viernes, 20 de noviembre de 2020

EL DESAYUNO

 Abrió los ojos, y no reconoció lo que vio. La habitación estaba en penumbras, y apenas se podía distinguir nada más allá de dos metros. Se sobresaltó, y miró a su izquierda donde yacía un cuerpo extraño que no distinguió al principio. Inmediatamente, recordó que había dormido —si se le podía llamar dormir a lo que sucedió la noche anterior— en casa de Cristina. Aliviado, se incorporó apoyando la espalda en el cabecero para contemplar el desnudo cuerpo de ella. Estaba en posición decúbito supino. El brazo izquierdo extendido con la palma de la mano hacia arriba. La cabeza hacia el mismo lado como queriendo observar el final de la mano. El brazo derecho, abierto hacia el lado contrario con el codo doblado, y la mano tocándose la cabeza. Los dos pies separados: el izquierdo extendido y el derecho con la rodilla flexionada, queriendo tocar con la planta, la rodilla del pie contrario. Los pechos, turgentes y lascivos, ligeramente caídos hacia el lado izquierdo. El pubis depilado, le pareció el rico y placentero manjar de los dioses: la sabrosa ambrosía y el delicioso néctar que los ponía eufórico y les proporcionaba la inmortalidad y la eterna juventud. En ese momento pensó que el cuerpo de la modelo que le sirvió de inspiración a Soey Milk, en el cuadro que estaba colgado en la sala, se quedaba a años luz del erótico cuerpo de Cristina. Parecía una Ninfa de blanca piel, con ligeros tono de color rosa, y salpicada por algunos lunares. Estaba extasiado contemplándola, cuando ella se giró y lo tocó con la mano izquierda. Al sentirlo, abrió los ojos, y observó que la estaba contemplando. Esbozó una sonrisa mañanera, seguida de un bostezo y un estiramiento, y le dijo complacida:

—¡Buenos días, bobito! —Y se acurrucó junto a él usando su muslo de almohada, mientras le abrazaba su pierna izquierda.

—¡Buenos días, ninfa de las orquídeas! —Le respondió mientras acariciaba su cabeza— ¿Dormiste bien?

—¡Muy bien! —y se abrazó más firmemente a su pierna como no queriendo soltarla ni levantarse todavía. —Ven, acuéstate y abrázame.

Willy, se volvió a acostar. Pasó su brazo izquierdo por debajo del cuello de Cristina y extendió su pierna derecha sobre ella. Se miraron, y comenzaron a besarse lentamente, retrocediendo a cada beso, para volverse a mirar, como jugando al escondite. El deseo fue en aumento y las ganas de explorarse se acrecentaron. Willy recorrió todo su cuerpo a besos, desde la frente hasta el dedo gordo del pie derecho, deteniéndose con especial fruición en los lóbulos de las orejas, pues la noche anterior había descubierto que le producía mucho placer a Cristina. Al llegar a la boca, se detuvo el tiempo suficiente para saborearla como se saborea una fresa madura: comiéndosela poco a poco. Los pechos fueron una parada obligatoria y los pezones una inspiración que le llevó a rodearlos mientras los exploraba con la lengua. Mientras bajaba hasta el ombligo, acariciaba con sus manos los turgentes senos, a la vez que ella le acariciaba la cabeza con las manos. Al llegar al pubis, Cristina abrió las piernas instintivamente, invitándole a explorarla de una manera lujuriosa y lo guiaba sujetándole la cabeza, mientras gemía y se retorcía de placer. Cuando lo soltó siguió con su recorrido por los muslos hasta llegar a los dedos que libó, uno a uno, para deleite de su dueña. Ella se incorporó, le tendió las manos, y lo atrajo hacía sí, para fundirse en un abrazo infinito. Rodaron por la inmensa cama, a izquierda y derecha, besándose, acariciándose y haciéndose arrumacos. Aprovechando que él estaba debajo, Cristina comenzó a masajearle las orejas, mientras le comía la boca y él le apretaba las nalgas. Se incorpora, lo mira, le sonríe, y se desliza por su cuerpo buscando el pene que siente poderoso bajo su piel. Willy abre las piernas y muestra vigoroso su falo, que ella acaricia con ternura usando las dos manos. Después de masajearlo varias veces, lo introduce en su boca para saborearlo con todas y cada una de las papilas gustativas, mientras él se agarra fuertemente a la cama y extiende la cabeza hacia atrás para soportar el placer que lo invade. Los labios de Cristina recorren su miembro una y otra vez, de arriba abajo, deteniéndose lujuriosamente cada vez que llega al glande para humedecerlo con su saliva, y chuparlo libidinosamente. Willy se incorpora, la coge por los hombros, y la invita a que lo abrace. Se funden, cada uno en el cuerpo del otro, y están un rato sintiéndose, acariciándose, hasta que ella lo incita a que la ame, la penetre y se fusionen en un acto infinito de amor y de placer. Se movían lentamente, mirándose a la cara, besándose con fruición, con deleite, disfrutando de cada contracción, saboreando cada gemido. Rodaron por la cama, y ella se puso encima para llevar la iniciativa y gozar de su cuerpo hasta las últimas consecuencias. Mientras ella lo cabalgaba, él se retorcía de placer, hasta que llegó el momento infinito del clímax en el instante en que él eyaculó y ella perdió el control de los sentidos, de su corporeidad. Completamente relajados se tendieron uno junto al otro, mientras recuperaban la respiración, agarrados de la mano. Al cabo de un rato, con el ánimo sosegado, comentó Cristina:

