viernes, 20 de julio de 2018

ANTÍGUO AMOR, VIEJO AMIGO


Sentada junto al monumento que conmemora el desastroso accidente aéreo del 27 de marzo de 1977 en el que perdieron la vida 583 personas y 61 sobrevivieron, tras el choque de dos Boeing 747 de las compañías KLM y Pan Am, relee la novela de García Márquez El amor en los tiempos del cólera. El realismo mágico la transportaba en las alas de los sentidos figurándose un contexto de fantasía con personajes reales. El sol del mediodía, la elevada temperatura y la humedad reinante propiciaban que los sueños de Florentino Ariza y Fermina Daza, sus peripecias de los últimos cincuenta años y su periplo por el río bajo la bandera amarilla que indicaba cólera en el barco, la animaba a continuar navegando por el torrente de las emociones, adelante y atrás en el tiempo.

De niña soñaba con tener un amor romántico. Su pareja ideal era mayor que ella. Su misión era hacerla feliz, y consecuentemente vivir enamorados el resto de sus vidas. Le disgustaba pensar que su pareja tenía su misma edad. Necesitaba que fuera mayor, que tuviera experiencia, que la tratara con condescendencia y la respetara como mujer. No en balde, las figuras románticas de la literatura, como Madame Bovary  o  Anna Karenina, hablan de mujeres soñadoras, mujeres que se dejan seducir, mujeres que buscan el deleite en su libertad de elección aunque fueran reprobadas moralmente. El amor o es romántico o no es amor, era su lema al respecto. De ahí que la historia de amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza fuese su referente. En estas estaba, recordando frases del libro que la habían marcado; frases que le gustaba evocar imaginándose ser la protagonista; frases que degustaba con auténtica fruición; frases que la transportaba a tiempos remotos.

«Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados» Esta era la frase que repetía continuamente y que se sabía de memoria. Le recordaba su primer amor. Aquel amor romántico que nunca pudo poseer. Aquel amor con el que soñó el resto de su vida. Mientras pasaba la vida se repetía constantemente que algún día aparecería, que algún día volvería a encontrarse con él, que algún día tendría la oportunidad de editar su antiguo amor. Pensaba que cuando sucediera, «ambos se iban dejando traicionar por los recuerdos, hablándose sin quererlo, queriéndose sin decirlo, y terminaban muriéndose de amor por el suelo, embadurnados de espumas fragantes», y así daría por cumplido su sueño del amor romántico.

«La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado» para enfrentarnos al futuro con la necesidad de encontrar ese amor romántico que ha llenado nuestras vidas y que se ha convertido en el leitmotiv de la existencia. Lo tenía claro, «el amor se hace más grande y noble en la calamidad» de ahí que adentrarse una vez más en las páginas que narraban la historia de amor de Florentino Ariza y Fermina Daza le daba las fuerzas suficientes para seguir soñando. Soñaba con volver a verlo porque «tenía que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo»; tenía que contarle que «el hecho de que alguien no te ame como tú quieras, no significa que no te ame con todo su ser»; tenía que contarle que «le había llegado la hora de preguntarse con dignidad, con grandeza, con unos deseos incontenibles de vivir, qué hacer con el amor que se le había quedado sin dueño»

Su idea del amor, su cielo, como le gustaba llamarlo, estaba reñido con el matrimonio como se concibe tradicionalmente porque «el problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno». Esa idea la llevaba a dividir el amor en «amor del alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo» Todas estas ideas le fluían en la cabeza y bajaban hasta el corazón que lo tenía del revés, como le gustaba decir. Se imaginaba el encuentro con él y ensayaba una y otra vez cómo sería y que le diría: «Y lo miró por última vez para siempre jamás con los ojos más luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca en medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento: sólo Dios sabe cuánto te quise». Pensaba decirle con los ojos encendidos, con su cuerpo desnudo, con sus labios sensuales, con sus acogedores brazos «que nada de lo que se haga en la cama es inmoral, si contribuye a perpetuar el amor», con la idea de enseñarle «lo único que tenía que aprender para el amor: que a la vida no la enseña nadie». Estaba empeñada en hacerle comprender que el amor es un estado de gracia  y un fin en sí mismo al que no le hace falta motivos para aparecer.

Encontrarse con él después de tanto tiempo, tenerlo entre sus brazos, mirarlo perdidamente a los ojos, acariciarlo con pasión desenfrenada, ver sus cuerpos desnudos ardorosamente a través del espejo, besarlo vehementemente, esa era la ocasión que estaba esperando: le había llegado la hora de preguntarle y preguntarse qué hacer con el amor que se le había quedado sin amo. Todas estas ideas se le venían a la imaginación una y otra vez, revoloteando sin cesar en un contexto de fantasía,  como las abejas melíferas revolotean junto a la colmena. En su imaginación, el encuentro con aquel inveterado amor  «era como si se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor». Mi cielo, se repetía. Qué bonito amor, reincidía. Qué bonito sol, reiteraba.

