Sentada
junto al monumento que conmemora el desastroso accidente aéreo del 27 de marzo
de 1977 en el que perdieron la vida 583 personas y 61 sobrevivieron, tras el
choque de dos Boeing 747 de las compañías KLM y Pan Am, relee la novela de
García Márquez El amor en los tiempos del
cólera. El realismo mágico la transportaba en las alas de los sentidos
figurándose un contexto de fantasía con personajes reales. El sol del mediodía,
la elevada temperatura y la humedad reinante propiciaban que los sueños de
Florentino Ariza y Fermina Daza, sus peripecias de los últimos cincuenta años y
su periplo por el río bajo la bandera amarilla que indicaba cólera en el barco,
la animaba a continuar navegando por el torrente de las emociones, adelante y
atrás en el tiempo.
De
niña soñaba con tener un amor romántico. Su pareja ideal era mayor que ella. Su
misión era hacerla feliz, y consecuentemente vivir enamorados el resto de sus
vidas. Le disgustaba pensar que su pareja tenía su misma edad. Necesitaba que
fuera mayor, que tuviera experiencia, que la tratara con condescendencia y la
respetara como mujer. No en balde, las figuras románticas de la literatura,
como Madame Bovary o Anna Karenina, hablan de mujeres
soñadoras, mujeres que se dejan seducir, mujeres que buscan el deleite en su
libertad de elección aunque fueran reprobadas moralmente. El amor o es
romántico o no es amor, era su lema al respecto. De ahí que la historia de amor
entre Florentino Ariza y Fermina Daza fuese su referente. En estas estaba,
recordando frases del libro que la habían marcado; frases que le gustaba evocar
imaginándose ser la protagonista; frases que degustaba con auténtica fruición;
frases que la transportaba a tiempos remotos.
«Era inevitable: el olor de las almendras amargas le
recordaba siempre el destino de los amores contrariados» Esta era la frase que
repetía continuamente y que se sabía de memoria. Le recordaba su primer amor.
Aquel amor romántico que nunca pudo poseer. Aquel amor con el que soñó el resto
de su vida. Mientras pasaba la vida se repetía constantemente que algún día
aparecería, que algún día volvería a encontrarse con él, que algún día tendría
la oportunidad de editar su antiguo amor. Pensaba que cuando sucediera, «ambos
se iban dejando traicionar por los recuerdos, hablándose sin quererlo,
queriéndose sin decirlo, y terminaban muriéndose de amor por el suelo,
embadurnados de espumas fragantes», y así daría por cumplido su sueño del amor
romántico.
«La memoria del corazón elimina los malos recuerdos
y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el
pasado» para enfrentarnos al futuro con la necesidad de encontrar ese amor
romántico que ha llenado nuestras vidas y que se ha convertido en el leitmotiv
de la existencia. Lo tenía claro, «el amor se hace más grande y noble
en la calamidad» de ahí que adentrarse una vez más en las páginas que narraban la
historia de amor de Florentino
Ariza y Fermina Daza le daba las fuerzas suficientes para seguir soñando.
Soñaba con volver a verlo porque «tenía
que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia que no era un medio
para nada, sino un origen y un fin en sí mismo»; tenía que contarle que «el
hecho de que alguien no te ame como tú quieras, no significa que no te ame con
todo su ser»; tenía que contarle que «le había
llegado la hora de preguntarse con dignidad, con grandeza, con unos deseos
incontenibles de vivir, qué hacer con el amor que se le había quedado sin dueño»
Su idea del amor, su cielo, como le gustaba
llamarlo, estaba reñido con el matrimonio como se concibe tradicionalmente
porque «el problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de
hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del
desayuno». Esa idea la llevaba a dividir el amor en «amor del alma de la
cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo» Todas estas
ideas le fluían en la cabeza y bajaban hasta el corazón que lo tenía del revés,
como le gustaba decir. Se imaginaba el encuentro con él y ensayaba una y otra
vez cómo sería y que le diría: «Y lo miró por última vez para siempre jamás con
los ojos más luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca
en medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento: sólo
Dios sabe cuánto te quise». Pensaba decirle con los ojos encendidos, con su
cuerpo desnudo, con sus labios sensuales, con sus acogedores brazos «que nada
de lo que se haga en la cama es inmoral, si contribuye a perpetuar el amor»,
con la idea de enseñarle «lo único que tenía que aprender para el amor: que a
la vida no la enseña nadie». Estaba empeñada en hacerle comprender que el amor es
un estado de gracia y un fin en sí mismo
al que no le hace falta motivos para aparecer.
Encontrarse con él después de tanto tiempo, tenerlo
entre sus brazos, mirarlo perdidamente a los ojos, acariciarlo con pasión desenfrenada,
ver sus cuerpos desnudos ardorosamente a través del espejo, besarlo vehementemente,
esa era la ocasión que estaba esperando: le había llegado la hora de preguntarle
y preguntarse qué hacer con el amor que se le había quedado sin amo. Todas
estas ideas se le venían a la imaginación una y otra vez, revoloteando sin
cesar en un contexto de fantasía, como las
abejas melíferas revolotean junto a la colmena. En su imaginación, el encuentro
con aquel inveterado amor «era como si
se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido sin
más vueltas al grano del amor». Mi cielo, se repetía. Qué bonito amor,
reincidía. Qué bonito sol, reiteraba.
«En el curso de los años llegaron por distintos
caminos a la conclusión sabia de que no era posible vivir juntos de otro modo,
ni amarse de otro modo: nada en este mundo era más difícil que el amor». Por
eso, sentada en aquel banco en lo alto de la Mesa Mota, se atrevió a interpelarse
a sí misma con la pregunta que Fermina Daza le hizo a su eterno amor:
« - ¿Y hasta
cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -Le
preguntó.
Florentino
Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete
meses, y once días con sus noches.
-Toda
la vida -dijo.»
En ese
momento comprendió que su antiguo amor se había convertido en su vejo amigo.
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