—¡Ha sido increíble! Así da gusto despertarse por las mañanas.

—Si. Ha sido genial. ¡Me ha gustado mucho! Jamás he tenido un desayuno tan bueno. Tendremos que repetirlo a menudo.

—Y todavía falta el postre. —le dijo ella, mientras apretaba el interruptor de la persiana automática que estaba frente a la cama. A medida que se levantaba, entraba la luz del día en la habitación, dejando ver, a lo lejos, la Mesa Mota.

—¡Oh! —Un gesto de exclamación salió de la boca de Willy— ¡Qué maravilla!

—Ven. Apoya la espalda en el cabezal.

Se sentaron en la cama, y contemplaron desnudos la visión que la amplia cristalera, a modo de mirador, ofrecía de la Mesa Mota. Ella le rodeó su cuerpo con las manos y apoyó su cabeza en el pecho de él. Willy la abrazó con su brazo izquierdo. A medida que el sol iba subiendo se apreciaba los cambios en la tonalidad de los colores de la montaña. Era un auténtico espectáculo ver como los árboles recibían los rayos de sol y transformaban la melanina de sus hojas en una multitud de tonos de verde. La mañana de sábado despertaba esplendente en la Vega Lagunera. El sol se iba apoderando de la ciudad, y la vida renacía nuevamente. El cielo, de color azul intenso, servía de fondo para resaltar, aún más, la imponente figura de la Mesa Mota. ¡Era todo un espectáculo contemplar, extasiados, la evolución que se estaba produciendo ante sus ojos! La naturaleza renacía cada día desde las profundidades de la noche ofreciendo el espectáculo del renacimiento diario, sin que nos diéramos cuenta de ello, inmersos como estamos en las majaderías cotidianas que nos hacen perder la esencia de la vida.

—¡Muchas gracias Cris! ¿Te puedo llamar Cris? —Le preguntó.

—Tú me puedes llamar como quieras —le dijo sonriendo. Y apretando su cuerpo fuertemente, le preguntó—: ¿Por qué me das las gracias?

—Por todo. Por ti. Por la noche que me regalaste. Por el desayuno que me ofreciste. Por este espectáculo de la Mesa Mota. Por estar abrazada a mí. Por mirarme con esos ojos…

Sin dejarlo terminar, se incorporó y lo besó, diciéndole: —¡De nada! —Y le susurró, despacito, remarcando cada una de las sílabas—: Gi-li-po-llas!

