, bien. ¿Y tú?

—Bien, también. Acabo de hablar con Costanza. ¿Qué tal lo pasaron?

—¿No te contó ella?

—Bueno, poca cosa. En realidad, la dejé con la palabra en la boca cuando vi tu llamada en la pantalla del móvil.

—¡Ah, bueno! Pues nada. Corto para que la vuelvas a llamar…

—No, no, no. No me cortes, por favor. Ya quedaré con ella. Me dijo que le había gustado mucho la caja de chocolate… Y a ti… a ti… ¿te gustó la orquídea?...

—¿De verdad lo quieres saber?

—Bueno, si no quieres decírmelo o no te apetece, no pasa nada…

—En realidad, si quiero decírtelo y me apetece mucho contártelo, pero por teléfono no. ¿Te apetece cenar conmigo?

—¡Pues claro! ¿Cuándo?

—¡Cuando va a ser, bobito! ¡Esta noche! Ya estás tardando en venir. ¡Te echo mucho de menos, gi – li – po – llas!

—Vale. Estupendo. En cinco minutos estoy ahí. —Y cortó la conversación.

Se vistió para la ocasión y salió corriendo a un 24 horas para comprar una botella de vino que llevar. No tenían ningún Ribera. Dudó si comprar uno de los vinos que tenían en la estantería, pero no le convenció ninguno. Entonces, decidió pedirle un favor al camarero de La Carpintería. Al fin y al cabo, era un buen cliente, y a los clientes había que tenerlos contentos. Se acercó hasta el establecimiento, habló con el camarero y lo convenció para que le vendiera un par de botellas del Pago de los Capellanes. Contento se dirigió a la casa de Cristina con las dos botellas bajo el brazo. Tocó en el portero eléctrico y esperó ansioso escuchar la voz de Cristina.

—¡Sí! ¿Willy?

—Sí soy yo. Abre. —Empujó la puerta y cogió el ascensor que estaba en la planta baja. Al llegar al ático, Cristina lo estaba esperando en la puerta con los brazos abiertos.

—¡Hola! —Se abalanzó sobre él, lo abrazó efusivamente y lo comió a besos. Willy se dejó hacer porque tenía las manos ocupadas con el vino. Pero tenía unas ganas locas de soltarlas para poderla abrazar y perderse en sus besos. Ella lo arrastró hacía dentro sin dejar de besarlo.

—¡Me encanta que hayas venido! ¡Te echaba tanto de menos! —Y lo volvió a abrazar.

—Yo también te he echado mucho de menos. He traído unas botellas de vino para la cena. Espero que te gusten.

—A ver… ¡Pago de los Capellanes! Tú sí que sabes enamorar a una chica. —Cogió las botellas y las puso sobre la mesa de la cocina. Al darse la vuelta, la abrazó y la besó con tanta vehemencia y excitación que pareciera un marino que volviera a su casa después de una larga travesía de varios meses.

—¡Uf! —Dijo Cristina cuando la soltó— Me va a encantar que te vayas con más frecuencia y regreses más a menudo. ¡Esto sí que es un reencuentro! —Y lo cogió de la mano para llevarlo al salón y sentarse en el sofá.

—Cuéntame todo lo que ha pasado. Bueno, si hablaste con Costanza, lo primero que tengo que decirte es que la orquídea me gustó muchísimo. Porque conociéndolos como los voy conociendo, seguro que te dijo que no me gustó para ver tu reacción. ¿Me equivoco?

—En Absoluto.

—Pues sí. Me gustó mucho. Además, no la tenía. El color rosa con el libelo amarillo de la Cattleya, conjugando el amor y el cariño con el erotismo, fue una sabia elección. —Lo abrazó y lo besó.

—¿Qué te parece si antes de continuar nos servimos una copa de vino?

—Magnífica idea. Vamos. Mientras tu abres la botella, voy a por las copas. —Él se fue a la cocina y ella se dirigió al mueble a coger las copas y los posavasos que depositó sobre la mesa de centro. Eran cuatro: tres para las copas y la botella y el que se le había perdido la otra noche con la dirección de su casa. Willy apareció con el vino y sirvió las dos copas. Se fijó en el posavasos con la orquídea amarilla, y dijo:

—¡Vaya! ¡Lo encontraste! ¿Dónde estaba?

—Debajo de la cama. Pero lo peor fue el comentario de Costanza. Que, si te había estrujado, zarandeado, revolcado, y no sé cuántos participios más me soltó, mientras se reía.

—¡Ja, ja, ja! Costanza es la mejor. Se queda con todo. —Le acercó la copa de Cristina, levantó la suya y brindaron mirándose a los ojos.

—Ya Costanza me estuvo contando lo de la arepa y como tú la martirizas recordándoselo. Pero, a mí se me escapó lo de la bata, y ahora ella lo va a usar para contraatacar. ¡Lo siento! Me habías dicho que no se lo dijera, pero salió sin querer en la conversación. ¿Me perdonas?