«En el curso de los años llegaron por distintos caminos a la conclusión sabia de que no era posible vivir juntos de otro modo, ni amarse de otro modo: nada en este mundo era más difícil que el amor». Por eso, sentada en aquel banco en lo alto de la Mesa Mota, se atrevió a interpelarse a sí misma con la pregunta que Fermina Daza le hizo a su eterno amor:
« - ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -Le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses, y once días con sus noches.
-Toda la vida -dijo.»

En ese momento comprendió que su antiguo amor se había convertido en su vejo amigo.



martes, 10 de julio de 2018

ABRAZO VIRTUAL

Como todas las tardes se dirigió a su despacho pertrechado con todo lo necesario para ocuparse en pasarlo bien escribiendo. Encendió el ordenador y mientras se cargaba se dirigió a la pequeña Discoteca que ocupaba un lugar central en su Biblioteca. Pasó cuidadosamente el dedo índice por los lomos de los discos mientras inclinaba la cabeza para leer los títulos y se paró en un ejemplar con © 1989 The Decca Record Company Limited, London y editado en España por Polygram Ibérica, S.A., titulado Tutto Pavarotti, que era una selección de las mejores arias y canciones de Luciano Pavarotti, incluyendo la canción  «Caruso», de Lucio Dalla, en la que el histórico tener napolitano, al final de su carrera, abraza a la mujer que ama mientras contemplan la bahía de Sorrento.

Abrió el tocadiscos y comenzó con la liturgia preceptiva para escucharlo: sacó con sumo cuidado el disco de su envoltorio, metió el dedo índice de la mano izquierda en el agujero central mientras con la mano derecha pasaba con mucho mimo un paño antipolvo de microfibra. Levantó el protector contra el polvo del tocadiscos; colocó el disco, con la cara A hacía arriba, en el plato; accionó el  interruptor a 33 rpm; levantó cuidadosamente el brazo del tocadiscos y lo posicionó en el comienzo del disco; bajó el brazo lenta y firmemente hasta depositarlo en los surcos del principio……  « Qui dove il mare luccica e tira forte il vento…. ». Comenzó a sonar en la inigualable voz de Pavarotti.

Del mueble bar, modelo Art Decó, sacó una copa de licor y  una botella de cristal modelo Opalo 200 con tapón de corcho que utilizaba para guardar las mistelas a las que era tan aficionado. Se decantó por una de Ruda por sus propiedades digestivas. Se sentó en la mesa delante del ordenador, se sirvió una copa de mistela y fijó su mirada en el jardín. Por la ventana de la derecha se apreciaban las diversas variedades de orquídeas del género Cymbidium que embellecían el jardín en esta época del año. Las tenía de casi todos los colores: verde, marrón, rojo, blanco, amarillo y verde. Cogió la copa entre sus manos, la miró fijamente mientras le daba vueltas; la acercó a su nariz para aspirar profundamente el aroma de la mistela; bebió un trago y,  mientras la degustaba, se quedó ensimismado dándole vueltas a la idea que le llevaba rondando por la cabeza desde hacía unos días.

Había leído que «los abrazos y el contacto físico en general, reducen la producción de una hormona llamada cortisol, la cual favorece el estrés. Al reducir esto se aumenta la cantidad de serotonina y dopamina, las cuales de inmediato producen sensaciones de bienestar y tranquilidad». Estaba convencido de ello. En muchas ocasiones lo había experimentado: la protección que produce un abrazo, la confianza que genera, la seguridad que desprende, la fuerza que brinda. El abrazo físico tiene propiedades emocionales y psicológicas. Recordaba los abrazos en la literatura. «Los dos tenían escrita en la mirada la noche de desnudez en que soltarían las amarras y naufragarían juntos» La mujer habitada de Gioconda Belli; «Esa noche se sometió. Esa noche estaría cercada y encerrada dentro del cuerpo fálico, como un huevo puesto dentro de una copa de metal. Su libertad debería estar esa noche entre los pliegues del abrazo. Por una vez, no tendría miedo…» La segunda Lady Chatterley, D.H. Lawrence; «Los sabios han dicho que antes de la relación íntima, es necesario encender el deseo del menos apasionado, a través de ciertos preliminares que incluyen variados abrazos, caricias y besos» Ananga Ranga, Kaliana Malla.

Todo eso lo sabía. En mayor o menor medida lo había experimentado. Pero lo que nunca había sospechado era la sensación de bienestar y tranquilidad que le había aportado un abrazo ¡virtual! La intensidad no sólo era física sino espacial: llevaba varios días con la misma sensación de bienestar, tranquilidad y placer que le había producido dicho abrazo. Esta nueva experiencia lo tenía descolocado. Una y otra vez habría el Whatsap para leer y releer la conversación que lo había provocado. Ani, después de una larga, entretenida y amena conversación, cuando se iban a despedir le dice,
-          Espera.
-          ¿Sí?, le contesta él.
-          Dame un abrazo.
-          ¡Ahí va!
-          ¡Hum…..!  ¡Qué bueno!

