A veces la vorágine en la que vivimos, los compromisos sociales, las
necesidades ficticias que nos creamos, deja paso a ese breve espacio en el que
no estás. Ese efímero momento, que desearíamos que fuera eterno, y que no es más
que un paréntesis en nuestra alocada existencia, nos permite sentarnos en
silencio para pensarla a gritos. Son esos momentos en los que nos sentimos
desnudos de sentimientos, de pasión, de ternura, de afecto. En ese instante, la
prefiero compartida….
Cuando la soledad nos acompaña y
se alía con nosotros; cuando decide ser nuestra inseparable compañera; cuando
prefiere quedarse a dormir; cuando se convierte en nuestra inherente aliada. En
ese momento, la prefiero compartida…
Y comienza el proceso de creación. Nos fijamos en los restos de humedad;
en la silueta que, en la cama, nos recuerda su promesa de llenar el breve
espacio en que no está; nos trasformamos en el trágico artista nietzscheano que
desea dibujar verbos para conjugarlos en su cuerpo violento y tierno. En esa
circunstancia, la prefiero compartida…
Ese breve instante, duró una eternidad. Y como todo lo “eterno”, se
acabó. Y salí a pasear. Y mientras el aire fresco y húmedo rejuvenecía mi cara,
mi vida se llenó de felicidad, mi ser se colmó de dicha, mi soledad se saturó de
satisfacción. En ese instante me fijé que mi cuerpo tenía dos sombras, la mía y
la de tus recuerdos. Y, cobarde, omití preguntarme y preguntarte, ¿te quedarás? para no escuchar la respuesta de
un “jamás”. En esa coyuntura, te prefiero compartida…
En esas estaba cuando me tropecé con mis amigos Pablo, Silvio y Joaquín
que también paseaban. Con unas miradas no sincronizamos y después de saludarnos,
nos echamos las manos por encima de los hombros y nos dirigimos al Bar de los
Mal Amados para “portarnos mal, haciéndolo bien”. Y nos dieron las diez y las
once, las doce y la una, las dos y las tres….
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