Siguieron en la cama abrazados contemplando, como si de una pantalla de cine se tratara, la película que en 3D se proyectaba sobre la Mesa Mota. La paz inundaba el paisaje y se instalaba en la habitación. De pronto se fijó en un cuadro que estaba colgado en la pared de la derecha, obra de la artista coreana, Soey Milk, en óleo y collage sobre lino. Una hermosa mujer, con un alto contenido erótico y sensual, de porte elegante, aunque vulnerable, aparecía con los ojos cerrados y la cabeza ladeada, evocando un éxtasis romántico lleno de ternura y sensualidad. Estaba encima de la cama con los pies tapados con lo que parece una manta de patchwork. Un diminuto delantal dejaba al descubierto unos sugestivos pechos resaltados por unos seductores pezones sonrosados y fascinantes. La camisa, a medio quitar, mostraba los brazos desnudos hasta los codos, cubriéndole el antebrazo hasta la palma de las manos, donde los dedos sujetaban delicadamente unos borlones que descansaban sobre sus carnales muslos. La mujer mostraba una cara de ensoñación y encanto, sobresaliendo en un fondo que combinaba purpurina y pétalos de flores con pintura al óleo.

—¿Te gusta? — le preguntó Cristina, al percatarse que estaba mirando el cuadro.

—Si. Es evocador. ¿Tiene algún sentido concreto para ti?

—¡Uf! Tiene una larga historia detrás. Es un relato muy largo y complicado. No creo que te interese —le contestó con indiferencia como queriendo cambiar de conversación.

—¡Oh, no! Todo lo tuyo me interesa. Y ese cuadro tiene mucho que contar de ti, de tu personalidad, de tus sentimientos. Estoy seguro de ello. Pero si te sientes incómoda y prefieres no contarlo, lo entiendo perfectamente.

Se removió en la cama como si se encontrara contrariada, como si guardara un secreto inconfesable, como si hubieran penetrado en lo más íntimo de su ser. Alargó la mano para coger el edredón que estaba caído y lo arrastró hacia su cuerpo, como avergonzada de su desnudez, tapándose completamente.

—¡Que frío tengo! —Dijo intentando disimular su turbación.

—Si. Yo también. —Y se cubrió con el edredón, abrazándola tiernamente. Para no incomodarla más, cambió de conversación elogiando el buen gusto con que tenía puesta la casa. Ella se limitó a asentir con la cabeza. Se hizo un silencio incómodo durante el cual, trataba de consolarla acariciándola, mientras pensaba qué decir.

—Hace unos años —balbució Cristina— estuve profundamente enamorada de un hombre maravilloso. Tuvimos un romance perfecto. Nos queríamos como nunca imaginé que se pudiera querer. Compartíamos muchas cosas: la misma visión de la vida, del amor, del placer, de la pasión. Nos encantaba la música, el teatro, la ópera, viajar, leer, comer, beber… Nuestra vida sexual era plena, y satisfacíamos todas nuestras fantasías sexuales. Podría decirse que éramos la pareja perfecta. Pero un día, sin saber por qué, me di cuenta que algo había cambiado. No sabía qué era, ni por qué lo sabía, pero tenía la sensación que así era. No me atrevía a preguntárselo porque él seguía con la misma actitud de siempre, aunque una especie de frialdad o aburrimiento se había instalado en su exquisito trato conmigo.

—No tienes porqué contarme nada Cris. Siento mucho haber iniciado esta conversación, con lo bien que lo estábamos pasando. ¡Lo siento! —Le dijo, cortándole el relato, para que se sintiera mejor.

—¡Gracias! Eres muy considerado. Prefiero seguir desahogando. Es la primera vez que se lo cuento a un hombre. Siento que tú eres ese hombre que me comprenderá, que entenderá qué pasó con esa relación tan maravillosa que tenía y porqué se terminó.

—Agradezco la confianza que depositas en mí. Te escucho con mucha atención. —La abrazó y le besó la cabeza con un inmenso cariño— Aquí estoy para lo que quieras.

