martes, 10 de julio de 2018

ABRAZO VIRTUAL

Como todas las tardes se dirigió a su despacho pertrechado con todo lo necesario para ocuparse en pasarlo bien escribiendo. Encendió el ordenador y mientras se cargaba se dirigió a la pequeña Discoteca que ocupaba un lugar central en su Biblioteca. Pasó cuidadosamente el dedo índice por los lomos de los discos mientras inclinaba la cabeza para leer los títulos y se paró en un ejemplar con © 1989 The Decca Record Company Limited, London y editado en España por Polygram Ibérica, S.A., titulado Tutto Pavarotti, que era una selección de las mejores arias y canciones de Luciano Pavarotti, incluyendo la canción  «Caruso», de Lucio Dalla, en la que el histórico tener napolitano, al final de su carrera, abraza a la mujer que ama mientras contemplan la bahía de Sorrento.

Abrió el tocadiscos y comenzó con la liturgia preceptiva para escucharlo: sacó con sumo cuidado el disco de su envoltorio, metió el dedo índice de la mano izquierda en el agujero central mientras con la mano derecha pasaba con mucho mimo un paño antipolvo de microfibra. Levantó el protector contra el polvo del tocadiscos; colocó el disco, con la cara A hacía arriba, en el plato; accionó el  interruptor a 33 rpm; levantó cuidadosamente el brazo del tocadiscos y lo posicionó en el comienzo del disco; bajó el brazo lenta y firmemente hasta depositarlo en los surcos del principio……  « Qui dove il mare luccica e tira forte il vento…. ». Comenzó a sonar en la inigualable voz de Pavarotti.

Del mueble bar, modelo Art Decó, sacó una copa de licor y  una botella de cristal modelo Opalo 200 con tapón de corcho que utilizaba para guardar las mistelas a las que era tan aficionado. Se decantó por una de Ruda por sus propiedades digestivas. Se sentó en la mesa delante del ordenador, se sirvió una copa de mistela y fijó su mirada en el jardín. Por la ventana de la derecha se apreciaban las diversas variedades de orquídeas del género Cymbidium que embellecían el jardín en esta época del año. Las tenía de casi todos los colores: verde, marrón, rojo, blanco, amarillo y verde. Cogió la copa entre sus manos, la miró fijamente mientras le daba vueltas; la acercó a su nariz para aspirar profundamente el aroma de la mistela; bebió un trago y,  mientras la degustaba, se quedó ensimismado dándole vueltas a la idea que le llevaba rondando por la cabeza desde hacía unos días.

Había leído que «los abrazos y el contacto físico en general, reducen la producción de una hormona llamada cortisol, la cual favorece el estrés. Al reducir esto se aumenta la cantidad de serotonina y dopamina, las cuales de inmediato producen sensaciones de bienestar y tranquilidad». Estaba convencido de ello. En muchas ocasiones lo había experimentado: la protección que produce un abrazo, la confianza que genera, la seguridad que desprende, la fuerza que brinda. El abrazo físico tiene propiedades emocionales y psicológicas. Recordaba los abrazos en la literatura. «Los dos tenían escrita en la mirada la noche de desnudez en que soltarían las amarras y naufragarían juntos» La mujer habitada de Gioconda Belli; «Esa noche se sometió. Esa noche estaría cercada y encerrada dentro del cuerpo fálico, como un huevo puesto dentro de una copa de metal. Su libertad debería estar esa noche entre los pliegues del abrazo. Por una vez, no tendría miedo…» La segunda Lady Chatterley, D.H. Lawrence; «Los sabios han dicho que antes de la relación íntima, es necesario encender el deseo del menos apasionado, a través de ciertos preliminares que incluyen variados abrazos, caricias y besos» Ananga Ranga, Kaliana Malla.

Todo eso lo sabía. En mayor o menor medida lo había experimentado. Pero lo que nunca había sospechado era la sensación de bienestar y tranquilidad que le había aportado un abrazo ¡virtual! La intensidad no sólo era física sino espacial: llevaba varios días con la misma sensación de bienestar, tranquilidad y placer que le había producido dicho abrazo. Esta nueva experiencia lo tenía descolocado. Una y otra vez habría el Whatsap para leer y releer la conversación que lo había provocado. Ani, después de una larga, entretenida y amena conversación, cuando se iban a despedir le dice,
-          Espera.
-          ¿Sí?, le contesta él.
-          Dame un abrazo.
-          ¡Ahí va!
-          ¡Hum…..!  ¡Qué bueno!

En ese preciso instante él también se sintió abrazado, rodeado por las blancas manos de Ani, estrujado contra su pecho, envuelto en su cariño. Y esa sensación perduraba en su memoria, en su piel y, por supuesto, en su Whatsap que leía y releía constantemente.


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