sábado, 9 de mayo de 2015

DILEMAS DE UN VOTANTE


Parece que fue ayer y  han pasado cuatro años desde las últimas elecciones municipales y autonómicas. Es la hora de hacer balance, pero sobre todo, es la hora de decidir nuestro voto. En esto de las elecciones no se debe actuar por impulso, por la moda o porque mi amigo o amiga milita en tal o cual partido. Aunque parece que no está de moda o que estándolo se la intente desvalorizar, la ideología juega un papel central en la decisión: la ideología y la ética. El binomio no se debe separar anteponiendo el uno al otro aludiendo razones de orden político, económico, estratégico o cualquier otro como ya propusiera Maquiavelo en su obra El Príncipe.

Volvemos a enfrentarnos, nuevamente, a un dilema moral: el dilema del votante. Dilemas morales sobre conflictos entre los deberes éticos personales y los deberes cívicos; entre los relativos a la conciencia de la persona y los que le imponen las leyes jurídicas; entre votar al que debo o votar al que me interesa. Muchas veces, nuestra flaca memoria, la nula memoria histórica de la que hacemos gala, nos hace perder de vista la trascendencia de la elección y no nos acordamos de las promesas incumplidas, de los derechos alienados, del atropello al Estado del Bienestar manifestado en el desmantelamiento de la sanidad, la educación, los servicios sociales y la pérdida del valor de la igualdad, ética y jurídica,  como herramienta para generar una sociedad más justa. En definitiva, no nos acordamos que en la última legislatura a los ricos les prescribieron los delitos y a los pobres los derechos.

Así las cosas, parece que es el momento de desempolvar los recuerdos de las acciones o inacciones de nuestros representantes políticos durante los últimos cuatro años para analizarlos y tomar una decisión acerca de nuestro inalienable derecho al voto. Y aquí comienzan los dilemas. El primero que se nos plantea es el relativo al de nuestra identidad ideológica: Supón que tu partido ha legislado incumpliendo las promesas electorales y en contra de los derechos de la ciudadanía y necesita  tu voto para seguir en el poder, ¿le darías tu voto o lo castigarías para sea consecuente con lo que promete? A partir de aquí tienes que posicionarte y dejar al descubierto tu catadura moral para dejar de parecerte a aquellos que justifican lo injustificable con frases como, todo lo que se refiere a mí y que figura allí no es cierto, salvo alguna cosa que es la que han publicado los medios de comunicación. (M.R. 04/02/2014)

El segundo es el referido al mantenimiento y fortalecimiento del Estado del Bienestar, especialmente en lo concerniente a tu municipio: Supón que el grupo de gobierno de tu municipio ha gobernado pensando más en sus intereses partidistas, incumpliendo el principio de equidad e igualdad  y en contra de los intereses generales de la ciudadanía y necesita  tu voto para seguir gobernando, ¿Qué pesaría más en tu decisión, la afiliación y simpatía hacia ellos o la valoración ética que exige un castigo en las urnas? Para ello, tenemos que hacer un recorrido por sus áreas de gobierno y ver sus acciones o inacciones en cada una de ellas ya que son el referente para poder posicionarnos éticamente.

En sanidad. ¿Cómo está atendido el derecho a la salud en tu municipio? ¿Cuál ha sido la inversión municipal en las áreas de su competencia? ¿Se ha avanzado, estancado o retrocedido  respecto del punto de partida de las anteriores elecciones? ¿Trabaja en colaboración con las autoridades sanitarias y respeta su autonomía? En educación. ¿Se ha implicado en la educación de sus vecinos? ¿Ha colaborado con las autoridades académicas o se ha extralimitado en sus funciones invadiendo las competencias que le corresponde a los Consejos Escolares de los Centros Educativos? ¿Ha velado para que los intereses generales  del municipio  primen sobre los intereses particulares de los Centros en pos de la calidad de la enseñanza? En servicios sociales. ¿Ha atendido los casos de auténtica necesidad alimentaria sin tener en cuenta su afiliación política? ¿Se ha preocupado más  de la estética (bailes, fiestas, pase de modelos, etc.) que de la ética (reparto de alimentos, ayudas sociales, necesidades de vivienda, etc.)? ¿Se ha comprometido con los más necesitados invirtiendo recursos en solucionar sus problemas, especialmente con los parados, en estos tiempos de crisis económica? ¿Ha sido su prioridad los ancianos y los servicios que los atienden? Y así en cada una de las demás áreas.

Otro dilema tiene que ver con el talante democrático y las relaciones con la oposición, ya que no podemos olvidar los derechos de las minorías y la saludable cooperación entre los partidos políticos cuando del interés general se trata: Supón que el grupo de gobierno de tu municipio ha gobernado desatendiendo el derecho de las minorías, menospreciando la vía del consenso y judicializando la política municipal y necesita  tu voto para seguir gobernando, cuál sería tu decisión, ¿te alinearías con esa forma de hacer política o procurarías un cambio en el talante de los ediles promoviendo un cambio en las urnas? Para ello, sólo tenemos que hacer un recorrido por los Plenos del Consistorio y ver cómo han sido: se acepta con espíritu democrático los reproches mutuos; se tiene en cuenta las aportaciones de la oposición o las desprecia por su debilidad numérica; se intenta el acercamiento en las posturas, buscando más lo que los une (el interés general de los vecinos) que lo que los separa (las siglas del partido); los Plenos son la oportunidad para el encuentro común o la excusa para el linchamiento político; los vecinos son bienvenidos a los Plenos y se potencia su participación o se les ningunea y condena al ostracismo.

Estos dilemas, entre otros que te puedas plantear, y las soluciones que propongas fortalecerán la democracia y la participación ciudadana. El absentismo pasaría a la historia y la política recuperaría su vocación inicial: la del gobierno de la polis desde el servicio a los demás. La ciudadanía recobraría su papel central y no harían falta salvadores de la Patria ni marcas blancas que vengan a ocupar espacios vacíos dejados por la inacción o desmesura de algunos ediles ególatras o partidos al servicio de la economía. Si esto ocurriera se daría paso al matrimonio entre la ciudadanía y la política, a las nupcias entre el Estado de Derecho y el Estado del Bienestar, al enlace entre el político y el interés general de los ciudadanos. En definitiva, como escribe Sabina en una de sus canciones de su disco 19 Días y 500 Noches, titulada Noches de Boda, y que canta maravillosamente al unísono con la gran Chavela Vargas, se crearían todas y cada una de las estrofas que el poeta urbano describe con la maestría que lo caracteriza:

Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas,

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.

Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.