—Un día, no pude aguantar más la desidia, la abulia, la indiferencia en la que se había instalado nuestras vidas, y le propuse alejarnos de nuestras obligaciones cotidianas haciendo un largo y lejano viaje. Como a los dos nos gustaba mucho viajar, nos fuimos a Australia. Nos instalamos en un hotel de Sidney, con una impresionante vista a la Bahía. Los primeros días fueron maravillosos. El largo viaje y la distancia parecía que funcionaba. Tal vez la rutina en la que nos habíamos instalado era la culpable de la situación. Hacíamos excursiones, comíamos, bebíamos, íbamos al cine, al teatro… Después de las agotadoras jornadas hacíamos el amor con el balcón abierto para empaparnos del aire fresco y de las impresionantes vistas de la Bahía. Pero había un no sé qué en el ambiente que no se acababa de aclarar. Lo hablábamos, pero él siempre lo negaba aduciendo que me había vuelto un poco quisquillosa. Una noche, después de hacer el amor, me quedé con la sensación de que lo que habíamos hecho era follar. Salí al balcón para que me diera el aire en la cara y aclarar mis sensaciones, mientras él se quedaba dormido. No sabía, ni podía entender qué me estaba pasando. Me vestí y bajé al bar a tomar una copa para despejarme. Me senté en la barra y pedí un whisky con hielo. Sin saber qué pensar, con la mente embarrullada en mil pensamientos diferentes, con la mirada perdida y ajena a lo que me rodeaba, comencé a beber para aclarar mis ideas, pero éstas se volvieron cada vez más turbias.

Me fijé en un expositor que estaba sobre la barra que contenía propaganda y cogí un tríptico de la Casa de la Ópera de Sidney. Anunciaban las actuaciones que tenían lugar en cada uno de los cinco teatros que lo componen. En el Teatro de la Ópera, anunciaban Carmen, de Georges Bizet. Me vino a la mente la Habanera, y comencé a tararearla: «El amor es un pájaro rebelde que nadie puede domesticar, y no vale de nada que uno lo llame si él prefiere rehusarse». Decidí que asistiríamos a la representación para comprobar su reacción. Esa sería la piedra de toque para tomar una decisión. Apuré el whisky y me llevé el tríptico a la habitación. Por la mañana se lo propondría segura de que no pondría reparos ya que era un enamorado de la ópera.

Levantó la cabeza y mirándolo a los ojos, le preguntó:

—¿Te aburro?

—En absoluto —le dijo cariñosamente. La besó en la frente y añadió—: Me encanta escucharte. Estoy deseando saber el desenlace.

Cristina volvió a recostarse sobre su pecho. Suspiró aliviada, lo abrazó, y continuó con su relato.

—Mientras desayunábamos, le mostré el tríptico y le sugerí ir a verla. Entusiasmado, dijo que sí inmediatamente. El día pasó anodino, y por la noche nos fuimos hasta la Casa de la Ópera, donde ya habíamos estado en el Teatro para Drama, viendo el Sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Nos sentamos y comenzó la función. Yo estaba deseando que llegara la Escena Quinta para ver su reacción cuando la Mezzosoprano entonara la Habanera. Comenzaron a sonar los primeros acordes y entonó, L’amour est un oiseau rebelle que nul ne peut apprivoiser… Yo lo miraba de reojo y comenzaron a caerme las lágrimas. Él ni se inmutaba, escuchando atentamente. Mis lágrimas fueron en aumento decepcionada por su actitud. Ante mi reiterado sollozo se limitó a ofrecerme su pañuelo. Al acabar la función nos fuimos directamente al hotel. Durante el trayecto pensaba la mejor manera de manifestarle mi enojo. Dudaba entre pedir una habitación para mí sola o dormir en el sofá. Al final opté por lo más tradicional y alegué una fuerte jaqueca. Me pasé toda la noche con los ojos cerrados sin poder dormir, llorando calladamente, limpiándome las lágrimas sigilosamente, dándole la espalda mientras se dormía como un niño. A la mañana siguiente, mientras desayunábamos le dije que me volvía a Tenerife, y sin inmutarse me contestó que se lo temía porque me había visto muy desanimada últimamente, ofreciéndose a acompañarme al aeropuerto. Al llegar a la terminal de salidas internacionales nos dimos un abrazo y un beso como si dos compañeros de trabajo se estuvieran despidiendo. Le di la espalda y me dirigí al mostrador de la compañía aérea sin volver la vista atrás para no comprobar que ya no estaba allí. ¡Esa fue la última vez que lo vi!