En ese preciso instante él también se sintió abrazado, rodeado por las blancas manos de Ani, estrujado contra su pecho, envuelto en su cariño. Y esa sensación perduraba en su memoria, en su piel y, por supuesto, en su Whatsap que leía y releía constantemente.


jueves, 5 de julio de 2018

¡QUE PAREJA!


«El polvo en suspensión que comienza a aparecer y la ola de calor  que trae nos colocan en una situación de alerta por altas temperaturas que pueden rondar los 40 grados». Se desayunó con ésta noticia que lo puso de mal humor. ¡No soportaba el calor! Habría que cambiar los planes. En lugar del paseo mañanero por las calles de La Laguna y  de la cervecita a la sombra en una de las innumerables terrazas de moda, tendría que quedarse en casa para minimizar el intenso calor. Cambió la radio de canal y la sintonizo en la frecuencia 102.1 MHz: Radio Nacional de España, Radio Clásica. Abrió una Dorada Especial etiqueta negra, una lata pequeña de aceitunas rellenas de anchoas, se acomodó en su sillón favorito y comenzó a leer el libro de Yuval Noah Harari, Sapiens. De animales a dioses, mientras comenzaba a sonar la Sinfonía nº 9 en mi menor, Op. 95, conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo de A. Dvorak.

El día había dado para mucho. Sin olvidar la comida y la larga siesta reparadora, la lectura había copado todo su tiempo hasta el punto que sólo le quedaba la Parte IV, La revolución científica. El sol se había ocultado hacía un buen rato. Con la fresquita decidió salir a lagunear. Se vistió de manera informal y se dirigió como de costumbre a la zona de La Concepción. Buscó un establecimiento que ponía «local climatizado» y entró para sentir en la cara el fresco reparador que lo aislara del bochorno que había en el ambiente. Se sentó en la única mesa libre que había entre una familia de seis componentes y una pareja de jóvenes. Decidió tomar una cena frugal: una ensalada de la  casa,  unas sardinas gratinadas sobre compota de tomate y una copa de vino blanco afrutado Flor de Chasna.

Mientras esperaba que le sirvieran consultaba el Whatsaap que no paraba de sonar, y no pudo dejar de escuchar la conversación que mantenía la joven pareja que estaba a su derecha. Se estaban felicitando no escuchaba  muy bien por qué, pero los regalos que intercambiaban así lo atestiguaban. Ella le ofrecía un Huawei P20, negro,  con pantalla equilibrada: casi seis pulgadas (5,8) con tecnología IPS y una resolución de 2244x1080 en formato casi 18:9 y con densidad de píxeles de 428 ppp. « ¡Muchas gracias! Es muy bonito. Justo lo que necesitaba para consultar información cuando no esté en el Bufete. Pesa poco y es muy discreto». «Al parecer el chico es abogado», se dijo para sus adentros.

Por su parte, él ponía en la muñeca de ella un Bulova 96W202, cronógrafo de cuarzo con indicador de fecha, caja redonda de acero, esfera de madreperla blanca con 19 diamantes y brazalete de acero. « ¡Genial! Que preciosidad. Muchas gracias. Y lo puedo usar en el gimnasio y para tomar el pulso de los pacientes». «Al parecer ella es médica», pensó. Los jóvenes se miraron agradecidos por los regalos intercambiados y él pensó que seguramente celebraban el aniversario de boda; quizás de boda, no, parecían muy jóvenes para ello; tal vez el aniversario de su compromiso. En cualquier caso formaban una pareja perfecta para su gusto.

Después de dar buena cuenta de la ensalada de la casa, las sardinas gratinadas y sus dos copas de vino, hojeaba el Whatsaap en busca de algún amigo con el que cerrar la noche compartiendo un digestivo. La joven pareja, después de pagar y tomarse la última copa de vino, un Roble de Bodegas Protos con Denominación de Origen  Ribera del Duero que destaca por su aroma a sutiles frutas rojas con matices de vainilla y su sabor de matices afrutados, se disponían a marcharse. Se levantan, se abrazan, se dan un beso en la mejilla y ella comenta, «seguro que a mamá y a papá les va a gustar los regalos»

Mientras se alejan, los mira  anonadado con cara de incredulidad por lo que había pensado de ellos y las precipitadas  conclusiones que había sacado a raíz de la conversación que mantenían. Pero a la vez se decía para sus adentros « ¡Qué orgullosos debían sentirse sus padres al tener unos hijos tan bien avenidos; que satisfechos debían estar al tener un abogado y una médica! ».



miércoles, 4 de julio de 2018

VACACIONES DE VERANO


Como todos los días salió a dar su paseo mañanero por La Laguna. Desde hacía unos días notaba más gente de lo normal. Las calles presentaban un bullicio nada habitual. Las terrazas de los bares, cafeterías, tascas y cervecerías estaban atestadas de gentes. El paisanaje  no sólo había aumentado sino que se había diversificado: personas en edad laboral, chicos y chicas en edad escolar, hombres y mujeres de la tercera edad con niños y niñas de guardería. También la indumentaria era diferente: los zapatos habían dejado paso a las sandalias; los “tenis” a las playeras; los vaqueros a los Pantalones cortos; los uniformes a las Bermudas; los trajes a los Short. Y entonces cayó en la cuenta: ¡Habían comenzado las vacaciones de verano!