Que no se ocupe de tí el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel

Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
 

sábado, 2 de mayo de 2015

LA FELICIDAD


Sentado en la arena miraba el azul del mar y los aprendices de olas que mansamente llegaban a la orilla con su cresta salina. El sol describía caminos iridiscentes  que se perdían en el infinito. La arena, entre amarilla y negra, veteada, mostraba las huellas de los bañistas y marcaba la última ola en arribar a la playa. Las nubes brillaban por su ausencia. Eolo se paseaba magnífico por la ensenada permitiendo que varios aficionados al windsurf y al Kitesurf, mostraran sus habilidades y llenaran de colores el cielo y el mar adentro. A su lado, varios niños y niñas jugaban despreocupados a construir un dique que impidiera que el mar les reclamara su porción de playa: el trajín era enorme. Organizados como abejas se repartían el arduo trabajo de luchar contra la mar: unas se afanaban en amontonar arena, otros en traer agua en los cubos que llenaban en la orilla del mar y llegaban casi vacios por la premura con la que acudían, algunos amasaban la arena con la escasa agua que escanciaban de los cubos con motivos marinos y, en el centro, cual reina del enjambre, la mayor del grupo, daba órdenes sin cesar y dirigía aquel grupito de niños y niñas que se lo estaban pasando pipa, mientras se tostaban al sol y cogían ese saludable color moreno tan apetecido por estas islas.

Junto al grupo, aunque pasando de ellos, sus padres y madres conversaban de cosas mil; que si el peinado le quedaba mono y el color estaba muy logrado con su cara; que si el bañador era una preciosidad y le resaltaba la figura; que menos mal a estos momentos en que nos podemos olvidar del trabajo en la oficina; que  mañana juegan los equipos de varios del grupo y las apuestas iban in crescendo, que……Lo cierto es que se divertían como niños y niñas. Cada grupo con sus cosas, con sus cosas de niños y niñas, aunque ajenos los niños grandes a las niñas pequeñas. No faltaban los adolescentes preocupados por su look: cuidándose el bañador, fijándose las gafas, caminando como si estuviesen en una pasarela y todo el mundo los estuvieran  mirando mientras se acercan a la orilla a refrescarse un poco su insolente cuerpo joven, oteando de manera displicente el panorama en busca de una chica o chico en el que fijarse, y  todo ello, mientras juegan en grupo a no sé qué juego de cartas,

Un grupo de la tercera edad, llegados en tropel, invadió el poco espacio que quedaba y colonizaron la primera línea de playa. Comenzaron a hacer unos ejercicios de estiramiento que mas parecían un juego que otra cosa y, entre risas y comentarios de los más variados, lograron que el resto de los moradores de la cala se fijaran en ellos y ellas: unos, los más pequeños, porque les cerraban el paso hacia el mar para recoger el agua y les rompieron, al pasar, parte del muro de contención que tan arduamente estaban construyendo; otros, las mayores, porque sintieron la llamada inexorable del tiempo y comentaban jocosamente aquello de qué poco nos queda para vernos así, rompiendo en histéricas carcajadas que no hacían sino refrendar el temor que tenían a la senectud; los adolescentes los castigaron con el látigo de la indiferencia tan típico de la juventud en que se creen poderosos y piensan que esa edad nunca le llegará.

Mientras todo esto sucedía a su alrededor y como quiera que Helios insistía en atravesar los cielos rumbo al océano que circunda la tierra calentando a su paso el aire y el ambiente marino, decidió refrescarse con un baño en las agradables y tentadoras aguas de la ensenada. Atravesó con sumo cuidado el infantil dique de contención, se alejó con agrado de las conversaciones de los mayores, soslayo al grupo de la tercera edad y algunos comentarios atrevidos que le brindaron y se zambullo en las apetecibles aguas que le parecieron el mayor placer que imaginarse pueda. Nadó, se sumergió, flotó sobre las aguas y se dejó mecer por la corriente. Como nuevo, refrescado por el baño y tonificado por la sal marina, se disponía a salir del mar cuando descubre, a su lado, a la diosa más hermosa del firmamento Olímpico: si no era Afrodita, se le parecía en exceso. Aquella mujer de cuerpo esbelto, pelo castaño, bikini rojo y pechos exuberantes era la personificación del amor y la sexualidad y representaba, como Afrodita, la fogosidad de las mujeres. Se obnubiló al verla, se trastabillo y dio con su cuerpo sobre la aparición marina. Se recompuso como pudo y le pidió perdón avergonzado por su torpe comportamiento. Ella le dedicó una sonrisa tan casta y le dijo tan cándidamente que no pasaba nada, que  mientras se alejaba nadando con tanta gracia y naturalidad, a él le pareció que en lugar de Afrodita, aquella aparición marina era Artemisa.

Al llegar al sitio que ocupaba en la arena sacudió la toalla y se tumbó al sol para sentir como su piel se secaba, abrazada y acariciada, por los cuidados de Helios. No dejaba de pensar en la chica del bikini rojo. Se incorporó y comenzó a otear el horizonte playero en busca de su Artemisa. Nada. Entre el sol que centelleaba cegador en lo más alto, el gentío que poblaba la playa y el no saber adónde se había ido Afrodita, le fue imposible localizarla. Decidió untarse el cuerpo poniéndose una crema solar con un SPF adaptado a su tipo de piel. Mientras lo hacía, le venía a la mente la imagen de la chica del bikini rojo pero ya no sabía si era Afrodita o Artemisa, o las dos a la vez. De repente, frente a él, saliendo del agua majestuosamente, sacudiendo su cabeza arriba y abajo para secarse su exuberante melena de color castaño, apareció como salida de las profundidades marinas, la chica del bikini rojo. Detrás de ella, su pareja que también salía del agua, la coge de la mano y se van caminando en dirección a la Montaña Roja con la intención de secarse mientras pasean.

Se ríe para sus adentros y recita mentalmente el famoso eslogan de una conocida marca de cerveza, ¡qué suerte vivir aquí! Se pone en pie, recoge su toalla, se viste y se dirige a la ducha más cercana para limpiarse la arena de los pies y encaminarse al Tamboril, un establecimiento al pie de la avenida de la playa para tomarse una jarrita bien fría de cerveza con unos camarones. Mientras disfruta del inigualable manjar se le agolpan en la cabeza las imágenes de la chica del bikini rojo que por unos momentos le hicieron feliz pensando en ella y le vienen a la mente diferentes frases, hechos y ocasiones en las que se ha querido dejar patente un momento de felicidad. La Bíblica, qué bien se está aquí, Señor, hagamos tres tiendas; la solidaria, hay más felicidad en dar que en recibir; la de autoayuda, la felicidad es estar satisfecho contigo mismo;  la del utópico, la felicidad es un estado pasajero de locura; la del existencialista, la vida no es feliz, sólo tiene momentos felices. En ello estaba pensando cuando se  da cuenta que no le quedan camarones que comer ni cerveza que beber. Llama a la camarera, paga la cuenta y se mete en sus cholas para pasear por la avenida. Y es entonces cuando entiende y comprende la auténtica felicidad, cuando se da cuenta que la vida es mejor en cholas……..


lunes, 27 de abril de 2015

¡SEÑOR ALCALDE!


