domingo, 1 de marzo de 2020

SIMETRÍA Y EURITMIA.


Anochecía en La Laguna. Abrió una botella de Pingus 2016, un tinto crianza de color cereza intenso, de aroma complejo con notas especiadas, minerales y de fruta en sazón, envejecido en barricas de roble durante 23 meses. Cogió una copa Borgoña para facilitar que el vino se airee y percibir mejor su intensidad aromática y sus diferentes matices. Se sirvió una copa y la depositó sobre la mesa auxiliar. Del mueble discoteca extrajo el vinilo de la Sinfonía  nº 3 en Fa mayor, Op. 90 de Johannes Brahms, del sello Deutsche Grammophon, interpretada por  la Wiener Philharmoniker y dirigida por Leonard Bernstein. Comenzó a sonar el tema 1,  Allegro con brio –Un poco sostenuto–  Tempo I.

Se acomodó en su confortable sillón Edouard tapizado en piel envejecida con asiento, respaldo y brazos rellenos de espuma de poliuretano de alta resiliencia, y provisto de una innovadora suspensión, mediante correas elásticas, que le proporcionaba un mayor placer. Sustentado por una robusta estructura de madera de abedul con patas torneadas, era su sillón preferido para sentarse a leer. Encendió la lámpara de pié Tiffany de 16 pulgadas con diseño barroco de vidrio hecha a mano con un diseño colorido,  que suministraba una iluminación romántica y suave. Se acercó la copa y la miró de abajo a arriba, inclinándola hasta dejarla casi horizontal; luego,  de arriba abajo, con el fin de verlo claramente, para examinar el color, la anchura y los matices del borde o ribete del vino. A continuación, giró el vino y acercó la copa a la nariz para distinguir y apreciar el aroma y el buqué, alternando entre inhalaciones largas y profundas así como cortas y vigorosas. Acercó la copa a la boca y tomó un sorbo  de vino que le evocó sabores a frutos rojos como cerezas, grosellas y moras, que luego evolucionaron a matices minerales o especiados, propiciando un cuerpo, astringencia y  textura de sabor muy agradable.

Satisfecho, cogió el libro que estaba leyendo y lo abrió por la página que había dejado el día anterior. Era, Historia de seis ideas, de Wladyslaw Tatarkiewicz., un esteta polaco, cofundador de la Escuela Filosófica de Lvov-Varsovia. El libro es una historia de la estética planteada como una historia de los problemas estéticos, sus conceptos y sus teorías, desde la concepción del pluralismo estético: los valores estéticos son muchos y distintos, y en cada etapa histórica las obras han resaltado una serie de valores diferentes, estos no son ni subjetivos ni relativos, son simplemente numerosos y no pueden reducirse a un patrón. Estaba leyendo la comparación que hacía el autor del concepto de belleza entre los griegos –en la época arcaica y en la clásica–, y el pensamiento moderno: el punto de vista estético y el creativo del que carecían los griegos. Se quedó pensando en ello mientras degustaba un trago de vino tras realizar la misma liturgia del experto catador de vinos.

—Bzzz, bzzz, bzzz… Comenzó a sonar el Whatsapp repetidamente. Le habían entrado unos cuantos mensajes.

Depositó la copa sobre la mesa auxiliar y cogió el móvil para leerlos. Introdujo la clave de desbloqueo y vio 8 mensajes de su amigo Adriano. ¡Siempre dejaba 8 mensajes! Decía que el número 8 es el infinito puesto de pie:

—¡Hola! ¿Cómo estás? –y puso un emoticón con cara de pensamiento.

—¡Por fin he conseguido lo que estaba buscando!

—(Aparecieron ocho emoticones de bailarinas)

—Un amigo la vio en un anticuario de la calle Belén.

—Como puedes suponer me personé inmediatamente y me quedé prendado de ella.

—¡Desde que la vi, supe que era la que estaba buscando! –Volvieron las ocho bailarinas.

—Te mando una foto para que me digas tu opinión.

—Ahí la tienes. –Y envió una foto del busto de Antinoo que había adquirido en un anticuario de Madrid.