—¡Que fuerte! ¿Y tú decías que ese te quería? No puedo imaginarme lo mal que lo tuviste que pasar —le dijo Willy, compungido.

—Recorrí medio mundo en avión, sola, rota por dentro. Cada vez que cerraba los ojos no lo veía a él, contemplaba a la Mezzosoprano entonando, L'oiseau que tu croyais surprendre battit de l'aile et s'envola... Llegué a Tenerife y me encerré en mi casa. Estuve una semana sin salir de ella, sin ver a nadie, sin contestar llamadas. Gracias a Constanza, que vino a rescatarme, pude superar el trauma que me produjo la ruptura.

—¿Cómo? —Preguntó sorprendido— ¿Constanza lo sabe?

—Si. Es la única persona que sabe mi historia. Bueno, y ahora tú.

Qué grande es Constanza. ¡Cómo la quiero!

—¡Oye! —Se levantó como un resorte, y cogiéndolo por el cuello, simulando que lo ahogaba, le dijo—. ¡Pero no quedamos en que ustedes no están liados!

—Mira que eres bobita. ¿Tú crees que si estuviéramos liados yo estaría aquí contigo?

—Lo sé, lo sé. Es una broma. Anoche me quedó meridianamente claro. Además, Constanza y desde ahora tú, son mis mejores y más leales amigos… ¡Gi – li – po – llas!

Se abrazaron y se acariciaron como diciéndose, «contágiame de amor con tus abrazos que yo te haré lo mismo con los míos».

—Todavía tienes que contarme lo de los cuadros, ¡eh!

—Si. Esa es otra historia. Mejor que la que te acabo de contar. Gracias a ella pude salir a flote. Pero primero, ¿qué te parece si nos preparamos un rico desayuno? ¿No tienes hambre?

—¡Uf! ¡Excelente idea! Pensé que nunca me lo ibas a decir. ¡Me muero de hambre! Pero como soy una persona muy educada no te decía nada, aunque ye te había puesto en mi lista negra por tacaña. ¡Ja, ja, ja!

Se levantaron de la cama y por primera vez se sintió desnudo. Ella rebuscó por el piso hasta que encontró su bata de levantar. Se dirigió al armario y sacó una bata rosa con flores, de muselina. Se la ofreció y el dudó entre cogerla o taparse con sus manos. Al fin se la puso y evitó la mirada de ella que no paraba de reírse.

—¡Ja, ja, ja! ¡Lo que daría porque te viera Constanza de esta guisa! ¡Ja, ja, ja!

Se dirigieron a la cocina y mientras él exprimía unas naranjas, Cristina preparaba unas tostadas que sirvió con mantequilla, mermelada de frambuesa, jamón cocido y queso. Mientras él ponía la mesa, ella colocó en el fuego la cafetera italiana. Durante todo el rato que duró la ceremonia, Cristina no paraba de reírse para sus adentros viendo la facha de Willy. Sin poderlo evitar, le dio una nalgadita y estalló a reír como una loca.

—¡De esto —le dijo con cara de pocos amigos— ni una palabra a nadie y menos a Costanza, eh!

Se sentaron a la mesa y comenzaron a desayunar. La ventana de la cocina daba a la terraza cubierta donde estaban las orquídeas. La vista era espectacular. El semblante de Cristina había cambiado y se mostraba espléndida, tranquila y confiada. Mientras desayunaban, el móvil de Willy que la noche anterior lo había dejado en la sala, no paraba de sonar.

—¿No lo vas a coger? —Le dijo Cristina.