De pequeño me gustaba ir al pueblo a casa de mis abuelos. Me encantaba sentarme junto a mi abuelo, al caer la tarde, en el porche de su casa. El verano era la época dorada de mi niñez: vacaciones, buen tiempo, días largos, inacabables juegos, reencuentros amorosos,…. Pero sobre todo, me seducía la idea de sentarme junto a mi abuelo, a su lado. Allí aprendí muchas cosas que andando el tiempo comprendí mejor. Me contaba innumerables historias que habían ocurrido en el pueblo y, la mayoría de las  veces, en su imaginación. Eran historias de amor y desamor, de encuentros y desencuentros, de pisaverdes y gañanes, de abundancia y escases. Las contaba a su manera: cadenciosamente, pensando las palabras, saboreándolas, mirándome de hito en hito para ver el efecto que producían en mí. Y siempre tenían una moraleja, buscaba divertirme enseñándome.

Mi abuelo era zapatero y, a ratos, agricultor. O al revés, no lo recuerdo. Pero, sobre todo, era un canario de antes: hombre de palabra. Con el cigarrillo sin filtro en los labios, escupiendo tabaco deshilachado, pantalón gris marengo sujeto por fajín con la vaina del cuchillo canario a la cintura,  camiseta a rayas de manga larga, chaqueta al uso y cachorro canario. Siempre me sorprendía con sus historias. Comenzaba a hablar como quien no quiere la cosa a la vez que liaba el cigarrillo, y constantemente comenzaba de la misma manera, resulta qué….., y tras una larga historia que a mí se me antojaba corta, terminaba con una máxima: No juzgues a nadie sin haberte puesto sus zapatos; si no lo entiendes, pregúntale; nunca te quejes por tropezar, levántate y quita la piedra….

Todas las tardes, Manolo el tendero, subía por la calle El Calvario a la misma hora y en la misma dirección: se dirigía invariablemente, desde hacía mucho tiempo, al Cementerio del pueblo. Al pasar junto al porche se producía, día tras día, la misma ceremonia. La historia quedaba en suspense, mi abuelo se tocaba el ala del cachorro con la mano derecha y decía, ¡Señor Alcalde!, a lo que Don Manuel, como lo trataba mi abuelo, se llevaba su mano derecha al ala de su impoluto cachorro, levantaba la mano izquierda y la dejaba caer como diciendo, déjate de boberías. El seguía con su paso firme y mi abuelo con su cadencioso relato. Yo asistía atónito como espectador de lujo.

Un día, después de la ceremonia pertinente entre ambos, la curiosidad me pudo y le pregunté a mi abuelo que porqué le daba, a Manolo el tendero, el tratamiento de Alcalde. Me miró fijamente a los ojos y con voz muy grave me dijo: resulta que ahí donde lo ves, Don Manuel, es el mejor Alcalde que el pueblo ha tenido. Se dio la vuelta y se quedó mirando fijamente cómo Manolo el tendero, su Señor Alcalde, se alejaba con paso firme y decidido rumbo al Cementerio a cumplir con su visita diaria a su amada esposa. Ese hombre que ves alejarse, me dijo, fue el primer Alcalde que tuvo el pueblo después de la guerra civil. Fueron años muy duros. Al anterior Alcalde, republicano, lo fusilaron los falangistas. Los franquistas lo eligieron porque tenía la llave del abastecimiento del pueblo.

Duró en el cargo el tiempo que los golpistas tardaron en darse cuenta que era un auténtico Alcalde al servicio del pueblo y no servía a sus intereses caciquiles. Jamás denunció a ningún vecino. Su venta era el asilo de los desahuciados, expoliados y vejados por las milicias franquistas. Nunca le faltó a nadie un mendrugo de pan y su negocio se vio seriamente perjudicado por que les fiaba a todos los residentes. Era tal la falta de alimentos y tan grande la penuria que había, que algunos de los vecinos se apropiaban de una que otra piña de plátanos verdes para sancocharlos y poder dar de comer a su familia. A este que te está hablando y a su familia le mató mucha hambre y lo encubrió otras tantas veces. Incluso, se decía que escondió a unos cuantos salvándoles la vida. Más bien parecía un Alcalde republicano que un corregidor franquista puesto a dedo por los caciques del pueblo.

Años después me confesó que su ética le impedía gobernar de otra manera; que no podía permitir que el pueblo pasara hambre teniendo él comida en su tienda; que tuvo que aguantar mucha presión por no acceder a las consignas que le llegaban desde el Gobierno Civil; que estuvo a punto de perderlo todo: su familia, su negocio, su reputación, su vida; que no se arrepentía de haber sido consecuente con sus valores éticos y anteponerlos a toda la presión que recibía de los caciques del pueblo, de la Guardia Civil, de los prebostes del régimen. El Alcalde que lo sustituyó lo engrandeció aún más con sus políticas represivas, caciquiles y tan alejadas del pueblo. Ellos se debían al Código franquista, decían. ¡A cualquier cosa lo llaman Código Ético!   Don Manuel, el Alcalde, es un hombre de palabra que se viste por los pies, masculló ahogando sus palabras.
Al parecer la historia se repite. Mi abuelo ya no está para volverla a contar. Pero las actitudes caciquiles y dictatoriales de algunos partidos políticos afloran nuevamente por doquier. Les interesa más el partido que los afiliados, el poder que la gente, el Derecho del Estado que el Estado de derechos, la estética que la ética. ¡Así nos va!


martes, 14 de abril de 2015

QUERIDO AMIGO


Querido amigo. Te fuiste para no volver. Te fuiste definitivamente. La eternidad te acogió como se acoge a un antiguo amor, a un viejo amigo: para siempre. Ya nunca más hablaremos como hablábamos, despacio, cadenciosamente, de hito en hito, ocasionalmente. Nuestros encuentros se espaciaran aún más, se harán esperar indefinidamente. Nos hablaremos como le habla el aire a la montaña, con susurros; como la lluvia al campo, empapándolo y fecundándolo; como el mar a la playa, descansando en su orilla.

Te fuiste, sí, pero tu presencia permanece entre los que te conocimos y te apreciamos, entre los que tuvimos la suerte de tenerte como amigo, entre los que compartimos tu amistad y supimos valorar tus silencios. Tu marcha, tan digna como discreta aumenta aún más, si cabe, tu circunspecta personalidad. Esa forma de ser tan peculiar que te hizo especial, prudente, reservado, sensato.

Me consta que en tu dilatada carrera como docente dejaste una larga estela de profesionalidad y, lo que es más importante, una ingente cantidad de alumnos y alumnas que aprendieron a amar la pintura, la escultura, la fotografía y todas y cada una de las artes plásticas, visuales y audiovisuales que impartías. Fuiste la discreción personalizada y ponías la mesura necesaria en el Claustro.

