Parece que este año la primavera
se resiste a dejarnos y el verano no tiene prisa por llegar; parece que las
estaciones se han liberado del yugo inexorable del eje imaginario de rotación
de la Tierra y su traslación alrededor del Sol; parece que el equinoccio de
primavera y el solsticio de verano no quieran sucederse.
Y aquí estoy, bajo un eucaliptus,
mirando hacia el oriente, divisando entre nubes a Gran Canaria que, en
lontananza, aparece elevada sobre un pedestal casi a la altura de La Mesa Mota.
Mientras mi vista se entretiene en fijar el contorno de la silueta de la isla
con sus cordilleras y barrancos diferenciándolos por sus claroscuros, mi mente
se afana en recordar los años vividos en ella. Y como por arte de magia, comienza
a saltar de isla en isla, recordando aquellas en las que ha vivido, convencida
que la persona no es de donde nace, sino de donde pace.
Así me descubro pensando en La
Gomera, la Isla Colombina, de la que siempre he dicho que detrás de cada curva
hay un paisaje nuevo, diferente, distinto, diverso, variopinto y singular; los
recuerdos se pelean por salir al presente y porfían por ser los primeros en ser
revividos. Y entre todos se abre paso el majestuoso e imponente Roque Cano, una
roca de grandes dimensiones, vigía de Vallehermoso y uno de los símbolos del
norte de La Gomera. Recuerdo llegar desde la villa en mi panda rojo y, al dejar
atrás el maravilloso caserío de Tamargada, contemplar, a la sombra del Roque,
la inmensidad de Vallehermoso desde el mirador que lleva su nombre.
Si toda la Gomera es
espectacular, Vallehermoso hace honor a su nombre: el Barranco del Valle que lo
prolonga hasta el Valle Abajo y lo empuja hacia la playa y el Pescante; el Barranco
del Ingenio que lo eleva hasta la Presa de La Encantadora, salpicado de
palmeras y abundante vegetación; Los Bellos y Macayo; Los Chapines, Rosas de las Piedras y Los
Loros, que lo configuran como un auténtico Valle Hermoso donde la palmera
(Phoenix Canariensis) es la reina del paisaje.
Su Iglesia de estilo neogótico y
planta de cruz latina se encuentra en la Plaza de la Inmaculada Concepción;
consagrada bajo la advocación de San Juan Bautista, consta de tres naves
rectangulares y cinco capillas. La imagen del Cristo del altar mayor fue
restaurada en el año 1983 y en su interior se introdujo un pergamino
conmemorativo de dicha restauración.
Y no sólo el paisaje, también el paisanaje es
abierto y acogedor. ¡Cuántos días pasé con ellos comentando, compartiendo,
cantando y conviviendo!: Sentados a la sombra de los eucaliptus de la Ermita
del Carmen; tomando el sol en la playa; embarcado contemplando sus
impresionantes Órganos; guarapeando
palmeras en Tazo; haciendo senderismo en Arguamul; bañandonos en la Playa de
Alojera o teniendo interminables conversaciones en la Plaza de la Iglesia de
Nuestra Señora de la Concepción mientras los niños y niñas jugaban delante de
las casas de los maestros; saciando la sed en los Chorros de Epina bebiendo de
los caños impares y recordando la leyenda guanche de Gara y Jonay.
Pueblo de gentes trabajadoras, de
poetas y músicos, de intelectuales, escritores y cineastas. De Pedro García
Cabrera, en el poemario La esperanza me
mantiene, aprendí el valor de la utopía, la tenacidad y la necesidad de meter la mano en el agua:
A la mar fui por
naranjas
Cosa que la mar no
tiene.
Metí la mano en el
agua:
La esperanza me
mantiene.
Pueblo apegado a las Chácaras y el Tambor que, con su Tajaraste o baile del tambor,
está presente en las principales celebraciones de la Gomera y en las
procesiones religiosas no olvida las bandurrias, guitarras, timple y laúd con
los que acompañan las isas, malagueñas y folias. Recuerdo una Misa canaria que
interpretaban un nutrido grupo de vecinos y vecinas que se acompañaban de un
coro de maravillosas voces con las que quiero acabar estos recuerdos,
concretamente la despedida de la misa,
que cantaba una encantadora joven de exquisita y dulce voz y que decía
así:
La despedida te doy
La despedida cantamos
Y con esta despedida
La paz a todos les
damos
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