—No. Son WhatsApp. Seguro que son las típicas tonterías de videos y memes sobre el coronavirus. ¡La verdad es que estoy un poco cansado de ellos!

—¡Cógelo! Está sonando demasiado. Igual es algo importante.

—Vale. Voy a ver. —Y se dirigió al salón con su erótica bata de muselina que malamente le cubría el cuerpo, para gozo y deleite de Cristina que no paraba de reírse.

—Lo que decía. Son WhatsApp. —Dijo desde la sala, y volvió a la cocina con el móvil en la mano y una sonrisa en la boca.

—Por tú sonrisa picarona veo que son interesantes.

—¡Son de Costanza! Me pregunta que qué tal la noche, si estoy contigo…

—¡A ver! —Dijo espontáneamente, alargando el brazo. Y al darse cuenta, reaccionó diciendo— ¡Perdona, no quería ser indiscreta! —Y retiró la mano.

—No te preocupes, no es ninguna indiscreción. Me halaga que me trates con esa familiaridad. Además, habla de nosotros. Mira, te vas a reír —Y le dio el móvil para que lo mirara.

Hoy

                                                                                   Buenos días.

                                                                                   Dónde estás que no coges el fijo

                                                                                    Seguro que estás con Cris

                                                                                   Como si lo estuviera viendo

                                                                                  💃💃💃💃💃💃 

                                                                                    ¡Me lo tienes que contar todo!

                                                                                   Pero todo, todo

                                                                                   Con pelos y señales

                                                                                    ¿Cuándo quedamos?

                                                                                    Y vete anotándolo todo que te conozco                                                                                                          Y después me dices que no te acuerdas

                                                                                    No te llamo al móvil por si acaso

                                                                                   Pero voy a llamar a Cris

                                                                                   A ver que me cuenta ella

                                                                                   Seguro que me lo coge pq

                                                                                   Es una buena amiga, no como tú

Que eres un desabrido

 

Besitos, mi bobito preferido…

👄💋👄💋💓💕💞💘

 Cristina terminó de leerlos y comenzó a reírse, mientras le daba el móvil a Willy, que la miraba perplejo sin saber qué hacer ni qué decir.

—¡Me va a llamar! ¿Qué le digo?

—Lo que quieras menos que estoy vestido de esta guisa —y se echaron a reír—. Le voy a contestar que sí, que estoy contigo pero que tú estás en la ducha a ver si no te llama, ¿te parece?

—Si, vale. Perfecto.

Hoy

Hola…

Si, estoy en casa de Cris.

                                                                                   Uy, ¡Cris! Vaya confianzas…

😂😅😂😅😀😉😉

Luego te llamo, cuando llegue a casa

Cristina se está duchando…

Besitos…

                                                                                   Eh, no, no, no…

                                                                                   Cuéntame, ahora mismo

                                                                                   No me dejes así…

No seas pesada, luego te llamo

Que está a punto de salir de la ducha

Chao, chao…

💋💚💛😍😍

                                                                                   Pues yo la llamo de todas formas.

                                                                                   Y tú después me cuentas tu versión

                                                                                    🙋🙋

 

—Costanza en estado puro —dijo Cristina. Y añadió—: ¿Qué le decimos?

—No sé. Apaga el móvil. Luego le dices que te habías quedado sin batería. —Dijo Willy.

—Buena idea. —Y fue corriendo a apagarlo.

—Espero que no se le ocurra volver a llamarme porque tú no le contestas. Y yo no puedo apagarlo. Sería muy sospechoso. ¡Espero que no se le ocurra presentarse aquí! —Comentó Willy.

—No creo. Costanza será muchas cosas. Pero no es indiscreta. —Sentenció Cristina. Y añadió—: ¿Nos duchamos?

—¡Me encantaría ducharme contigo! Pero no tengo ropa interior limpia y no pienso ponerme una de tus bragas. Bastante tengo con esta bata. ¡Ja, ja, ja! Recojo la cocina mientras tú te duchas.