Realmente era un busto que recordaba la extraordinaria belleza de Antinoo, el adolescente que había conquistado a su Emperador. Y que su muerte prematura, ahogado en el río Nilo por causas que se desconocen, habían enaltecido su belleza y el amor que se profesaron. En Memorias de Adriano, Yourcenar narra el trágico episodio con las siguientes palabras: «Aquel cuerpo tan dócil se negaba a dejarse calentar, a revivir. Lo transportamos a bordo. Todo se venía abajo; todo pareció apagarse». Muchos de los retratos que se hicieron de él se han conservado hasta nuestros días. Desde el Renacimiento, Antínoo ha sido muy representado en el arte, especialmente en la escultura. El busto que había adquirido era una copia del que se encontraba en la Villa Adriana, en Tívoli, y estaba realizado en mármol reconstituido –polvo de mármol con resina sintética– sobre base de madera.

Brahms, de la mano de la magistral batuta de Bernstein, seguía deleitándolo con su melodía. Comenzaba el segundo movimiento, Andante, cuya serenidad lo estimulaba, aún más, a contemplar la belleza de Antínoo en la foto del busto que su amigo  le acababa de mandar por Whatsapp. Amplió la imagen y pudo comprobar los rasgos  prácticamente perfectos de la escultura. Recordaba que su temprana muerte y su belleza lo habían enaltecido identificándolo con  el ideal de belleza clásica. Evocaba las palabras de Adriano en su lecho de muerte –tal vez añorando a su muy querido Antínoo– que tanto le habían emocionado cuando lo leyó por primera vez en la Historia Augusta:

Animula, vagula, blandula                          Pequeña alma, blanda, errante
Hospes comesque corporis                         Huésped y amiga del cuerpo
Quae nunc abibis in loca                           ¿Dónde morarás ahora
Pallidula, rigida, nudula,                          Pálida, rígida, desnuda
Nec, ut soles, dabis iocos...                        Incapaz de jugar como antes...?
Se sirvió una nueva copa, y mientras esperaba que se aireara, pensó que había sido una excelente idea descorchar la botella de Pingus 2016. No se le ocurría una mejor oportunidad para degustar tan excelente caldo. Comenzaba a sonar el tercer movimiento, poco allegretto, en 3/8, que lo sorprendió sobremanera por ese carácter melancólico que antecede a las lágrimas cuando se piensa en el amor no correspondido. Con el alma embargada, saboreó un trago de aquel elixir de los dioses que lejos de reconfortarlo, lo sumió en un estado de arrobamiento místico mientras miraba extasiado el busto de Antínoo, quedando prendado de sus correctas facciones de anchos pómulos, de sus soñadores ojos, sus turgentes y  sensuales labios, su cabello ondulado y su cabeza ligeramente inclinada, que le aumentaba la sensación de melancolía. 

—¡Holi! ¡Felicidades! –le contestó a su amigo, agregando unas manos aplaudiendo que denotaban la aprobación por la compra.

—¡Por fin lo conseguiste! –y lo enfatizó con un emoticón de Bíceps tenso.

—El Busto es fantástico. Realmente me ha impresionado lo logrado que está. ¿El tacto lo acompaña? –y agrega unas caras pensativas con una mano apoyada en la barbilla.

—¡Espero verlo en persona y disfrutarlo contigo! –añadiendo varias caras que daban un beso con ojos sonrientes expresando: «Te mando un beso y un abrazo». 

A continuación apagó el móvil. Había respondido a su amigo y lo había felicitado por la adquisición. Pero no quería entablar una conversación. El ambiente que había creado la música de Brahms, la embriaguez que propiciaba el vino y la mística que favorecía la visión del busto de Antínoo, lo habían sumido en una melancolía que le impedía seguir hablando. Y no porque no quisiera hablar con él –que le tenía soledad–, sino porque necesitaba asimilar el torbellino de sentimientos que le había provocado el busto del joven efebo. Se recostó sobre el sillón con la copa en la mano derecha para beber a sorbos lentos y espaciados mientras, con la vista perdida, exprimía ese momento de soledad acompañada que estaba experimentando.

