miércoles, 4 de julio de 2018

VACACIONES DE VERANO


Como todos los días salió a dar su paseo mañanero por La Laguna. Desde hacía unos días notaba más gente de lo normal. Las calles presentaban un bullicio nada habitual. Las terrazas de los bares, cafeterías, tascas y cervecerías estaban atestadas de gentes. El paisanaje  no sólo había aumentado sino que se había diversificado: personas en edad laboral, chicos y chicas en edad escolar, hombres y mujeres de la tercera edad con niños y niñas de guardería. También la indumentaria era diferente: los zapatos habían dejado paso a las sandalias; los “tenis” a las playeras; los vaqueros a los Pantalones cortos; los uniformes a las Bermudas; los trajes a los Short. Y entonces cayó en la cuenta: ¡Habían comenzado las vacaciones de verano!

Aprovechando que una familia dejaba libre una mesa a la sombra se sentó raudo en ella para la envidia de otros paisanos que andaban al acecho. Una sonrisa socarrona se dibujó en su cara a la vez que exhalaba un suspiro de satisfacción. «Una caña, por favor», le dijo a la camarera que se interesaba por la comanda. Así, a la sombra, sentado mientras observaba el espectáculo veraniego, saboreando una refrescante caña y unas aceitunas, comenzó a pensar en cómo estaba estructurada la sociedad: educación, trabajo, vacaciones, jubilación y, en medio de todo ello, las ficciones que lo hacían posible tales como las leyendas, los mitos y religiones.

Recordaba lo aprendido en Pensamiento y lenguaje de Lev Vygotski y en las teorías de la flexibilidad del lenguaje –referida a la capacidad lingüística básica del ser humano  y no a la de un dialecto determinado-  y la del chismorreo –la capacidad para transmitir comunicación fiable sobre el mundo a cuantos más congéneres mejor-  que posibilitaron la transmisión de información con respecto a las cosas que no existen. Y es que gracias a la revolución cognitiva, nos ha sido relativamente fácil imaginarnos y hablar sobre ficciones y, sobre todo, creer en ellas a pie juntillas de manera colectiva: la historia bíblica de la creación, el origen nacionalista de los estados modernos, las leyes, el dinero, la estratificación social, la monogamia….., cosas, todas ellas, que no existen fuera  de la inventiva humana y que se han cimentado a través de la transmisión colectiva de los relatos de ficción o constructos sociales cuya finalidad es la de regir, ordenar y encauzar la realidad objetiva  mediante la realidad imaginada de dioses, estados y leyes.

Estaba absorto en estas disquisiciones cuando Mary, que así se llama la camarera, le cambia el vaso vacío y caliente por una jarra fresquita de cerveza rubia, a la vez que le dice, «hoy estamos un poco distraído, ¿no?» La miró y le agradeció con una sonrisa infinita la atención que le dispensaba a diario y, especialmente, por la jarra de cerveza. «Mary», le dijo«¿qué sería de mi sin tus atenciones diarias?»  «No me cuesta nada. Además, después de treinta y cinco años, ya conozco hasta sus pensamientos»  y se alejó en busca de otros clientes que atender. Se quedó mirándola mientras se marchaba a la vez que  tomaba un generoso trago de cerveza. Mientras se secaba los bigotes pensó que Mary y él harían una buena pareja: ella pondría la realidad objetiva -la referida a las cosas del yantar, del deleite y la seducción- y él se encargaría de la realidad imaginada -la referida  al mantenimiento y la administración-

Sorprendido por estos pensamientos no le quedó más remedio que asentir que el ser humano, su realidad material, estaba regida por la superestructura ideológica de la realidad imaginada que lo había encorsetado de tal manera que, por ejemplo  ahora estaban en «las vacaciones de verano», lo que suponía un paréntesis en la estructura educativa; que su base fisicoquímica y biológica (las ganas de disfrutar del verano, refrescarse con una cerveza y retozar con Mary) estaba supeditada a los dictámenes de la moral religiosa y a los designios de los dioses; que su vestimenta (la necesidad de aligerar el vestido, de ir a la moda, de estar cómodo) dependía de El Corte Inglés. Su semblante parecía un poco sombrío por todos estos pensamientos que no hacían sino corroborar lo que ya sabía y lo que durante tanto tiempo había transmitido a sus alumnos y alumnas.

Como siempre, Mary salió en su rescate. Esta vez la jarra fresquita venía acompañada de unos manises con cascaras. «¡Hoy parece que hay nubarrones, eh!» Y es que lo conocía muy bien. 35 años dan para mucho. «Que va, con el día tan despejado que hace», le respondió de forma mecánica. Mary se echó a reír esbozando una sonrisa tan dulce y una mirada  tan encantadora que no le quedó más remedio que mirarla con adoración. Cuando se iba, requerida por los clientes de una mesa cercana, le dijo: «¿Cuándo coges las vacaciones?». «Uy, este año creo que me tocan en Octubre». «Vaya que pena. Te vas a pasar toda la temporada del calor lagunero trabajando». «Es lo que hay», contestó con una sonrisa antes de irse. Después de dar cuenta de la última jarra de cerveza, de pagar la consumición y su generosa propina, se levantó, buscó a Mary con la vista y  se despidió de ella picándole el ojo y levantando la mano izquierda en señal de hasta luego.

Se dirigió hacia La Concepción, viró a la derecha por el Callejón de Belén en dirección a la Avenida Silverio Alonso para terminar, como siempre, en la Avenida de la Universidad, su querido Camino Largo. Mientras paseaba no dejaba de repetirse la mala suerte que tenía con Mary. Había alquilado una casa rural en Vallehermoso a la altura de la Presa de la Encantadora, con unas  magnificas  vistas  sobre el Valle, rodeada de palmeras y  abundante vegetación, dónde pensaba invitarla a pasar con él los quince días más felices de su vida. Pero una vez más la ficción, la realidad imaginada,  -el trabajo, el dinero, la estratificación social- había sometido a las ganas de vivir, a la realidad objetiva. Apolo había vuelto a vencer a Dioniso.



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