—¡Ja, ja, ja! Pues no sé si me gustaría más que te ducharas conmigo o verte con una de mis bragas. ¡Te aseguro que tengo algunas muy sexis! ¡Ja, ja, ja!

Se marchó a la habitación para coger la ropa limpia y ducharse. Willy se dedicó a recoger la cocina. Guardó la comida en la nevera y fregó la loza. Luego se dirigió a la habitación para recuperar su ropa que estaba esparcida por el suelo. Se vistió, hizo la cama y recogió la ropa que el día anterior llevaba puesta Cristina. Después se sentó en el salón a esperar que saliera de la ducha. Apareció Cristina en ropa interior con la toalla enrollada en la cabeza. ¡Parecía una diosa del Olimpo! Willy se quedó mirándola extasiado sin saber qué hacer ni que decir.

—¡Cierra la boca, bobito! Que se te ha quedado cara de gi-li-po-llas. ¡Te perdiste una ducha maravillosa! Enseguida salgo. —Y le dio un beso volado.

Cristina al ver la habitación recogida y la cama hecha, gritó desde la habitación. —¡Eres un chollo Willy! ¿Lo sabías? Recuerda que te de una llave de la casa cuando salga.

Estaba concentrado mirando las orquídeas cuando ella salió de la habitación peinándose la fabulosa melena color castaño que tanto resaltaba su nívea cara. Se dirigió al sofá y se sentó junto a él. Willy la olió y recordó la fragancia que lo había cautivado la noche anterior en el cruce de la calle La Carrera con Núñez de la Peña. Acabó de alisarse el cabello, puso el peine sobre la mesa de centro y se agarró al brazo izquierdo de Willy descansando la cabeza húmeda sobre su hombro. Él la besó en la cabeza y con la mano derecha acarició su rostro. Estuvieron así unos minutos que les parecieron una eternidad.

—Recuerda que me tienes que contar la historia de los cuadros.

—¡Ah! Sí. ¿Verdad que son bonitos? Y eso que no has visto el que está en la terraza. También es de Soey Milk. ¡Me encanta como pinta! Sobre todo, me fascina la inocencia seductora y erótica de sus modelos. Me seduce la sofisticación y elegancia con la que capta la esencia y serenidad de la belleza femenina. Pero por encima de todo me cautiva el mundo mágico, onírico, con el que expresa la vulnerabilidad, la angustia y el éxtasis de las mujeres. Sus cuadros me salvaron después de la historia que te conté.

—Entiendo. Los cuadros son el punto y aparte después de tu aventura en Australia. Sigue. Te escucho con impaciencia.

—Si. Se puede ver así. Yo los veo más como el inicio de un nuevo párrafo, en un nuevo folio, después de haber puesto el punto final en el arrugado folio que tiré a la papelera. Si no llega a ser, primero por Costanza y luego por los cuadros de Soey, no sé qué hubiera sido de mi vida. Éste cuadro que está sobre nuestras cabezas, titulado Soleado o Iluminado por el sol, lo coloqué aquí porque me gusta sentarme en aquella parte del sofá y contemplarlo mientras el sol se va apoderando de los múltiples colores de las orquídeas y los proyecta sobre el cuadro como si quisiera pintarlo, acabarlo, insuflarle vida a través de los colores. Y eso es el símil de mi vida después de la negra historia que te conté. Necesitaba renacer, volver a la vida, deshaciéndome de todo el ropaje que me unía a él. Desnudarme por completo, mostrarme como soy, y con la ayuda de las delicadas y tenues cuerdas de la autoestima, trepar hasta una nueva vida llena de colores. Me gusta verme en ese cuadro, sentirme ese cuadro. Cada día es una nueva oportunidad para colorear mi vida. Y los colores los tengo a la vista, en mis orquídeas.

—¡Qué bonito Cris! Me encanta el símil y la fuerza de voluntad que demuestras. Eres una mujer fuerte, positiva, luchadora, decidida. —La abraza con mucho cariño mientras la besa con suavidad en la cabeza. Añadiendo—: ¿Y el otro cuadro? ¿El de la habitación? ¿Qué historia tiene?