Siempre supiste sacarle partido a la vida. Esa vida que a veces te fue esquiva, que te daba esquinazo, que no siempre te supo valorar. Pero a la que le pusiste color en tus cuadros, le diste forma en tus lienzos, la enmarcaste con tu peculiar estilo. Hiciste que la pintura fuera la pasión de tu vida y que la vida fuera el motor de tu pintura. Ese binomio llenaba tu tiempo, tu mente, tu casa, tu estudio….. y ahora está vacío de ti, sin ti.

Te apasionaba viajar, gozabas conociendo nuevas tierras, nuevas gentes, nuevas culturas; te preocupaban los idiomas y te empeñabas en aprenderlos con una tenacidad encomiable aunque con unos resultados que, en lugar de desanimarte, te daban nuevos argumentos para continuar. Ahora ya no importa. Para este viaje no hacen falta alforjas, ni idiomas, ni pasaporte. Es el Viaje por antonomasia. Disfrútalo querido amigo. Nunca te preocupó la celebridad pero emprendiste el viaje con dos de los grandes: Eduardo Galeano y Günter Grass. A los tres los echaremos de menos. Descansa en paz, Pepe.

martes, 31 de marzo de 2015

SOLEDAD ACOMPAÑADA

La soledad la embargaba sobremanera a pesar de la cantidad de gente que la rodeaba. El bullicio a su alrededor no la alteraba. Se sentía sola. La gente que entraba y salía, que entraba y se quedaba, que estaba y se marchaba en la sala en que se encontraba le pasaba inadvertida. La soledad en la que estaba inmersa era superior a los estímulos externos: algunos la saludaban, otros la miraban, unos pocos la besaban, pero ella los ignoraba a todos. Y no lo hacía por desprecio o mala educación. Era una mujer amable, correcta, educada, como su madre la había enseñado.
                Acababa de subir de la cafetería con el andar elegante que la caracterizaba. Había bajado a tomarse un  capuchino con café expreso, leche y espuma de leche, y a sugerencia suya, con un poco de canela en polvo que le daba una aterciopelada textura y un sabor  especial. También allí, en el abarrotado bar, se sintió sola, aunque nadie lo notaba. Se acordó de aquella frase que un día le dijera su madre: “tú nunca estarás sola porque siempre te acompañara la soledad” y se consoló pensando que la soledad era triste y fría, pero era su mejor compañía.
                En medio de la vorágine de gentes se concentró en aquel libro que había leído hacía mucho tiempo del vallisoletano Delibes -después de descubrirlo en  la sombra del ciprés es alargada y las perdices del domingo-, Cinco horas con Mario. Y no porque se reconociera en Carmen Sotillo: no compartía los reproches que le hacía a su marido, “Mario, cariño, lo que pasa es que ahora os ha dado la monomanía de la cultura y andáis removiendo cielo y tierra para que los pobres estudien, otra equivocación, que a los pobres los sacas de su centro y no sirven ni para finos ni para bastos, les echáis a perder, convéncete, enseguida quieren ser señores y eso no puede ser”, sino porque, al igual que ella, se sentía inmensamente sola.
                Estaba sentada con los pies juntos, las manos apoyadas sobre los muslos, la espalda erguida, la cabeza ladeada y los ojos perdidos en la inmensidad de la soledad. Su porte era elegante. Como la había educado su madre. Resaltaba sobremanera sus sensuales labios rojos. Se había aplicado la barra de labios Superstay 14h de Maybelline porque le proporcionaba una sensación ligera y cremosa de larga duración que dejaba respirar sus labios. Su madre siempre le decía que eligiera los tonos que fueran a juego con el color natural de sus labios. Y aquel rojo pasión la definía perfectamente.
                En medio de tamaña soledad se dirigió a su madre y le dijo que estaba sentada en silencio, pensándola a gritos; que se encontraba en medio de una alevosa pero tranquila soledad; que se sentía sola, vacía e inservible en medio de una soledad de ojos abiertos; que estaba en una soledad errante. Sintió que solamente existía, si pensaba en ella. Le vino a la memoria el poema XV de Pablo Neruda:
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

                Estaba pensando en ello, cuando una voz serena y profesional le dijo: “lo siento señora. Ha llegado la hora. Tenemos que incinerarla”
 
 

