sábado, 2 de mayo de 2015

LA FELICIDAD


Sentado en la arena miraba el azul del mar y los aprendices de olas que mansamente llegaban a la orilla con su cresta salina. El sol describía caminos iridiscentes  que se perdían en el infinito. La arena, entre amarilla y negra, veteada, mostraba las huellas de los bañistas y marcaba la última ola en arribar a la playa. Las nubes brillaban por su ausencia. Eolo se paseaba magnífico por la ensenada permitiendo que varios aficionados al windsurf y al Kitesurf, mostraran sus habilidades y llenaran de colores el cielo y el mar adentro. A su lado, varios niños y niñas jugaban despreocupados a construir un dique que impidiera que el mar les reclamara su porción de playa: el trajín era enorme. Organizados como abejas se repartían el arduo trabajo de luchar contra la mar: unas se afanaban en amontonar arena, otros en traer agua en los cubos que llenaban en la orilla del mar y llegaban casi vacios por la premura con la que acudían, algunos amasaban la arena con la escasa agua que escanciaban de los cubos con motivos marinos y, en el centro, cual reina del enjambre, la mayor del grupo, daba órdenes sin cesar y dirigía aquel grupito de niños y niñas que se lo estaban pasando pipa, mientras se tostaban al sol y cogían ese saludable color moreno tan apetecido por estas islas.

Junto al grupo, aunque pasando de ellos, sus padres y madres conversaban de cosas mil; que si el peinado le quedaba mono y el color estaba muy logrado con su cara; que si el bañador era una preciosidad y le resaltaba la figura; que menos mal a estos momentos en que nos podemos olvidar del trabajo en la oficina; que  mañana juegan los equipos de varios del grupo y las apuestas iban in crescendo, que……Lo cierto es que se divertían como niños y niñas. Cada grupo con sus cosas, con sus cosas de niños y niñas, aunque ajenos los niños grandes a las niñas pequeñas. No faltaban los adolescentes preocupados por su look: cuidándose el bañador, fijándose las gafas, caminando como si estuviesen en una pasarela y todo el mundo los estuvieran  mirando mientras se acercan a la orilla a refrescarse un poco su insolente cuerpo joven, oteando de manera displicente el panorama en busca de una chica o chico en el que fijarse, y  todo ello, mientras juegan en grupo a no sé qué juego de cartas,

Un grupo de la tercera edad, llegados en tropel, invadió el poco espacio que quedaba y colonizaron la primera línea de playa. Comenzaron a hacer unos ejercicios de estiramiento que mas parecían un juego que otra cosa y, entre risas y comentarios de los más variados, lograron que el resto de los moradores de la cala se fijaran en ellos y ellas: unos, los más pequeños, porque les cerraban el paso hacia el mar para recoger el agua y les rompieron, al pasar, parte del muro de contención que tan arduamente estaban construyendo; otros, las mayores, porque sintieron la llamada inexorable del tiempo y comentaban jocosamente aquello de qué poco nos queda para vernos así, rompiendo en histéricas carcajadas que no hacían sino refrendar el temor que tenían a la senectud; los adolescentes los castigaron con el látigo de la indiferencia tan típico de la juventud en que se creen poderosos y piensan que esa edad nunca le llegará.

Mientras todo esto sucedía a su alrededor y como quiera que Helios insistía en atravesar los cielos rumbo al océano que circunda la tierra calentando a su paso el aire y el ambiente marino, decidió refrescarse con un baño en las agradables y tentadoras aguas de la ensenada. Atravesó con sumo cuidado el infantil dique de contención, se alejó con agrado de las conversaciones de los mayores, soslayo al grupo de la tercera edad y algunos comentarios atrevidos que le brindaron y se zambullo en las apetecibles aguas que le parecieron el mayor placer que imaginarse pueda. Nadó, se sumergió, flotó sobre las aguas y se dejó mecer por la corriente. Como nuevo, refrescado por el baño y tonificado por la sal marina, se disponía a salir del mar cuando descubre, a su lado, a la diosa más hermosa del firmamento Olímpico: si no era Afrodita, se le parecía en exceso. Aquella mujer de cuerpo esbelto, pelo castaño, bikini rojo y pechos exuberantes era la personificación del amor y la sexualidad y representaba, como Afrodita, la fogosidad de las mujeres. Se obnubiló al verla, se trastabillo y dio con su cuerpo sobre la aparición marina. Se recompuso como pudo y le pidió perdón avergonzado por su torpe comportamiento. Ella le dedicó una sonrisa tan casta y le dijo tan cándidamente que no pasaba nada, que  mientras se alejaba nadando con tanta gracia y naturalidad, a él le pareció que en lugar de Afrodita, aquella aparición marina era Artemisa.

Al llegar al sitio que ocupaba en la arena sacudió la toalla y se tumbó al sol para sentir como su piel se secaba, abrazada y acariciada, por los cuidados de Helios. No dejaba de pensar en la chica del bikini rojo. Se incorporó y comenzó a otear el horizonte playero en busca de su Artemisa. Nada. Entre el sol que centelleaba cegador en lo más alto, el gentío que poblaba la playa y el no saber adónde se había ido Afrodita, le fue imposible localizarla. Decidió untarse el cuerpo poniéndose una crema solar con un SPF adaptado a su tipo de piel. Mientras lo hacía, le venía a la mente la imagen de la chica del bikini rojo pero ya no sabía si era Afrodita o Artemisa, o las dos a la vez. De repente, frente a él, saliendo del agua majestuosamente, sacudiendo su cabeza arriba y abajo para secarse su exuberante melena de color castaño, apareció como salida de las profundidades marinas, la chica del bikini rojo. Detrás de ella, su pareja que también salía del agua, la coge de la mano y se van caminando en dirección a la Montaña Roja con la intención de secarse mientras pasean.

Se ríe para sus adentros y recita mentalmente el famoso eslogan de una conocida marca de cerveza, ¡qué suerte vivir aquí! Se pone en pie, recoge su toalla, se viste y se dirige a la ducha más cercana para limpiarse la arena de los pies y encaminarse al Tamboril, un establecimiento al pie de la avenida de la playa para tomarse una jarrita bien fría de cerveza con unos camarones. Mientras disfruta del inigualable manjar se le agolpan en la cabeza las imágenes de la chica del bikini rojo que por unos momentos le hicieron feliz pensando en ella y le vienen a la mente diferentes frases, hechos y ocasiones en las que se ha querido dejar patente un momento de felicidad. La Bíblica, qué bien se está aquí, Señor, hagamos tres tiendas; la solidaria, hay más felicidad en dar que en recibir; la de autoayuda, la felicidad es estar satisfecho contigo mismo;  la del utópico, la felicidad es un estado pasajero de locura; la del existencialista, la vida no es feliz, sólo tiene momentos felices. En ello estaba pensando cuando se  da cuenta que no le quedan camarones que comer ni cerveza que beber. Llama a la camarera, paga la cuenta y se mete en sus cholas para pasear por la avenida. Y es entonces cuando entiende y comprende la auténtica felicidad, cuando se da cuenta que la vida es mejor en cholas……..


No hay comentarios:

Publicar un comentario