—El título del cuadro de la habitación lo dice todo: ¡Medicamento! Es mi auténtica medicina. Después de la trágica ruptura estuve casi un año de baja con depresión. Encerrada en mi misma no veía más allá de mi dolor. No salía de mi casa. El único contacto con el exterior eran las visitas de Costanza y la ventana de internet. Las palabras de ánimo de Costanza, sus largos silencios junto a mí, sus noches en vela en mi cama, sus cuidados maternales, me dieron el ánimo suficiente para arrancar. Gracias a ella, me volví a conectar a internet. Ahí conocí la obra de Soey, sus cuadros y dibujos. No soy creyente y mucho menos religiosa, pero el cuadro de la habitación se convirtió en una especie de fetiche religioso. Todas las noches, antes de acostarme, me acercaba a contemplarlo de cerca, lo tocaba, lo acariciaba y le hablaba. Siempre le decía lo mismo: «quiero ser como tú». Cada vez que me despertaba sobresaltada, que solían ser muchas veces, encendía la luz y lo miraba como pidiéndole fuerzas. En cierta medida me recordaba el cuadro de una virgen que mi madre había colgado en mi cama de niña.

—Es decir, que cambiaste tu fe religiosa por una fe icónica.

—Se podría ver así. Para mi no era fe en el cuadro. Era le necesidad de arrancarle la fuerza que expresaba. Esa elegancia y serenidad que revelaba la figura femenina. La sensualidad cargada de erotismo que la hacía fuerte. La inocencia seductora no exenta de sofisticación que exteriorizaba. Pero lo que mas fuerzas me daba era que todas esas cualidades se cimentaban en la vulnerabilidad y la angustia de la mujer. Se podía partir de cero y llegar al éxtasis a través del mágico mundo de las flores y el color. Cada día que pasaba, el cuadro y yo compartíamos un poco de esa fuerza vital, hasta que me convertí en la versión andante del mismo. ¡Esa fue y es mi auténtica medicina!

—¡Bonita historia Cris! Una verdadera crónica de esfuerzo y superación. Pocas personas lo consiguen con la entereza que lo has logrado tú. Debió ser muy duro, pero has demostrado tener un temple fuera de lo común. Me ha emocionado mucho el apoyo de Costanza. Es una persona excepcional.

—Si. Costanza es casi como mi madre. En lo bueno y en lo malo. ¡Por que mira que es pesada, mandona y protectora! Yo la quiero mucho. Y veo que tú también la quieres. Sólo espero que la quieras como yo, como una madre, una amiga, una hermana… —le dijo mientras lo miraba con cara de cordera degollada…

—Para mí Costanza es todo eso y mucho más. Es mi álter ego, es la persona en la que tengo confianza absoluta. Y creo que es recíproco. Pero no estamos enamorados ni podremos estarlo nunca. Nuestra relación es especial, única, irrepetible.

—Me alegro mucho por ustedes. Me encanta que tengan ese feeling. ¿Tú crees que Costanza pueda llegar a ser una buena suegra para mí? —Le dijo con socarronería.

—Bueno Cris, me tengo que ir. Necesito ducharme y cambiarme de ropa… ¡de hombre! —le dijo levantándose como un resorte.

—¡No te vayas! —imploró agarrándole por la mano.

—¡Volveré, te lo prometo! Tienes que enseñarme el tercer cuadro de Soey que tienes en la terraza y presentarme a todas y cada una de las orquídeas —le dijo mientras la abrazaba.

—Está bien. ¡Vuelve pronto, por favor!

—En cuanto llegue a casa, me duche y me ponga ropa que se pueda oler, te llamo para que tengas mi número de teléfono y para que me cuentes lo que te diga Costanza que seguro te estará llamando como una loca. Cuando enciendas el móvil no parará de entrarte llamadas perdidas de ella.

Cristina lo besó y lo abrazó con la pasión y añoranza que se besa y abraza al soldado que se va a la guerra, y no se sabe si volverá.




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