Aprovechando que una familia dejaba libre una mesa a la sombra se sentó raudo en ella para la envidia de otros paisanos que andaban al acecho. Una sonrisa socarrona se dibujó en su cara a la vez que exhalaba un suspiro de satisfacción. «Una caña, por favor», le dijo a la camarera que se interesaba por la comanda. Así, a la sombra, sentado mientras observaba el espectáculo veraniego, saboreando una refrescante caña y unas aceitunas, comenzó a pensar en cómo estaba estructurada la sociedad: educación, trabajo, vacaciones, jubilación y, en medio de todo ello, las ficciones que lo hacían posible tales como las leyendas, los mitos y religiones.

Recordaba lo aprendido en Pensamiento y lenguaje de Lev Vygotski y en las teorías de la flexibilidad del lenguaje –referida a la capacidad lingüística básica del ser humano  y no a la de un dialecto determinado-  y la del chismorreo –la capacidad para transmitir comunicación fiable sobre el mundo a cuantos más congéneres mejor-  que posibilitaron la transmisión de información con respecto a las cosas que no existen. Y es que gracias a la revolución cognitiva, nos ha sido relativamente fácil imaginarnos y hablar sobre ficciones y, sobre todo, creer en ellas a pie juntillas de manera colectiva: la historia bíblica de la creación, el origen nacionalista de los estados modernos, las leyes, el dinero, la estratificación social, la monogamia….., cosas, todas ellas, que no existen fuera  de la inventiva humana y que se han cimentado a través de la transmisión colectiva de los relatos de ficción o constructos sociales cuya finalidad es la de regir, ordenar y encauzar la realidad objetiva  mediante la realidad imaginada de dioses, estados y leyes.

Estaba absorto en estas disquisiciones cuando Mary, que así se llama la camarera, le cambia el vaso vacío y caliente por una jarra fresquita de cerveza rubia, a la vez que le dice, «hoy estamos un poco distraído, ¿no?» La miró y le agradeció con una sonrisa infinita la atención que le dispensaba a diario y, especialmente, por la jarra de cerveza. «Mary», le dijo«¿qué sería de mi sin tus atenciones diarias?»  «No me cuesta nada. Además, después de treinta y cinco años, ya conozco hasta sus pensamientos»  y se alejó en busca de otros clientes que atender. Se quedó mirándola mientras se marchaba a la vez que  tomaba un generoso trago de cerveza. Mientras se secaba los bigotes pensó que Mary y él harían una buena pareja: ella pondría la realidad objetiva -la referida a las cosas del yantar, del deleite y la seducción- y él se encargaría de la realidad imaginada -la referida  al mantenimiento y la administración-

Sorprendido por estos pensamientos no le quedó más remedio que asentir que el ser humano, su realidad material, estaba regida por la superestructura ideológica de la realidad imaginada que lo había encorsetado de tal manera que, por ejemplo  ahora estaban en «las vacaciones de verano», lo que suponía un paréntesis en la estructura educativa; que su base fisicoquímica y biológica (las ganas de disfrutar del verano, refrescarse con una cerveza y retozar con Mary) estaba supeditada a los dictámenes de la moral religiosa y a los designios de los dioses; que su vestimenta (la necesidad de aligerar el vestido, de ir a la moda, de estar cómodo) dependía de El Corte Inglés. Su semblante parecía un poco sombrío por todos estos pensamientos que no hacían sino corroborar lo que ya sabía y lo que durante tanto tiempo había transmitido a sus alumnos y alumnas.

Como siempre, Mary salió en su rescate. Esta vez la jarra fresquita venía acompañada de unos manises con cascaras. «¡Hoy parece que hay nubarrones, eh!» Y es que lo conocía muy bien. 35 años dan para mucho. «Que va, con el día tan despejado que hace», le respondió de forma mecánica. Mary se echó a reír esbozando una sonrisa tan dulce y una mirada  tan encantadora que no le quedó más remedio que mirarla con adoración. Cuando se iba, requerida por los clientes de una mesa cercana, le dijo: «¿Cuándo coges las vacaciones?». «Uy, este año creo que me tocan en Octubre». «Vaya que pena. Te vas a pasar toda la temporada del calor lagunero trabajando». «Es lo que hay», contestó con una sonrisa antes de irse. Después de dar cuenta de la última jarra de cerveza, de pagar la consumición y su generosa propina, se levantó, buscó a Mary con la vista y  se despidió de ella picándole el ojo y levantando la mano izquierda en señal de hasta luego.

