Sonaba el video promocional de
las fiestas de San Juan de Las Palmas de Gran Canaria mientras subía en el RAV4
a la Mesa Mota con los cristales cerrados para evitar el humo de las hogueras
que iluminaban la Vega Lagunera: «…En la noche de San Juan, noche de San Juan
Bendito, ni come ni bebe y siempre gordito…» Desde la cima se contempla La
Laguna como un gran incensario en el que todas las hogueras, como piedras de
carbón incandescente, elevan su humo para purificar las vidas de todos los
laguneros y laguneras, quemando las
viejas costumbres, los viejos hábitos, todo lo malo que nos aleja de los demás
y comenzar un nuevo solsticio con la ilusión nietzscheana de un niño recién
nacido.
La visión de las hogueras, ese
fuego heraclitaneo que siempre está en
constante movimiento, me hacia recordar, un año más, el eterno retorno: esa concepción del mundo
donde todo arde para, una vez quemado, volverse a reconstruir y así repetirse
una y otra vez como lo representa el Uróboros, simbolizando el esfuerzo eterno,
la naturaleza cíclica de las cosas, ese esfuerzo inútil, ya que todo vuelve a
repetirse inexorablemente. Entonces caí en la cuenta de la cantidad de hogueras
esparcidas por el Archipiélago, de los amigos y amigas que estarían en cada una
de ellas, las hogueras en las que he estado, las hogueras en las que quisiera
estar, en definitiva, las hogueras que marcan e inician el solsticio del verano
recién estrenado.
Las hogueras que en mi infancia saltaba en el Risco de San Nicolás y que
ahora se celebran con gran pompa y boato en la Playa de Las Canteras como parte
esencial de la conmemoración de la fundación del Real de San Juan de Las Palmas de Gran
Canaria. ¡Cuántos recuerdos de los días precedentes recolectando toda clase de
objetos que se pudieran quemar; cuántas horas de guardia para que ningún
componente de hogueras vecinas nos pudieran quitar nada; cuánta ilusión por ver
crecer y arder la hoguera la noche de San Juan; cuántos amores hallados,
perdidos, conquistados y reconquistados como esencia del propio rito! Y suena
el video «Antes de salir de casa debo acordarme dejar, bajo la cama que duermo fruta que esté sin
pelar, no sea que me suceda lo que no he de desear, que por algún maleficio
tenga que mi amor cambiar…… »
Las hogueras que en Tenerife -en
Las Teresitas o en La Punta del Hidalgo, en La Vega o en los Hachitos de Icod- marcaron
cada uno de los solsticios pasados con sus historias repetidas una y otra vez
como las llamas que las alimentaban: «Noche de San Juan bendito alumbrada por
hogueras, ecos de la caracola rodando por las laderas» Así, rodando,
resurgiendo una y otra vez del fuego eterno, todas y cada una de esas hogueras
marcaron el devenir de mi vida personal, «tres duraznos peladitos bajo la cama
has de echar, los quereres de tu novia los duraznos te dirán» y profesional, «plomo al fuego derretido en el
agua lo echarás, con lo figura que forme lo que has de ser te dirá» Y aquí
sigo, años tras año, repitiendo, una y otra vez, el mismo rito, a sabiendas de
que la naturaleza cíclica de las cosas hace inútil ese esfuerzo, ya que todo
vuelve a repetirse inexorablemente.
Las hogueras que, en honor del
Señor San Juan Bautista, se encienden en Vallehermoso –Isla de La Gomera- y que
alumbran la procesión del Santo mientras que los cantadores y bailadores
repiten, una y otra vez, el cadencioso y ancestral Tajaraste o baile del Tambor
con sus Chácaras y sus tambores, a la vez que una impresionante exhibición de
fuegos artificiales iluminan el cielo con colores variopintos, sonidos
explosivos, imágenes imposibles que cada
cual interpreta según su estado de ánimo,
y la reina del paisaje de Vallehermoso, la palmera, que aparece y desaparece
fugazmente formando conjuntos que se superponen y que, con cada explosión, se
intensifican y se agrandan como queriendo abrazar el Valle desde el cielo. También
aquí los amores y desamores forman parte del eterno retorno, de ese abrazo
esperado y deseado, añorado y buscado, muchas veces encontrado y otras tantas extraviado,
que durante la mágica noche nos afanamos
en buscar y que, en ocasiones, la «alborada mañanera en la noche de San Juan, voz
que canta tempranera a tu amor lo alumbrará»
Hogueras de la Isla de La Palma:
de Puntagorda y Los Llanos de Aridane, de Tazacorte y Puerto Naos. «La bruja
por esta noche no tendrá en qué cabalgar, que le quemaron la escoba que barría
en el pajar» Hogueras ancestrales que se empeñan en saltar, los chicos y las
chicas, para su amor encontrar: amores y desamores que las aguas desvelarán, viejos
ritos repetidos cada año una vez más. Y así, el fuego purificador de las
hogueras impide que las brujas del desamor anden sueltas posibilitando la
búsqueda del placer y del amor, animando a dejar atrás las viejas normas y preceptos
apolíneos, explorando las dionisiacas costumbres de las bacantes. «Salten
niñas, saltaderas, fuego del señor San Juan, la que no se salte el fuego soltera
se quedará»
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