—Me lo pensaré —dijo poniendo cara de interesante.

—¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

—¿Qué se te ocurre? —Le preguntó con picardía.

—Se me ocurre invitarte a que vuelvas a disfrutar, desde mi cama, del amanecer de la Mesa Mota. ¿Aceptas?

—No está mal para empezar…

—Precedido de una noche maravillosa, claro está. —Apuntilló picándole un ojo.

—Me va gustando…

—Y después un desayuno, en bata, mientras te presento a todas mis orquídeas a plena luz del día.

—¡Perdonada! Bebamos y sellemos nuestra reconciliación. —Levantaron las copas y brindaron por ellos, por el perdón, por el reencuentro y porque no hubiera más malos entendidos.

—¿Dónde podemos ir a cenar? Hoy sábado estará todo lleno. Y no me apetece compartirte con gente anónima a mi alrededor. Tal vez un guachinche en La Victoria. ¿Qué te parece?

—¡Estupenda idea! Pero tengo una mejor. ¿Puedo golisnear en tu nevera?

—¿En mi nevera? ¡Si, claro! ¿Quieres preparar la cena y comer aquí? —Preguntó con cara de asombro.

—Si me lo permites, sí. ¿Vamos a ver tus reservas?

Se levantaron y se dirigieron a la cocina. Abrió la nevera. La miró con detenimiento comprobando lo que había en ella. Al fin dijo.

—Bonito bubango. ¿Tienes cebollas y ajos?

—Si. En la despensa.

—Aquí veo un puerro y pimientos. Perfecto. ¿Y una lata de atún?

—Si. También. ¿Qué propones?

—¿Te apetece cenar un bubango relleno de atún al horno?

—Si. Mucho. ¡Me encantaría! Sobre todo, si lo cocinas tú.

—Pues no se hable más. ¡Manos a la obra!

—Y yo que hago. ¿Te ayudo?

—¡Por supuesto! Todo Chef que se precie tiene su pinche. —Cogió la cuchara de madera y tocándole los hombros, primero el derecho y luego el izquierdo, le dijo—: ¡Yo te nombro pinche del grandioso, maravilloso, fantástico y majestuoso Chef de las cocinas, Willy el Grande! —Cristina se echó a reír sin saber qué hacer—. Y tú primera misión es encontrar un delantal para tu jefe de cocina.

Se dirigió detrás de la puerta de la cocina y cogió el delantal para dárselo a Willy.

—Agáchese, señor cocinero para que éste humilde pinche le pueda poner el delantal por su cabeza. —Se agachó, siguiendo las indicaciones del pinche, momento en el que ella aprovechó para besarle en la boca mientras le introducía el delantal por la cabeza.

—¡Empezamos bien, querido pinche! Estás ganando muchos puntos. Me gusta mucho que seas así de aplicado. Primero, necesito un caldero con agua para cocinar levemente el bubango y que la piel no quede dura. Cuando puedas, enciendes el horno a 180⁰ para que se vaya calentando. Entretanto, iré picando la cebolla, el puerro, el pimiento y un ajo, en trozos pequeños. —Cristina le acercó el caldero con el agua, lo puso al fuego y encendió el horno. Le trajo la tabla para picar los ingredientes y cogió de la despensa una lata de atún—. Muy bien. Abre la lata, escúrele el aceite y desmenúzalo. ¿Dónde tienes la sal, la pimienta negra y algo de orégano?

—En la despensa. ¡Ahora se lo acerco, señor! —Hizo el gesto militar de saludar con la mano en la frente.

—Estupendo. Déjalo por ahí. Ahora necesito una sartén y aceite.

—¡Marchando! —Dijo alegremente Cristina que estaba disfrutando del momento. Le acercó la sartén y el aceite y salió de la cocina. Willy retiró el caldero con el bubango que ya estaba en su punto y colocó sobre el fuego la sartén. Mientras el aceite se calentaba le quitó el agua al bubango, lo puso sobre la tabla, y con mucho cuidado para no quemarse, lo partió por la mitad. En ese momento comenzó a sonar Nessun Dorma, de un disco titulado Las mejores Arias de Óperas, y Cristina apareció con las copas en la mano. Abrió una lata de aceitunas rellenas de anchoas y las colocó en un bol sobre la mesa. Le acercó la copa a Willy y le ofreció el bol para que picara.