Se dirigió hacia La Concepción, viró a la derecha por el Callejón de Belén en dirección a la Avenida Silverio Alonso para terminar, como siempre, en la Avenida de la Universidad, su querido Camino Largo. Mientras paseaba no dejaba de repetirse la mala suerte que tenía con Mary. Había alquilado una casa rural en Vallehermoso a la altura de la Presa de la Encantadora, con unas  magnificas  vistas  sobre el Valle, rodeada de palmeras y  abundante vegetación, dónde pensaba invitarla a pasar con él los quince días más felices de su vida. Pero una vez más la ficción, la realidad imaginada,  -el trabajo, el dinero, la estratificación social- había sometido a las ganas de vivir, a la realidad objetiva. Apolo había vuelto a vencer a Dioniso.



domingo, 1 de julio de 2018

BAILANDO BAJO LA LLUVIA

Junio se disponía a terminar de la misma manera que empezó: inestable, frio y lluvioso. La mañana lagunera invitaba a caminar por sus calles y paseos, por sus parques y avenidas. Como cada día, a media mañana, se decidió a realizar su paseo con los cascos puestos para escuchar Radio Nacional, Radio Clásica, y deleitarse con los maravillosos programas de esas horas: Longitud de onda, El arpa de Noé o A través de un espejo. Para evitar el gentío que a esas horas pulula por las calles de La Carrera y Herradores, se dirige por la calle Viana en dirección a la Plaza del Cristo para, por Quintín Benito, encaminarse hacia la Avenida de la Universidad, su adorado Camino Largo.

Ricardo de Cala, el conductor de El arpa de Noé, comentaba las virtudes de Alfredo Kraus y puso una grabación de Doña Francisquita con la romanza Por el humo se sabe dónde está el fuego. Atravesaba el Camino Largo, alegre y con paso firme, cuando de repente unas amenazadoras nubes que bajaban de la Mesa Mota comenzaron a nublar y ocultar el precioso paisaje de palmeras que se veían en lontananza. Acto seguido, y sin solución de continuidad, comenzó a llover tan rápido y profusamente que cogió por sorpresa a los asiduos caminantes que,  con cara de asombro, no sabían si seguir como si nada pasaba esperando que fueran unas nubes pasajeras; si guarecerse debajo de alguna palmera; si echar a correr  no se sabía muy  bien en qué dirección, o si seguir estoicamente con la rutina esperando que escampara. Fue tal la cantidad de agua que caía  que apagó el fuego de la canción que tan magistralmente cantaba Alfredo Kraus.

Empapado hasta los tuétanos siguió su camino pensando en lo variable que es el tiempo; en lo tornadizo que se vuelven los planes; en lo inconsistente del momento: sol, nubes, agua. El inestable presente le hizo fantasear con los momentos, también mudables, de las emociones. Se acordó de aquel aforismo Ignaciano, “en tiempos de desolación no hacer mudanza”. Mientras pensaba en ello, el agua calaba su cuerpo y acariciaba sus recuerdos haciéndolos reverdecer y brotar de manera tan vívida que un escalofrío recorrió todo su cuerpo. “En amores no vale matar la llama, si en las cenizas muertas, queda la brasa”, le repetía Fernando, el estudiante encaprichado de Aurora,  una y otra vez en su interior. ¿Por qué no hizo caso del aforismo?, ¿Por qué mató la llama del amor aquel?

Me contó mi corazón
que ya no quiere estar conmigo,
le pregunté que a donde quiere ir
y me dijo que contigo.

La lluvia seguía cayendo y los charcos comenzaban a aparecer salpicando y chapoteando cada vez que los atravesaba. ¡Ojala la volviera a ver! Se repetía una y otra vez; ¡Ojala pudiera tener otra oportunidad! Deseaba con toda su alma; ¡Ojala apareciera nuevamente! Anhelaba con pasión. ¡Ojala saliera detrás de la siguiente palmera, me agarre por la cintura, me abrace con vehemencia, me bese con lujuria y nos pongamos a bailar bajo la lluvia!


miércoles, 27 de junio de 2018

EL PRIMER AMOR


«La esposa del alguacil se retiró dando un respingo. Le impresionaba que la cautiva fuera de su misma edad. Decían que tenía cuatro hijos. Jamás se le abría ocurrido que resultara tan atractiva. Una mujer inteligente debería ser menos hermosa, sobre todo cuando ha cometido un delito de escándalo. […] En ese momento, la poetisa de Qazvin contemplaba la alberca vacía. La esposa del alguacil observó el bonito peinado que sobresalía del velo. Llevaba unas trenzas cortas entretejidas de un hilillo de cobre que brillaba contra la nieve ya casi disuelta y dos tirabuzones pegados a las mejillas, siguiendo la moda de la época. No tuvo más remedio que reconocer la belleza de su cutis traslúcido y sus cejas encantadoras. Le pareció coqueta por su modo de alisarse los tirabuzones con la punta de los dedos.»