UN GOL AL DESTINO

                El fútbol era su pasión. Lo vivía intensamente desde niño. Incluso fue jugador con licencia federativa. Era un medio centro ofensivo –en su época lo llamaban interior izquierdo- con el 10 a la espalda. Aunque tenía una técnica exquisita no estaba exento de lucha y trabajo en el centro del campo. Incluso promediaba una docena de goles por temporada. Le encantaban los jugadores del estilo de Iniesta y ozil, aunque su máxima referencia  fue, sin duda alguna, el jugador de la U.D. Las Palmas Germán, “el Maestro”.
                En las tertulias futbolísticas, regadas con cerveza y acompañadas con aceitunas, manises y papas fritas, salían a relucir las características típicas de estos eventos: palabras altisonantes, gritos de gargantas profundas, alguna que otra palabrota cariñosa y, sobre todo, manifestaciones grandilocuentes de actitudes viriles, muy viriles: ¡el futbol era cosa de hombres! No había más que mirar, si el humo del tabaco te lo permitía, quienes eran los contertulios.
                Sentado en la mesa de aquel bar recordaba todos esos momentos futboleros de antaño. No era la soledad la culpable de aquel regreso al pasado. Tampoco tenía la culpa la noticia que corría como la pólvora por los mentideros deportivos, de la destitución de Mou como entrenador del Real Madrid. Le parecía un buen entrenador, aunque no le gustaban sus formas despectivas en el trato con los demás, fueran estos adversarios o de su propio equipo. Nada de eso tenía que ver con aquellos recuerdos viriles de su juventud.
                En realidad, era la mesa de alegres comensales que tenía enfrente, al fondo del bar, la culpable de esos recuerdos. Por mejor decir, de la afirmación de su hombría manifestada en su dilatada pertenencia al selecto club de hombres del futbol. Una chica rubia, de ojos azules, pelo largo, escote generoso y risa contagiosa, era la privilegiada visión que tenía si miraba en esa dirección. Su vestimenta era elegante. La minifalda roja dejaba ver unas sensuales piernas adornadas con medias de satén negro que se escondían en unos zapatos de tacón alto marca Louis Vuitton. Incluso su sensual boca denotaba una elegancia innata al exhalar el humo de su Lark corto.
                A su derecha, otra jovencita de ojos negros azabaches y pelo recortado llevaba la voz cantante en la reunión. Parecía muy simpática y dicharachera. Probablemente contaba situaciones ridículas o chistes graciosos porque sus compañeros no hacían más que reírse. No era tan agraciada como su rubia compañera de la izquierda, pero estaba de buen ver. Enfrente se sentaba una tercera compañera, algo más bajita y seria, pero sofisticada en la forma de arreglarse. El pelo, color caoba, peinado de peluquería, estaba recogido con una diadema. La cara redonda, de pómulos prominentes, aparecía trabajada con colorete de la marca Yves Rocher que iluminaba en un solo gesto la base de maquillaje, esculpiendo con ligereza las mejillas y el contorno de la cara. Sus generosos y voluptuosos pechos rivalizaban con su cara bien acabada formando un dúo realmente apetecible.
                Las tres mujeres, cada una con sus encantos, serían la delicia de cualquier hombre. Si tuviera que elegir, se decía, me resultaría muy difícil decidirme. Pero no era esa elección lo que le rememoraba el pasado. Sentado en la mesa, apoyando sus huesudas manos sobre ella, se fijó en sus enormes dedos de pianista. Eran unas manos sensuales, ribeteadas por un pelaje oscuro. Iba vestido con una camisa de manga larga regular de Armani Collezioni comprada en la cuarta planta de El Corte Inglés. La llevaba ligeramente remangada dejando ver el comienzo del antebrazo, igualmente poblado de varonil bello. Sobre los hombros, anudado al cuello, llevaba un jersey Timberland, a juego con la camisa. Sus pantalones Jack&Jones, perfectamente conjuntado con el resto de su vestimenta, descansaban sobre unos zapatos inyectados Callaghan, y sujetos por un cinturón Easy Wear.
                Lo que realmente le hacía fijarse en su varonil pasado de futbolista era el cuarto integrante del grupo que se encontraba al fondo del bar. Sentado entre la jovencita de ojos negros azabaches y la del pelo color caoba, se encontraba un apuesto joven de ojos marrones y grandes pestañas, coronados por pobladas cejas varoniles. La cabeza, con una raya en la derecha, aparecía perfectamente peinada. La nariz, aguileña, disputaba su prominencia con dos marcados pómulos que descendían lujuriosos hacia una boca enmarcada por dos carnosos labios que escondían unos blanquecinos dientes que destacaban sobre la piel dorada de su rostro perfectamente afeitado. El mentón, con un hueco a lo Kirk Douglas, remataba su semblante. El cuello presentaba una prominencia laríngea que acentuaba el carácter sexual de los varones, el sensual bocado de Adán.
                Sus huesudas manos comenzaron  a sudar; sus inquietos ojos obviaban a las tres chicas; su atención se centraba en aquel elegante joven que tanto gusto tenía al vestirse, según su parecer. Le recordaba a alguien. No sabía muy bien a quién. Comenzó a recordar y se esforzó por rememorar a todos y cada uno de aquellos varoniles compañeros de juventud; aquellos con los que forcejeaba mientras entrenaba a diario; aquellos con los que, desnudos, se duchaba entre bromas al finalizar los partidos. Por más que pensaba, no lograba recordar a quién se le parecía, ni en qué se les parecía. Optó por dejar de pensar en el futbol, en sus viriles compañeros de juego. Se centró en otra de sus pasiones, la lectura.
                ¿Le recordaba a Dorian Gray? ¿Estaría el joven del fondo del bar repitiéndole que  "lo único que vale la pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos", como afirmaba Lord Henry en la novela? No estaba muy seguro, pero las manos seguían sudándole. Se acordó de una poesía que le dedicó Safo de Mitilene a su joven amante en la Grecia clásica y que recitó de memoria mientras lo miraba de hito en hito:
Me parece que es igual a los dioses

el hombre aquel que frente a ti se sienta,

y a tu lado absorto escucha mientras

dulcemente hablas

y encantadora sonríes. Lo que a mí

el corazón en el pecho me arrebata;

apenas te miro y entonces no puedo

decir ya palabra.

Al punto se me espesa la lengua

y de pronto un sutil fuego me corre

bajo la piel, por mis ojos nada veo,

los oídos me zumban,

me invade un frío sudor y toda entera

me estremezco, más que la hierba pálida

estoy, y apenas distante de la muerte

me siento, infeliz.

                ¿Se parecía a Alcibiades, el joven excepcionalmente bello, interlocutor de Sócrates en El Banquete, de Platón? ¿Le recordaría a Antinoo, el joven amante del emperador Adriano? ¿Aquel joven de extraordinaria belleza que fue deificado a su muerte y que protagonizó un auténtico amor griego en la Roma imperial? ¿Sería Bagoas, el joven y guapo  muchacho Persa de familia aristocrática que terminaría convirtiéndose en el amante de Alejandro Magno? No conseguía identificarlo con ninguno de ellos, y sin embargo, todos ellos se parecían a él. Se acordó de una novela de William J. Mann,  Amigos y amantes, donde se afirmaba que los amantes son  aquellos que aman. Aquellos que se apoyan y se cuidan el uno al otro, aquellos que permanecen juntos, que comparten temores y sueños.

                De pronto, sus manos dejaron de sudar. Comprendió porqué sentía aquella imperiosa necesidad de recordar ese glorioso pasado varonil. Porqué sentía esa desazón al observar la mesa del fondo y centrar su atención en aquel joven tan apuesto. Porqué no experimentaba esa atracción tan natural que los demás sentían hacia aquellas preciosas chicas que lo acompañaban. De pronto lo comprendió todo. Suspiro aliviado, sonrió y pidió una botella de Pingus 2006, un  vino tinto crianza, Ribera del Duero, que le salió por un ojo de la cara.

                Salió del bar contento. Acababa de jugar el mejor partido de su vida. Le había marcado un gol al destino, un gran gol, el gol de su vida. Mientras paseaba por la calle recogiendo a bocanadas llenas el reconfortante aire fresco lagunero, se recreaba con la estética del gol que acaba de marcar: había sido una volea, cogiendo el balón arriba, muy arriba, levantando el pié como mandan los cánones y girando la cintura para que el esférico saliese disparado rumbo a la escuadra haciendo inútil la estirada del destino. Se parecía mucho al de Zidane frente al Bayern Leverkusen en la final de la Champions, el 15 de mayo de 2002 en el Hampden Park de Glasgow, el gol de la Novena.
 
 
 
 

¡POR FIN VIERNES!

