Junio
se disponía a terminar de la misma manera que empezó: inestable, frio y
lluvioso. La mañana lagunera invitaba a caminar por sus calles y paseos, por
sus parques y avenidas. Como cada día, a media mañana, se decidió a realizar su
paseo con los cascos puestos para escuchar Radio Nacional, Radio Clásica, y
deleitarse con los maravillosos programas de esas horas: Longitud de onda, El arpa de
Noé o A través de un espejo. Para
evitar el gentío que a esas horas pulula por las calles de La Carrera y Herradores,
se dirige por la calle Viana en
dirección a la Plaza del Cristo para,
por Quintín Benito, encaminarse hacia
la Avenida de la Universidad, su
adorado Camino Largo.
Ricardo
de Cala, el conductor de El arpa de Noé,
comentaba las virtudes de Alfredo Kraus y puso una grabación de Doña Francisquita con la romanza Por el humo se sabe dónde está el fuego.
Atravesaba el Camino Largo, alegre y
con paso firme, cuando de repente unas amenazadoras nubes que bajaban de la Mesa Mota comenzaron a nublar y ocultar
el precioso paisaje de palmeras que se veían en lontananza. Acto seguido, y sin
solución de continuidad, comenzó a llover tan rápido y profusamente que cogió
por sorpresa a los asiduos caminantes que,
con cara de asombro, no sabían si seguir como si nada pasaba esperando
que fueran unas nubes pasajeras; si guarecerse debajo de alguna palmera; si
echar a correr no se sabía muy bien en qué dirección, o si seguir
estoicamente con la rutina esperando que escampara. Fue tal la cantidad de agua
que caía que apagó el fuego de la
canción que tan magistralmente cantaba Alfredo Kraus.
Empapado
hasta los tuétanos siguió su camino pensando en lo variable que es el tiempo;
en lo tornadizo que se vuelven los planes; en lo inconsistente del momento:
sol, nubes, agua. El inestable presente le hizo fantasear con los momentos,
también mudables, de las emociones. Se acordó de aquel aforismo Ignaciano, “en
tiempos de desolación no hacer mudanza”. Mientras pensaba en ello, el agua
calaba su cuerpo y acariciaba sus recuerdos haciéndolos reverdecer y brotar de
manera tan vívida que un escalofrío recorrió todo su cuerpo. “En amores no vale
matar la llama, si en las cenizas muertas, queda la brasa”, le repetía
Fernando, el estudiante encaprichado de Aurora,
una y otra vez en su interior. ¿Por qué no hizo caso del aforismo?, ¿Por
qué mató la llama del amor aquel?
Me
contó mi corazón
que
ya no quiere estar conmigo,
le
pregunté que a donde quiere ir
y
me dijo que contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario