Como
todos los días salió a dar su paseo mañanero por La Laguna. Desde hacía unos
días notaba más gente de lo normal. Las calles presentaban un bullicio nada
habitual. Las terrazas de los bares, cafeterías, tascas y cervecerías estaban
atestadas de gentes. El paisanaje no sólo
había aumentado sino que se había diversificado: personas en edad laboral,
chicos y chicas en edad escolar, hombres y mujeres de la tercera edad con niños
y niñas de guardería. También la indumentaria era diferente: los zapatos habían
dejado paso a las sandalias; los “tenis” a las playeras; los vaqueros a los Pantalones
cortos; los uniformes a las Bermudas; los trajes a los Short. Y entonces cayó
en la cuenta: ¡Habían comenzado las vacaciones de verano!
Aprovechando
que una familia dejaba libre una mesa a la sombra se sentó raudo en ella para
la envidia de otros paisanos que andaban al acecho. Una sonrisa socarrona se
dibujó en su cara a la vez que exhalaba un suspiro de satisfacción. «Una caña,
por favor», le dijo a la camarera que se interesaba por la comanda. Así, a la
sombra, sentado mientras observaba el espectáculo veraniego, saboreando una
refrescante caña y unas aceitunas, comenzó a pensar en cómo estaba estructurada
la sociedad: educación, trabajo, vacaciones, jubilación y, en medio de todo ello,
las ficciones que lo hacían posible tales como las leyendas, los mitos y
religiones.
Recordaba
lo aprendido en Pensamiento y lenguaje
de Lev Vygotski y en las teorías de la flexibilidad
del lenguaje –referida a la capacidad lingüística básica del ser humano y no a la de un dialecto determinado- y la del chismorreo
–la capacidad para transmitir comunicación fiable sobre el mundo a cuantos más
congéneres mejor- que posibilitaron la
transmisión de información con respecto a las cosas que no existen. Y es que
gracias a la revolución cognitiva, nos ha sido relativamente fácil imaginarnos
y hablar sobre ficciones y, sobre todo, creer en ellas a pie juntillas de
manera colectiva: la historia bíblica de la creación, el origen nacionalista de
los estados modernos, las leyes, el dinero, la estratificación social, la
monogamia….., cosas, todas ellas, que no existen fuera de la inventiva humana y que se han cimentado
a través de la transmisión colectiva de los relatos de ficción o constructos
sociales cuya finalidad es la de regir, ordenar y encauzar la realidad objetiva mediante la realidad imaginada de dioses, estados y leyes.
Estaba
absorto en estas disquisiciones cuando Mary, que así se llama la camarera, le
cambia el vaso vacío y caliente por una jarra fresquita de cerveza rubia, a la
vez que le dice, «hoy estamos un poco distraído, ¿no?» La miró y le agradeció
con una sonrisa infinita la atención que le dispensaba a diario y,
especialmente, por la jarra de cerveza. «Mary», le dijo«¿qué sería de mi sin
tus atenciones diarias?» «No me cuesta
nada. Además, después de treinta y cinco años, ya conozco hasta sus
pensamientos» y se alejó en busca de
otros clientes que atender. Se quedó mirándola mientras se marchaba a la vez
que tomaba un generoso trago de cerveza.
Mientras se secaba los bigotes pensó que Mary y él harían una buena pareja:
ella pondría la realidad objetiva -la referida a las cosas del yantar, del
deleite y la seducción- y él se encargaría de la realidad imaginada -la referida
al mantenimiento y la administración-
Sorprendido
por estos pensamientos no le quedó más remedio que asentir que el ser humano,
su realidad material, estaba regida por la superestructura ideológica de la
realidad imaginada que lo había encorsetado de tal manera que, por ejemplo ahora estaban en «las vacaciones de verano», lo
que suponía un paréntesis en la estructura educativa; que su base fisicoquímica
y biológica (las ganas de disfrutar del verano, refrescarse con una cerveza y retozar
con Mary) estaba supeditada a los dictámenes de la moral religiosa y a los
designios de los dioses; que su vestimenta (la necesidad de aligerar el
vestido, de ir a la moda, de estar cómodo) dependía de El Corte Inglés. Su semblante parecía un poco sombrío por todos
estos pensamientos que no hacían sino corroborar lo que ya sabía y lo que
durante tanto tiempo había transmitido a sus alumnos y alumnas.
Como
siempre, Mary salió en su rescate. Esta vez la jarra fresquita venía acompañada
de unos manises con cascaras. «¡Hoy
parece que hay nubarrones, eh!» Y es que lo conocía muy bien. 35 años dan para
mucho. «Que va, con el día tan despejado que hace», le respondió de forma mecánica.
Mary se echó a reír esbozando una sonrisa tan dulce y una mirada tan encantadora que no le quedó más remedio que
mirarla con adoración. Cuando se iba, requerida por los clientes de una mesa
cercana, le dijo: «¿Cuándo coges las vacaciones?». «Uy, este año creo que me
tocan en Octubre». «Vaya que pena. Te vas a pasar toda la temporada del calor lagunero
trabajando». «Es lo que hay», contestó con una sonrisa antes de irse. Después
de dar cuenta de la última jarra de cerveza, de pagar la consumición y su
generosa propina, se levantó, buscó a Mary con la vista y se despidió de ella picándole el ojo y levantando
la mano izquierda en señal de hasta luego.
Se
dirigió hacia La Concepción, viró a
la derecha por el Callejón de Belén en dirección a la Avenida Silverio Alonso para terminar,
como siempre, en la Avenida de la
Universidad, su querido Camino Largo.
Mientras paseaba no dejaba de repetirse la mala suerte que tenía con Mary.
Había alquilado una casa rural en Vallehermoso a la altura de la Presa de la
Encantadora, con unas magnificas vistas
sobre el Valle, rodeada de palmeras y
abundante vegetación, dónde pensaba invitarla a pasar con él los quince
días más felices de su vida. Pero una vez más la ficción, la realidad
imaginada, -el trabajo, el dinero, la
estratificación social- había sometido a las ganas de vivir, a la realidad
objetiva. Apolo había vuelto a vencer a Dioniso.
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