Por fin era viernes. Un nuevo viernes. Lo había estado deseando desde que comenzó la semana allá por el lunes. Parece una obviedad el hecho de comenzar la semana por el lunes. En este caso, la obviedad no lo es tanto. Aunque todas las semanas comienzan por ese día, aquí nos referimos al lunes de hace mes y medio. Por lo menos. Estaba cansada del trabajo realizado durante toda la semana, Equipos Docentes incluidos, que la había obligado a ir tres tardes al instituto. Pero no era el cansancio la causa principal de su deseo de llegar al viernes.
                Metió sus pertenencias en el maletero del  208 GTI, rojo, deportivo. Las letras PEUGEOT de color rojo en el cromado que se sitúan en la parte superior de la parrilla, claramente se inspiraba en la bandera a cuadros del mundo de la competición. Así es ella: competitiva, ágil, vibrante, vital, felina y cautivadora. Mientras salía del aparcamiento rumbo a La Laguna, escuchaba la peculiar voz de Sabina que cantaba “Autopista del sur, nube gris, mar azul, el volante en la mano y a fondo el acelerador.” No era temeraria. Simplemente disfrutaba del momento; tan sólo pensaba en que era viernes, otra vez.
                Desde hacía un mes y medio los viernes, todos los viernes, incluso el viernes de pasión, eran para ella el día. A simple vista no habría nada extraño en ello. Incluso para ti lector, el viernes es un día especial. ¿O no? Sólo tienes que recordar la cantidad de Wassap que recibes con videos donde toda clase de animales bailan desenfrenadamente al son de una música discotequera mientras pasa un slogan que dice “Por fin es viernes”. Ella también tiene Wassap; también recibe esos mensajes; también los reenvía. Pero no es por esos mensajes por los que, como sigue cantando Sabina, “Voy a mil por hora, voy a mil por hora, sin dirección.” Ella tiene claro su dirección; tiene claro por qué es tan especial el viernes; sabe perfectamente que esta noche, como todas las noches de los últimos siete viernes, lo verá.
                ¡Cuánto había ganado La Laguna con la peatonalización de sus calles! Los viernes se convertía en un hervidero de gentes que salían con sus amigos, con sus familias, a tomar unas copas, a cenar, a pasear. Ella no era la excepción. Solían salir entre cuatro y cinco amigas, a veces alguna más, para hablar, cenar, olvidarse del estrés de la semana y terminar en alguna terraza tomándose un par de copas. Lo pasaban muy bien. Cada semana le tocaba a una diferente elegir el sitio de la cena, y a otra, el lugar donde terminar la noche con una copa, a veces de más. Así había sido hasta hace aproximadamente mes y medio. Contra viento y marea hacía ese tiempo que se había empeñado en acudir al mismo lugar para tomarse las copas después de cenar en el sitio que las demás habían decidido. Había cedido su derecho a elegir lugar para cenar a cambio de acudir siempre al mismo sitio para tomarse la copa.
                Aquel era un sitio de mucho éxito a juzgar por la afluencia de gente. Siempre estaba lleno. Incluso por fuera había gran cantidad de clientes con los vasos en la mano. Y no era pequeño. El ambiente, alegre y distendido, paliaba la incomodidad de la saturación. ¡No en balde era viernes! Lo había elegido ella la vez que le tocaba decidir el lugar donde tomar las copas. Se lo había recomendado una amiga del instituto. La primera vez que fueron, hace aproximadamente  mes y medio, no les disgustó a pesar del bullicio imperante, aunque mientras daban cuenta de un vodka caramelo con mucho hielo, comentaron que tardarían tiempo en volver por allí otro viernes.
                Como responsable de la elección del sitio era la encargada de pedir la segunda y sucesivas rondas. Mientras se abría paso entre la multitud rumbo a  la barra, lo vio. Estaba con un grupo de amigos y amigas, unos siete u ocho. Estatura media, rubio, ojos azules, de unos y tantos años, como ella. Parecía que en ese momento era el centro de atención del grupo. Todos y, desgraciadamente pensó, todas lo miraban con auténtica devoción como si estuviera hablando un oráculo. Debió ser muy gracioso lo que comentó ya que todos comenzaron a reírse, incluido él, dejando a la vista unos blanquecimos dientes que se ocultaban detrás de unos carnosos y sensuales labios, compendio de una boca que prometía besos infinitos. Ensimismada a causa de la visión no se percató que una de sus amigas la había ido a buscar por la tardanza en reponer los vodka caramelos bien fríos que había ido a pedir.
                Disimuló como pudo el susto que se llevó cuando la tocaron por la espalda y se escudo en la gran cantidad de gente que había y lo poco amables que eran al no dejarla pasar. Al llegar al sitio, después del deber cumplido al reponer los generosos vasos de vodka caramelo, no se pudo integrar en la conversación que tenían sus amigas. Disimuló como pudo su ausencia, a pesar de estar sentada en medio del grupo. Mientras su imaginación iba y venía hacia el extremo opuesto del bar, pensando y repensando, idealizando y deseando, no hacía más que repetir “que sitio más estupendo, habrá que venir más a menudo”. Esa noche se empeñó en cerrar el bar. Sus amigas no entendían como ella, la que siempre quería irse la primera, se había empeñado en tomarse la última, cada vez que alguna proponía irse.
                Cuando dos de sus amigas se habían ido aduciendo lo cansadas que estaban y protestando por su tozudez de seguir allí, el grupo que estaba en el extremo opuesto se disponía a marchar. Apuró su copa e hizo que sus amigas la terminaran con ella. Extrañadas, pero obedientes, salieron del bar, y sin saber porqué comenzaron a caminar por La Laguna en una dirección contraria a sus domicilios sin percatarse que seguían al grupo que había salido delante de ellas del bar. En la medida que el grupo se iba dispersando por las diferentes calles, ellas hicieron lo mismo, no sin antes decirle lo rara que estaba y la caminata que les había dado sin motivo aparente. Alegó que necesitaban que el aire nocturno lagunero les diera en la cara después de las copas tomadas. Y tenía razón. Se habían pasado con el vodka caramelo. ¡Pero que iba a hacer si él seguía allí!
                Después de esa noche, todos los viernes terminaban en el mismo bar. Ninguna de sus amigas se percató de nada. Tan sólo comentaban lo feliz que  la notaban cuando se llamaban para quedar los viernes. Eso sí, en las cenas se la veía deseosa de acabar cuanto antes y ponerse en marcha hacia el bar. Al llegar a él, entraba la primera y oteaba el horizonte buscándolo, aunque la excusa oficial era que entraba para buscar un buen sitio. Y siempre lo conseguía, cada vez más cerca del otro grupo. El último viernes se habían sentado justo en las mesas contiguas. Y ese era el motivo por el que venía así de contenta en su GTI rojo escuchando a Sabina “a mil por hora”.
                Ese viernes estuvo tan cerca de él que hasta le pareció que hacían el amor. Mientras sus amigas hablaban de lo sucedido en la semana, ella sólo lo escuchaba a él. Incluso se río de una ocurrencia que él había dicho a su grupo justo cuando el suyo se encontraba callado bebiendo. Una compañera comentó que era de efecto retardado pensando que se había reído de un chiste anterior. Disimulaba como podía sus ausencias; no tenía más que ojos para él; le parecía guapo y elegante; cuando bebía lo hacía con mesura; su forma de vestir, sencilla y conjuntada denotaba un gusto exquisito.  Pero él no parecía reparar en ella. Se encontraba a gusto con su grupo y no tenía necesidad de explorar otras reuniones, ni siquiera aquella que estaba tan próxima. Pero eso no la desanimaba. Al fin y al cabo no se conocían. Y fue entonces cuando se propuso presentarse, dar el paso, atreverse a hablar con él con cualquier excusa. ¿Por qué tenían que ser siempre los hombres los que den el primer paso? Cogió el vaso, murmuró un ¡Carpe Diem! para sus adentros y se lo bebió de golpe justo en el momento en el que en el otro grupo se levantaban y salían del bar.
                Por fin era viernes. Un nuevo viernes. Éste era                EL VIERNES. Esta noche daría el gran paso; se presentaría; le hablaría de lo que sentía por él; desnudaría su alma, y su cuerpo si fuera necesario, para confesarle lo enamorada que estaba de él. En la cena apenas probó bocado; no estaba de mal humor sino todo lo contrario; todo lo que no comió lo bebió apurando un vino tinto de La Victoria de Acentejo. Sus compañeras la notaron mas ansiosa que de costumbre, aunque sus ojos brillaban como nunca.                Entre ellas comentaban que estaba guapísima, radiante, espectacular. Por fin llegaron al bar, y como siempre entró la primera. No lo vio a él pero si a su grupo. “Estará en el baño”, pensó. Se sentaron en las mesas más cercanas que encontraron. Y comenzó la espera. Del baño no salía nadie. El grupo hablaba y se divertía sin echarle de menos. Estaban todos menos él. La única que lo echaba en falta era ella. ¿Cómo era posible que el grupo se estuviera divirtiendo en su ausencia?
                Decidió levantarse y preguntar por…… ¡¡No sabía su nombre!! Estaba enamorada de una persona de la que no sabía su nombre. En realidad no sabía nada de él. Se sentó. Intentó recomponerse. No llorar. Sus amigas notaron el cambio de semblante y le preguntaron si  se sentía bien. “Perfectamente”, murmuro. Se levantó, y cosa extraña en una  mujer, se dirigió sola al baño. Al volver con su grupo y convencerse que esa noche no lo vería les propuso salir a dar una vuelta y coger un poco de aire lagunero. Extrañadas, sus amigas asintieron y salieron a lagunear. Poco rato estuvieron ya que ella no era la mejor de las compañías posibles. No paraba de pensar en él; de porqué no había ido; de si estaría enfermo; de si estaría con otra y por eso no estaba con el grupo. Rumiando pensamientos parecidos llegó a su casa. No paraba de darle vueltas a la cabeza. Se desvistió y se volvió a vestir de forma más informal: vaqueros, camisa de asillas, zapatos de tacones y una rebeca. Estuvo en su casa lo que tardó en vestirse.
                Sin saber cómo se encontró delante del bar. Se asomó, ojeo, y al no verlo, siguió su camino deambulando sin saber a dónde dirigirse. Al doblar una esquina, pasó delante de un bar que vomitaba una canción de la francesa Mylène Farmer, titulada “Innamoramento” y decidió entrar. Habían pocos clientes: una pareja en la mesa del fondo, dos chicas en otra mesa y en la barra… ¡era él! No podía creérselo. Se miraron como dos desconocidos que se estaban esperando. ¡Hola! Le dijo para su asombro. Ella se sentó en el taburete de al lado. Lo miró y le contestó con otro ¡Hola!, como si se conocieran de toda la vida.
                Lo que pasó después está en tu imaginación. ¡¡¡Disfrútalo!!!
 