A la sombra de los eucaliptus, recostado sobre el tronco de uno de ellos, leía parsimonioso la novela de la escritora británica de origen iraní, Bahiyyih Nakhjavani, La mujer que leía demasiado. Es una novela sobre la apasionante historia de una mujer, la poetisa de Qazvin, que acabó convirtiéndose en leyenda por sus ideas consideradas subversivas y heréticas. A lo lejos, entre los ruidos del aterrizar y despegar de los aviones, se escuchan las campanadas de la Torre de la Concepción. Es mediodía. El sopor provocado por la hora y el fuerte sol de un día espléndido comienza a hacer estragos. La imaginación, alimentada por las hazañas de la poetisa de Qazvin, lo introduce en el desarrollo de la novela y entabla una historia paralela acerca de vivencias, recuerdos y deseos.

Cuando tenía catorce o quince años, no lo recuerda bien, llegó al Instituto del pueblo una profesora de filosofía muy joven, guapa y extrovertida. Enseguida se fijó en ella y se enamoró a primera vista. A esa edad, los amores son eternos, fieles, monógamos. Sus lindos ojos azules, su pelo rubio rizado, su tez blanca y su sonrisa eterna fueron la puerta de entrada a ese enamoramiento de ensoñación y encanto que acabó por afirmarse con la conversación desenfadada, la agilidad mental y las habilidades sociales de la profesora para con todos sus alumnos y alumnas. Notó, por primera vez, que el corazón, ese músculo pequeñito, le latía más deprisa y de manera diferente cuando estaba en presencia de la profe  o cuando pensaba en ella. ¡Cuántos sentimientos cabían en un músculo tan chico!

Las clases de filosofía eran las mejores. Comenzó a interesarse por los autores que la profe explicaba con una facilidad y sencillez inusual en el gremio. Incluso se apuntó a unos seminarios voluntarios para aprender los rudimentos de la filosofía. Se sentía un filósofo en ciernes con un futuro prometedor. Y todo gracias a la profesora de ojos azules, pelo rubio, tez blanca y sonrisa cautivadora. Nunca la miraba a la cara porque era muy tímido pero no se perdía ninguna de sus explicaciones, de sus demostraciones, de sus interpretaciones: la miraba de hito en hito para saciar el inmenso amor que sentía  por ella. Cuando Mabel, que así se llamaba la profesora, lo requería para una explicación, o lo llamaba a la pizarra, o se dirigía a su pupitre para hablarle personalmente, le entraba tal debilidad y comenzaba a temblarle las piernas de tal manera que a duras penas podía disimularlo.

Al igual que la poetisa de Qazvin, Mabel tenía la costumbre de alisarse los tirabuzones con la punta de los dedos. Si coincidía la mirada de ella con la mirada de él mientras se alisaba los tirabuzones, su pequeño corazón se desbocaba, latía incesantemente y la sangre acudía presurosa a su cara dejando en evidencia que estaba enamorado hasta las trancas. ¡Qué recuerdos! Los sentía tan nítidamente como si hubieran ocurrido ayer. Y eso que Mabel sólo estuvo un curso en el Instituto. Cuando se enteró que el siguiente año no estaría como profesora de filosofía, el mundo se le vino encima. Los días que quedaban para acabar el curso se le fueron volando, las horas de filosofía se le fueron como agua entre las manos, la coincidencia con ella en los pasillos, los recreos, la cafetería, la sala de profesores –a la que acudía con cualquier excusa con tal de verla- se intensificaron en busca de estar el mayor tiempo posible con ella. ¡Incluso se atrevió a dedicarle unos versos de despedida que le entregó en un folio doblado y por el que recibió un abrazo y dos besos en sus enrojecidas mejillas!

Hoy, 35 años después, a la sombra de unos frondosos eucaliptus en la cima de la Mesa Mota y con 33 grados de temperatura, mientras se embelesa con la novela  la mujer que leía demasiado, se sorprende con unos recuerdos tan vívidos, claros y elocuentes que parece que los acaba de vivir. El primer amor no se olvida tan fácilmente, pensaba. ¿Qué pasaría si la volviera a ver? ¿Lo reconocería? ¿Guardaría Mabel el folio con los versos que le dedicó? ¿Sentiría lo mismo por ella? ¿Le volverían a temblar las piernas y a sonrojarse sus mejillas? ¿Estaría casada? Todas estas preguntas le asaltaron sin encontrar respuestas para ellas.

«Suaviza mis bucles enredados cuando estaba viva con aceites olorosos.
Péiname los cabellos tupidos y divídelos ahora para siempre.
Colócame una trenza en el hombre derecho  y la otra en el izquierdo
para atrapar a los ángeles,
pero deja que la tercera caiga por la espalda
y me acaricie la nuca como la mano de una madre.»




domingo, 24 de junio de 2018

NOCHE DE SAN JUAN

Sonaba el video promocional de las fiestas de San Juan de Las Palmas de Gran Canaria mientras subía en el RAV4 a la Mesa Mota con los cristales cerrados para evitar el humo de las hogueras que iluminaban la Vega Lagunera: «…En la noche de San Juan, noche de San Juan Bendito, ni come ni bebe y siempre gordito…» Desde la cima se contempla La Laguna como un gran incensario en el que todas las hogueras, como piedras de carbón incandescente, elevan su humo para purificar las vidas de todos los laguneros y  laguneras, quemando las viejas costumbres, los viejos hábitos, todo lo malo que nos aleja de los demás y comenzar un nuevo solsticio con la ilusión nietzscheana de un niño recién nacido.