Después de una eternidad que duró un ratito, se incorporó, volvió a rellenar la copa, se recompuso y cogió el libro para continuar con la lectura. «Bello significaba, casi siempre, “digno de reconocimiento” o “meritorio”, sólo una sutil sombra de significado lo separaba del “bien”. Platón incluyo en él a “la belleza moral” –una característica del carácter que nosotros excluimos escrupulosamente de las cualidades estéticas–. Aristóteles definió la belleza como “aquello que es bueno y por tanto agradable”. Este concepto de belleza no podía servir naturalmente como el vínculo que uniera las artes». Mientras leía a Tatarkiewicz, no paraba de pensar en Antínoo. Aunque el busto es de la primera mitad del siglo II d.C., repite los cánones de la primera etapa del clasicismo griego. Es evidente, que la fusión entre elementos del clasicismo y de la escultura de la época de Adriano, intenta conjugar el ideal de la belleza juvenil en el retrato clasicista  con detalles naturalistas asociados a los verdaderos rasgos del difunto. Antínoo representaba una muestra particularmente clásica de la escultura de la Antigüedad.

El estado de excitación en el que se encontraba se fue calmando a medida que el cuarto movimiento, Allegro alla breve, comenzaba a sonar y retomaba en pianísimo el tema de apertura de la sinfonía. Calmado el espíritu, calmó la sed  con un generoso trago de vino. Afirmaba  Tatarkiewicz que los artistas griegos se dividieron, a lo largo de la historia, en dos grupos: los partidarios de la simetría, y los de la euritmia. La simetría tiene que ver con las proporciones que existen en el arte, aunque «lo que los griegos apreciaban de la proporción no era el orden que se “observaba”, sino el que se “conocía”: éste apelaba al intelecto y no a los sentidos». Era un concepto más preocupado por las matemáticas y la metafísica que por la estética.  Claramente –pensó mirando la foto del busto–, no es la proporción griega basada en las ideas platónicas, en el reconocimiento de la esencia divina de las cosas, lo que me fascina del busto de  Antínoo. ¡No me seduce su divinidad, me embelesa su belleza!

La euritmia, en cambio, «significaba el orden sensual, visual o acústico» como lo había afirmado Vitrubio en su De architectura. Así, la euritmia actúa directamente sobre los sentidos y hace referencia, no a la belleza absoluta, divina, cósmica y suprasensorial –como la simetría–, sino a la belleza del ojo o el oído: actúa directamente sobre los sentidos perceptivos. Lo eurítmico establecía las relaciones que son hermosas a los sentidos. De esta manera, la euritmia es la sensación que causa el objeto a nuestros sentidos, su elegancia y belleza. Es el concepto de armonía subjetiva, donde la belleza no dependería de las cosas en sí mismas, sino de cómo es percibida por el sujeto. Desde éste punto de vista –se dijo–, no cabía ninguna duda: ¡la fascinación por Antínoo era una seducción eurítmica! El busto  que su amigo había adquirido cumplía perfectamente con algunas de las variedades de la belleza: ornamento –embellecería su despacho; atracción –sería el centro de sus miradas por su dignidad, atracción y elegancia–; gracia –personificaba la belleza y la finura–; sutileza –capaz de hacernos disfrutar de su encanto–; sublimidad –por su capacidad para elevar el espíritu y entusiasmarnos con las emociones.

Se sirvió una copa de su apreciado Ribera y comprobó, apenado, que era la última. Mientras la levantaba para examinar el color, la anchura y los matices del borde, sintió que, esa buena disposición y armonía existente entre las diversas partes de una obra de arte, esa euritmia, lo invadía en todos y cada uno de sus sentidos: la vista del busto de Antínoo –con sus anchos pómulos, sus soñadores ojos, sus turgentes y  sensuales labios, su cabello ondulado–; el oído – con la Sinfonía  nº 3 en Fa mayor, Op. 90 de Johannes Brahms–; el gusto y el olfato –con su tinto de gran complejidad de aromas y fino en boca con un equilibrio perfecto entre la viveza de la fruta y el afinamiento de la madera–. Se recostó en el sillón y comenzó a disfrutar de ese momento maravilloso de inmenso placer donde el pensamiento, la visión, la audición, el olfato, el gusto, todo tu ser  se pone de acuerdo para ofrecerte ese estado de arrobamiento místico donde el cuerpo está como muerto, sumido en la más absoluta impotencia de obrar, pero disfrutando de las relaciones hermosas de la euritmia, ahíto de complacencia, de satisfacción y de placer.


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