 

PECES DE CIUDAD

 

                Disfrutaba del momento con una fruición propia de la niñez. Aquella que en su pueblo natal olía a almendros en flor y tajinaste. En la costa, el olor a mar inundaba el ambiente y enmascaraba los que bajaban de las medianías. A caballo entre ellos creció y se empapó de olores y sabores que ahora recordaba con inusitada sensación. Entre sus manos descansaba, como un niño en el regazo de su madre, el último libro que colocaría en su recién estrenada biblioteca. Definitivamente se sintió satisfecha de la obra realizada, mientras recorría con sus ojos aquella pequeña obra que contenía tanto saber.
                De sus labios de sirena salió un murmullo, una expresión de placer definitivo, una constancia del saber acumulado: “finis coronat opus”. Con la elegancia del erizo se dirigió a la cocina y se preparó un té. Mientras se lo tomaba con unas pastas que había comprado en “La Princesa”, recordó cada una de las lecturas que la habían hecho tan feliz; cada una de las que le habían dado la oportunidad de viajar; cada una de las que le habían enseñado los sentimientos más recónditos del alma humana. Definitivamente sentía una gran satisfacción y estaba orgullosa  de sí misma y de su obra.
 
                La Sirena, como ella misma se llamó un día mientras comentaba un artículo publicado por un desconocido autor, se sentó pausadamente en el sillón, encendió la luz de la lámpara de pié, se acomodó las gafas de leer y se dispuso a evocar, a salto de libros, los interminables volúmenes que había digerido a lo largo de su historia: literatura española y sudamericana, literatura universal, poesía, estudios históricos, tratados de todo tipo, obras universales de obligada lectura, etc. Entretanto, La Laguna, se vestía de noche. Desde la calle se vislumbraba una tenue luz a través de la ventana que advertía de la presencia de mundos imaginarios, novelescos, en los que la sirena se sumergía como pez en el agua.
 
                Comenzó recordando a los Argonautas que lograron atravesar el estrecho de Mesina siguiendo el melodioso canto de Orfeo, mientras escapaban de las extraordinarias voces de las sirenas, a la vez  que sufría con Odiseo, atado al mástil de su barco deseoso de escucharlas, mientras se retorcía de dolor al alejarse de su cautivador canto. Una irónica mueca se asomó a sus labios de sirena al recordar a un conocido que utiliza el verbo cual “canto de sirena” para elaborar un discurso con palabras agradables y convincentes, pero que esconden alguna seducción o engaño.
 
                Siguió buceando con su grácil cuerpo de sirena por las procelosas aguas del océano literario cuando se topó de lleno con  el arrecife transgresor de Steinbeck: Las uvas de la ira. Un rictus de preocupación arrugó su entrecejo al recordar  los contratiempos de la familia Joad al tener que abandonar Oklaoma para buscarse la vida debido a las injustas condiciones que los expulsaban de sus tierras.  Su espíritu crítico la hizo volver al presente y juzgar como injusta la actual situación de España que vive una etapa de profunda injusticia económica y política.
                Decidió, entonces, sumergirse en aguas más templadas. Cual sirena lujuriosa se acercó, sigilosa, a las obras que tratan el sempiterno tema del amor desde todas sus vertientes: Madame Bovary, de Gustave Flaubert; El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence; Trópico de Cáncer, de Henry Miller; Anna Karenina,  de Tolstói; El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, etc.  Se deleitó recordando sus sensuales escenas, sus lujuriosos encuentros, sus románticas citas, sus turgentes descripciones eróticas,  las rupturas de tabúes convencionales.
                Tan a gusto estaba en estas aguas que no se percató del paso del tiempo. Diríase que estaba como pez en el agua. Sus ojos de ensoñación y encanto transmitían una paz indescriptible. Prueba de ello es que en el cenicero sólo había dos colillas. Ni siquiera se dio cuenta que el teléfono estaba sonando hasta que oyó su propia voz que decía: “Hola. Acabo de salir a nadar. Si te apetece zambullirte hazlo al escuchar la señal. Gracias”. Y tras un estridente pitido, se escuchó: ¡Buenas! Estoy en el centro comercial delante de una oferta de Moët Chandon Impérial BRUT. ¿Cuándo la inauguramos?....Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
 