—¡Eres la mejor pinche que jamás he tenido! Tendré que aprobarte la primera evaluación con nota. —Y le picó un ojo mientras le decía—: Remueve, por favor, las cebollas, el puerro, el ajito y los pimientos para que no se peguen. Mientras, yo voy a ir vaciando los bubangos. —Una vez terminado, troceó toda la pulpa extraída del mismo y lo agregó a la sartén. Rectificó de sal y añadió la pimienta negra y el orégano. Lo removió y añadió la copita de vino blanco—. Ahora hay que esperar un par de minutos para que el vino se evapore. Es el momento ideal para degustar este Ribera —bebieron—, probar las aceitunas —comieron—, y darle un beso a la pinche más guapa de los fogones —se besaron—. Ahora solo falta añadir el atún desmenuzado, revolver un poco, y esperar que todo esté ligado. ¿Tienes queso para fundir? Mozzarella, Cheddar o cualquier otro.

—No. Se me acabó. Pero tengo queso amarillo en lonchas que utilizo para los sándwiches mixtos. ¿Te vale?

—Si, perfecto. Le pondremos una loncha por encima a cada uno. —Retiró la sartén del fuego y comenzó a rellenar las dos mitades del bubango que cubrió con las lonchas de queso que Cristina había sacado de la nevera—. ¡Voila! Ahora unos diez minutos al horno y a comer.

—¡Que pintaza tiene! Se me hace la boca agua.

Willy cerró la puerta del horno, se levantó, cogió a Cristina por la cintura, y se pusieron a bailar, mientras sonaba el Aria de La Traviata, Libiamo, libiamo ne' lieti calici. Se abrazaron, se besaron, y bebieron hasta que el pitido del horno rompió el maravilloso momento de ensoñación en el que estaban sumidos. Él se acercó al horno para sacar los bubangos, mientras ella abría la segunda botella para regar la suculenta cena que tenían por delante. Entretanto esperaban un poco a que los bubangos reposaran, le dijo a Cristina:

—Mientras yo friego la loza tú puedes ir poniendo la mesa.

—¡De ninguna manera! —Dijo Cristina con voz enérgica— Eso es trabajo de la pinche. Tú siéntate aquí. —Le mostró una silla—. Y descansa.

—¡Vaya con los humos de mandona que tiene la pinche! Recuerda que el Chef es el jefe, el que manda. Y la pinche la que obedece. Además, se trabaja mejor en equipo. Así que tú a poner la mesa y yo a fregar. —Y le dio una cariñosa nalgada—. ¡Andando!

Con todo recogido y la mesa puesta, se sentaron a cenar. Le sirvió una mitad del bubango a ella, y él se puso la otra. Cristina había puesto unos palitos de pan con orégano y queso, y había rellenado las copas.

—¿Ves qué rápido se hace una deliciosa cena? Sólo es cuestión de tener los ingredientes adecuados y una pinche competente.

—¡Ja, ja, ja! Sobre todo, una pinche competente porque el Chef no hace sino mandar.

—¡Brindemos! ¿Cómo era el brindis que propusiste anoche que me gustó tanto? —Le dijo a Cristina mientras levantaban las copas.

—Bebamos, comamos y engordemos,

y si nos llaman gordos

hagámonos los sordos.

—¡Por nosotros!

Comieron, bebieron, hablaron de lo divino y de lo humano y se sintieron satisfechos por su primera cena íntima. El tiempo se les pasó volando y cuando el vino se les acabó, se miraron complacidos.

—¿Qué te parece si me visto y nos vamos a dar una vuelta por La Laguna? —Le dijo Cristina.

—¡Espléndida idea! Anda, vete a vestirte que yo mientras recojo la cocina.

—No. De eso nada. La cocina la dejas como está. Mañana es otro día.

—No seas pesada. ¿Cómo vamos a dejar esto así? Si son cuatro platos… Vete que esto lo arreglo en un momento.

—Esta bien. Eres un poco cabezota. Enseguida vuelvo. —Le dio un beso y se fue a vestir.

Entretanto, él fregó los platos, las copas, y los cubiertos. Dobló el mantel, guardó las servilletas, colocó las sillas y barrió la cocina. Al acabar, se dirigió al salón y se sentó en el sofá a esperarla. Como tardaba en venir, se levantó y comenzó a ojear los libros que tenía en la estantería. Había algunos muy interesantes: una enciclopedia de la historia del arte; el diccionario enciclopédico Espasa; algunos libros de enfermería; varios libros de poesía de Machado, Miguel Hernández, Lorca, Gabriela Mistral, Dulce María Loynaz, Amado Nervo, Borges, Mario Benedetti, Neruda o Rubén Darío, entre otros; no faltaba El Quijote ni algunos Episodios Nacionales de Galdós; muchos libros sobre las orquídeas: su cuidado y conservación, así como de fotos y descripción de especies. En eso salió de la habitación y no pudo seguir indagando en la interesante biblioteca que había reunido Cristina.

—¿Qué tal? —Le dijo mientras giraba sobre sí misma con un aire radiante— ¿Estoy guapa?

—Tú siempre estás guapa, te pongas lo que te pongas.

—¡Gracias! Eres muy amable. Pues cuando quieras.

—Nos vamos —y le ofreció el brazo derecho.











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