Anochecía
en La Laguna. Abrió una botella de Pingus 2016, un tinto crianza de color
cereza intenso, de aroma complejo con notas especiadas, minerales y de fruta en
sazón, envejecido en barricas de roble durante 23 meses. Cogió una copa Borgoña para facilitar que el vino se
airee y percibir mejor su intensidad aromática y sus diferentes matices. Se
sirvió una copa y la depositó sobre la mesa auxiliar. Del mueble discoteca
extrajo el vinilo de la Sinfonía nº 3 en
Fa mayor, Op. 90 de Johannes Brahms, del sello Deutsche Grammophon, interpretada
por la Wiener Philharmoniker y dirigida
por Leonard Bernstein. Comenzó a sonar el tema 1, Allegro con brio –Un
poco sostenuto– Tempo I.
Se
acomodó en su confortable sillón Edouard tapizado en piel envejecida con asiento, respaldo y brazos rellenos de
espuma de poliuretano de alta
resiliencia, y provisto de una innovadora suspensión, mediante correas
elásticas, que le proporcionaba un mayor placer. Sustentado por una robusta estructura
de madera de abedul con patas torneadas, era su sillón preferido para
sentarse a leer. Encendió la lámpara de pié Tiffany de 16 pulgadas con
diseño barroco de vidrio hecha a mano con un diseño colorido, que suministraba una iluminación romántica y
suave. Se acercó la copa y la miró de abajo a arriba, inclinándola hasta
dejarla casi horizontal; luego, de
arriba abajo, con el fin de verlo claramente, para examinar el color, la
anchura y los matices del borde o ribete del vino. A continuación, giró el vino
y acercó la copa a la nariz para distinguir y apreciar el aroma y el buqué,
alternando entre inhalaciones largas y profundas así como cortas y vigorosas.
Acercó la copa a la boca y tomó un sorbo
de vino que le evocó sabores a frutos rojos como cerezas, grosellas y
moras, que luego evolucionaron a matices minerales o especiados, propiciando un
cuerpo, astringencia y textura de sabor
muy agradable.
Satisfecho,
cogió el libro que estaba leyendo y lo abrió por la página que había dejado el
día anterior. Era, Historia de seis ideas,
de Wladyslaw Tatarkiewicz., un esteta polaco, cofundador de la Escuela
Filosófica de Lvov-Varsovia. El libro es una historia de la estética planteada
como una historia de los problemas estéticos, sus conceptos y sus teorías,
desde la concepción del pluralismo estético: los valores estéticos son muchos y
distintos, y en cada etapa histórica las obras han resaltado una serie de
valores diferentes, estos no son ni subjetivos ni relativos, son simplemente
numerosos y no pueden reducirse a un patrón. Estaba leyendo la comparación que
hacía el autor del concepto de belleza entre los griegos –en la época arcaica y
en la clásica–, y el pensamiento moderno: el punto de vista estético y el
creativo del que carecían los griegos. Se quedó pensando en ello mientras
degustaba un trago de vino tras realizar la misma liturgia del experto catador
de vinos.
—Bzzz,
bzzz, bzzz… Comenzó a sonar el Whatsapp repetidamente. Le habían entrado unos
cuantos mensajes.
Depositó
la copa sobre la mesa auxiliar y cogió el móvil para leerlos. Introdujo la
clave de desbloqueo y vio 8 mensajes de su amigo Adriano. ¡Siempre dejaba 8
mensajes! Decía que el número 8 es el infinito puesto de pie: ∞
—¡Hola!
¿Cómo estás? –y puso un emoticón con cara de pensamiento.
—¡Por
fin he conseguido lo que estaba buscando!
—(Aparecieron
ocho emoticones de bailarinas)
—Un
amigo la vio en un anticuario de la calle Belén.
—Como
puedes suponer me personé inmediatamente y me quedé prendado de ella.
—¡Desde
que la vi, supe que era la que estaba buscando! –Volvieron las ocho bailarinas.
—Te
mando una foto para que me digas tu opinión.
—Ahí
la tienes. –Y envió una foto del busto de Antinoo que había adquirido en un
anticuario de Madrid.
Realmente
era un busto que recordaba la extraordinaria belleza de Antinoo, el adolescente
que había conquistado a su Emperador. Y que su muerte prematura, ahogado en el
río Nilo por causas que se desconocen, habían enaltecido su belleza y el amor
que se profesaron. En Memorias de Adriano, Yourcenar narra el
trágico episodio con las siguientes palabras: «Aquel cuerpo tan dócil se negaba
a dejarse calentar, a revivir. Lo transportamos a bordo. Todo se venía abajo;
todo pareció apagarse». Muchos de los retratos que se hicieron de él se han
conservado hasta nuestros días. Desde el Renacimiento, