domingo, 1 de julio de 2018

BAILANDO BAJO LA LLUVIA

Junio se disponía a terminar de la misma manera que empezó: inestable, frio y lluvioso. La mañana lagunera invitaba a caminar por sus calles y paseos, por sus parques y avenidas. Como cada día, a media mañana, se decidió a realizar su paseo con los cascos puestos para escuchar Radio Nacional, Radio Clásica, y deleitarse con los maravillosos programas de esas horas: Longitud de onda, El arpa de Noé o A través de un espejo. Para evitar el gentío que a esas horas pulula por las calles de La Carrera y Herradores, se dirige por la calle Viana en dirección a la Plaza del Cristo para, por Quintín Benito, encaminarse hacia la Avenida de la Universidad, su adorado Camino Largo.

Ricardo de Cala, el conductor de El arpa de Noé, comentaba las virtudes de Alfredo Kraus y puso una grabación de Doña Francisquita con la romanza Por el humo se sabe dónde está el fuego. Atravesaba el Camino Largo, alegre y con paso firme, cuando de repente unas amenazadoras nubes que bajaban de la Mesa Mota comenzaron a nublar y ocultar el precioso paisaje de palmeras que se veían en lontananza. Acto seguido, y sin solución de continuidad, comenzó a llover tan rápido y profusamente que cogió por sorpresa a los asiduos caminantes que,  con cara de asombro, no sabían si seguir como si nada pasaba esperando que fueran unas nubes pasajeras; si guarecerse debajo de alguna palmera; si echar a correr  no se sabía muy  bien en qué dirección, o si seguir estoicamente con la rutina esperando que escampara. Fue tal la cantidad de agua que caía  que apagó el fuego de la canción que tan magistralmente cantaba Alfredo Kraus.

Empapado hasta los tuétanos siguió su camino pensando en lo variable que es el tiempo; en lo tornadizo que se vuelven los planes; en lo inconsistente del momento: sol, nubes, agua. El inestable presente le hizo fantasear con los momentos, también mudables, de las emociones. Se acordó de aquel aforismo Ignaciano, “en tiempos de desolación no hacer mudanza”. Mientras pensaba en ello, el agua calaba su cuerpo y acariciaba sus recuerdos haciéndolos reverdecer y brotar de manera tan vívida que un escalofrío recorrió todo su cuerpo. “En amores no vale matar la llama, si en las cenizas muertas, queda la brasa”, le repetía Fernando, el estudiante encaprichado de Aurora,  una y otra vez en su interior. ¿Por qué no hizo caso del aforismo?, ¿Por qué mató la llama del amor aquel?

Me contó mi corazón
que ya no quiere estar conmigo,
le pregunté que a donde quiere ir
y me dijo que contigo.

La lluvia seguía cayendo y los charcos comenzaban a aparecer salpicando y chapoteando cada vez que los atravesaba. ¡Ojala la volviera a ver! Se repetía una y otra vez; ¡Ojala pudiera tener otra oportunidad! Deseaba con toda su alma; ¡Ojala apareciera nuevamente! Anhelaba con pasión. ¡Ojala saliera detrás de la siguiente palmera, me agarre por la cintura, me abrace con vehemencia, me bese con lujuria y nos pongamos a bailar bajo la lluvia!


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