 

"BOBITO"

                El calor es insoportable. De hecho, acabo de salir de la ducha ahorrándome el trámite de  la toalla. La temperatura ambiente es tan alta y la humedad tan elevada que las pocas gotas que sobreviven caen con desgana por mi piel desnuda. La sensación de placer que me produce el contacto de mis desnudos pies con la cerámica del baño sólo es comparable a aquellos furtivos baños de juventud, como Dios nos trajo al mundo, en las noches mágicas, calurosas y voluptuosas de San Juan en la playa.
                El sonido del móvil desvía mi atención. Por el tono, sé que no es una llamada. Probablemente un mensaje de texto, un correo o un Wassap. Como ferviente creyente de las nuevas tecnologías decidí acudir raudo a su llamada como cualquier feligrés a misa tras la llamada de la campana. Era una vieja amiga que me mandaba un Wassap. Mientras lo abría recordé un artículo de Antonio Gala leído en las implacables tardes del mes de agosto madrileño al fresco del Parque del Retiro, titulado “Antiguo amor, viejo amigo”.  
                - Hola!
                - ¿Por ahí hace el mismo calor? Me acabo de duchar y ya estoy sudando. Ni siquiera tuve que secarme. ¿Te acuerdas de aquellas noches Sanjuaneras? Si te apetece recordarlas, llámame. Kiss.

                Me quede helado. ¡Qué coincidencia! No sabía que responderle. Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma, como decía Cortázar. Por mi mente comenzaron a desfilar las cálidas noches, las románticas noches de amor donde no hay sol. Torpemente mis dedos comenzaron a teclear en el móvil  sin saber muy bien lo que escribir: “Dime dónde y nos perdemos juntos”. No, eso no. Ya me gustaría, pero no puede ser. “Ok. Y nos pasaremos la noche besándonos hasta extinguirnos” Uff, que va. Demasiado pretensioso.
                Cerré el Wassap. Los recuerdos se atropellaban en mi mente. Puse un poco de música para intentar ordenarlos. Ni siquiera me fije en el Dvd que comenzó a sonar. Sabina, el poeta urbano que descubrí en los madriles de los años ochenta, entre bocadillos de calamares, cervezas y postres de Gin Tonic, me recitaba con su peculiar voz: “Contigo he comprendido que la humedad es algo que se seca y se olvida. Gracias a ti he sabido que la verdad es sólo un cabo suelto de la mentira”. Mientras le daba vueltas en la cabeza, me dirigí a la ducha y, bajo su refrescante chorro, comencé a refrescarme. Y no sólo el cuerpo.
                “Tus labios son la manera de endulzarme la vida”. Upss!! ¿Por qué solamente me salían viejas frases que nos habíamos dicho? En realidad me gustaban sus labios. Y me gusta recordarlos: cómo besaban, como se entreabrían para recibir los míos, cómo huían, cómo sabían, cómo olían…. “¿Desea eliminar el mensaje?” SI. Entonces inserté un emoticón –el de la sonrisa amplia- y deslice mis dedos sobre el pequeño teclado: “Iba a decir que me gustas y se me deslizo una sonrisa”. Esta vez, la duda hizo que tardara más de la cuenta en borrarlo. Pero sucumbió igualmente en el país de los sentimientos no dichos.
                Después del tercer Vodka caramelo con mucho hielo, ¿o era el cuarto? , decidí contestarle. Cogí el móvil, tecleé la clave, abrí el Wassap y comencé a escribir:
                - Hola!
                - ¡Qué exagerada eres! No es para tanto el calor. ¡Claro que me acuerdo de aquellas noches! Pero ya sabes que plátano maduro no vuelve a verde. A ver si nos vemos. Besos.

                Le di a enviar y, con la misma rapidez que salía el mensaje, se escucho en mi interior el calificativo ¡¡BOBITO!! Y es que a la vida no la enseña nadie……
 
 

LA PREFIERO COMPARTIDA

                A veces la vorágine en la que vivimos, los compromisos sociales, las necesidades ficticias que nos creamos, deja paso a ese breve espacio en el que no estás. Ese efímero momento, que desearíamos que fuera eterno, y que no es más que un paréntesis en nuestra alocada existencia, nos permite sentarnos en silencio para pensarla a gritos. Son esos momentos en los que nos sentimos desnudos de sentimientos, de pasión, de ternura, de afecto. En ese instante, la prefiero compartida….
                Cuando la soledad nos acompaña y se alía con nosotros; cuando decide ser nuestra inseparable compañera; cuando prefiere quedarse a dormir; cuando se convierte en nuestra inherente aliada. En ese momento, la prefiero compartida…
                Y comienza el proceso de creación. Nos fijamos en los restos de humedad; en la silueta que, en la cama, nos recuerda su promesa de llenar el breve espacio en que no está; nos trasformamos en el trágico artista nietzscheano que desea dibujar verbos para conjugarlos en su cuerpo violento y tierno. En esa circunstancia, la prefiero compartida…
                Ese breve instante, duró una eternidad. Y como todo lo “eterno”, se acabó. Y salí a pasear. Y mientras el aire fresco y húmedo rejuvenecía mi cara, mi vida se llenó de felicidad, mi ser se colmó de dicha, mi soledad se saturó de satisfacción. En ese instante me fijé que mi cuerpo tenía dos sombras, la mía y la de tus recuerdos. Y, cobarde, omití preguntarme y preguntarte,  ¿te quedarás? para no escuchar la respuesta de un “jamás”. En esa coyuntura, te prefiero compartida…
                En esas estaba cuando me tropecé con mis amigos Pablo, Silvio y Joaquín que también paseaban. Con unas miradas no sincronizamos y después de saludarnos, nos echamos las manos por encima de los hombros y nos dirigimos al Bar de los Mal Amados para “portarnos mal, haciéndolo bien”. Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres….
 
 

FABULA DEL ERIZO

Durante la Edad de Hielo, muchos animales murieron a causa del frío.
            Los erizos dándose cuenta de la situación, decidieron unirse en grupos. De esa manera se abrigarían y protegerían entre sí, pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos, los que justo ofrecían más calor. Por lo tanto decidieron alejarse unos de otros y empezaron a morir congelados.
            Así que tuvieron que hacer una elección, o aceptaban las espinas de sus compañeros o desaparecían de la Tierra. Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. De esa forma aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con una persona muy cercana puede ocasionar, ya que lo más importante es el calor del otro.
 De esa forma pudieron sobrevivir.
Moraleja de la historia
La mejor relación no es aquella que une a personas perfectas, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con los defectos de los demás y admirar sus cualidades.
En definitiva, la vida es un “pacto entre caballeros”……..