La visión de las hogueras, ese fuego heraclitaneo  que siempre está en constante movimiento, me hacia recordar, un año más,  el eterno retorno: esa concepción del mundo donde todo arde para, una vez quemado, volverse a reconstruir y así repetirse una y otra vez como lo representa el Uróboros, simbolizando el esfuerzo eterno, la naturaleza cíclica de las cosas, ese esfuerzo inútil, ya que todo vuelve a repetirse inexorablemente. Entonces caí en la cuenta de la cantidad de hogueras esparcidas por el Archipiélago, de los amigos y amigas que estarían en cada una de ellas, las hogueras en las que he estado, las hogueras en las que quisiera estar, en definitiva, las hogueras que marcan e inician el solsticio del verano recién estrenado.

Las hogueras que en mi infancia saltaba en el Risco de San Nicolás y que ahora se celebran con gran pompa y boato en la Playa de Las Canteras como parte esencial de la conmemoración de la fundación del  Real de San Juan de Las Palmas de Gran Canaria. ¡Cuántos recuerdos de los días precedentes recolectando toda clase de objetos que se pudieran quemar; cuántas horas de guardia para que ningún componente de hogueras vecinas nos pudieran quitar nada; cuánta ilusión por ver crecer y arder la hoguera la noche de San Juan; cuántos amores hallados, perdidos, conquistados y reconquistados como esencia del propio rito! Y suena el video «Antes de salir de casa debo acordarme dejar,  bajo la cama que duermo fruta que esté sin pelar, no sea que me suceda lo que no he de desear, que por algún maleficio tenga que mi amor cambiar…… »

Las hogueras que en Tenerife -en Las Teresitas o en La Punta del Hidalgo, en La Vega o en los Hachitos de Icod- marcaron cada uno de los solsticios pasados con sus historias repetidas una y otra vez como las llamas que las alimentaban: «Noche de San Juan bendito alumbrada por hogueras, ecos de la caracola rodando por las laderas» Así, rodando, resurgiendo una y otra vez del fuego eterno, todas y cada una de esas hogueras marcaron el devenir de mi vida personal, «tres duraznos peladitos bajo la cama has de echar, los quereres de tu novia los duraznos te dirán»  y profesional, «plomo al fuego derretido en el agua lo echarás, con lo figura que forme lo que has de ser te dirá» Y aquí sigo, años tras año, repitiendo, una y otra vez, el mismo rito, a sabiendas de que la naturaleza cíclica de las cosas hace inútil ese esfuerzo, ya que todo vuelve a repetirse inexorablemente.

Las hogueras que, en honor del Señor San Juan Bautista, se encienden en Vallehermoso –Isla de La Gomera- y que alumbran la procesión del Santo mientras que los cantadores y bailadores repiten, una y otra vez, el cadencioso y ancestral Tajaraste o baile del Tambor con sus Chácaras y sus tambores, a la vez que una impresionante exhibición de fuegos artificiales iluminan el cielo con colores variopintos, sonidos explosivos,  imágenes imposibles que cada cual  interpreta según su estado de ánimo, y la reina del paisaje de Vallehermoso, la palmera, que aparece y desaparece fugazmente formando conjuntos que se superponen y que, con cada explosión, se intensifican y se agrandan como queriendo abrazar el Valle desde el cielo. También aquí los amores y desamores forman parte del eterno retorno, de ese abrazo esperado y deseado, añorado y buscado, muchas veces encontrado y otras tantas extraviado,  que durante la mágica noche nos afanamos en buscar y que, en ocasiones, la «alborada mañanera en la noche de San Juan, voz que canta tempranera a tu amor lo alumbrará»

Hogueras de la Isla de La Palma: de Puntagorda y Los Llanos de Aridane, de Tazacorte y Puerto Naos. «La bruja por esta noche no tendrá en qué cabalgar, que le quemaron la escoba que barría en el pajar» Hogueras ancestrales que se empeñan en saltar, los chicos y las chicas, para su amor encontrar: amores y desamores que las aguas desvelarán, viejos ritos repetidos cada año una vez más. Y así, el fuego purificador de las hogueras impide que las brujas del desamor anden sueltas posibilitando la búsqueda del placer y del amor, animando a dejar atrás las viejas normas y preceptos apolíneos, explorando las dionisiacas costumbres de las bacantes. «Salten niñas, saltaderas, fuego del señor San Juan, la que no se salte el fuego soltera se quedará»

Eterno retorno en las hogueras de la  Noche de San Juan que tiene su reflejo en la literatura. Madame Bovary de Gustave Flaubert, donde Emma, convertida en la señora Bovary, que tiene unas ideas sobre el matrimonio que no coinciden con las de su marido, sueña con amores imposibles, teniendo amantes diferentes para salir del aburrimiento provocado por la falta de objetivos e intereses en cosas concretas de la vida.  Se ha dicho que el drama de Emma es el abismo entre ilusión y realidad, la distancia entre deseo y cumplimiento;  o La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, donde Tomás que, amando a su esposa, no puede resistir la tentación de acostarse con otras mujeres, reflejando  sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja y Sabina, la amante de Tomás, que siente la levedad en las cosas tras relacionarse con hombres comprometidos, otorgándole a la infidelidad poca o ninguna importancia.







jueves, 21 de junio de 2018

RECUERDOS DE VALLEHERMOSO



Parece que este año la primavera se resiste a dejarnos y el verano no tiene prisa por llegar; parece que las estaciones se han liberado del yugo inexorable del eje imaginario de rotación de la Tierra y su traslación alrededor del Sol; parece que el equinoccio de primavera y el solsticio de verano no quieran sucederse.

Y aquí estoy, bajo un eucaliptus, mirando hacia el oriente, divisando entre nubes a Gran Canaria que, en lontananza, aparece elevada sobre un pedestal casi a la altura de La Mesa Mota. Mientras mi vista se entretiene en fijar el contorno de la silueta de la isla con sus cordilleras y barrancos diferenciándolos por sus claroscuros, mi mente se afana en recordar los años vividos en ella. Y como por arte de magia, comienza a saltar de isla en isla, recordando aquellas en las que ha vivido, convencida que la persona no es de donde nace, sino de donde pace.

Así me descubro pensando en La Gomera, la Isla Colombina, de la que siempre he dicho que detrás de cada curva hay un paisaje nuevo, diferente, distinto, diverso, variopinto y singular; los recuerdos se pelean por salir al presente y porfían por ser los primeros en ser revividos. Y entre todos se abre paso el majestuoso e imponente Roque Cano, una roca de grandes dimensiones, vigía de Vallehermoso y uno de los símbolos del norte de La Gomera. Recuerdo llegar desde la villa en mi panda rojo y, al dejar atrás el maravilloso caserío de Tamargada, contemplar, a la sombra del Roque, la inmensidad de Vallehermoso desde el mirador que lleva su nombre.

Si toda la Gomera es espectacular, Vallehermoso hace honor a su nombre: el Barranco del Valle que lo prolonga hasta el Valle Abajo y lo empuja hacia la playa y el Pescante; el Barranco del Ingenio que lo eleva hasta la Presa de La Encantadora, salpicado de palmeras y abundante vegetación; Los Bellos y Macayo;  Los Chapines, Rosas de las Piedras y Los Loros, que lo configuran como un auténtico Valle Hermoso donde la palmera (Phoenix Canariensis) es la reina del paisaje.

Su Iglesia de estilo neogótico y planta de cruz latina se encuentra en la Plaza de la Inmaculada Concepción; consagrada bajo la advocación de San Juan Bautista, consta de tres naves rectangulares y cinco capillas. La imagen del Cristo del altar mayor fue restaurada en el año 1983 y en su interior se introdujo un pergamino conmemorativo de dicha restauración.

 Y no sólo el paisaje, también el paisanaje es abierto y acogedor. ¡Cuántos días pasé con ellos comentando, compartiendo, cantando y conviviendo!: Sentados a la sombra de los eucaliptus de la Ermita del Carmen; tomando el sol en la playa; embarcado contemplando sus impresionantes  Órganos; guarapeando palmeras en Tazo; haciendo senderismo en Arguamul; bañandonos en la Playa de Alojera o teniendo interminables conversaciones en la Plaza de la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción mientras los niños y niñas jugaban delante de las casas de los maestros; saciando la sed en los Chorros de Epina bebiendo de los caños impares y recordando la leyenda guanche de Gara y Jonay.

Pueblo de gentes trabajadoras, de poetas y músicos, de intelectuales, escritores y cineastas. De Pedro García Cabrera, en el poemario La esperanza me mantiene, aprendí el valor de la utopía, la tenacidad y la necesidad de meter la mano en el agua:
A la mar fui por naranjas
Cosa que la mar no tiene.
Metí la mano en el agua:
La esperanza me mantiene.

Pueblo apegado a las Chácaras y el Tambor  que, con su Tajaraste o baile del tambor, está presente en las principales celebraciones de la Gomera y en las procesiones religiosas no olvida las bandurrias, guitarras, timple y laúd con los que acompañan las isas, malagueñas y folias. Recuerdo una Misa canaria que interpretaban un nutrido grupo de vecinos y vecinas que se acompañaban de un coro de maravillosas voces con las que quiero acabar estos recuerdos, concretamente la despedida de la misa,  que cantaba una encantadora joven de exquisita y dulce voz y que decía así:
La despedida te doy
La despedida cantamos
Y con esta despedida
La paz a todos les damos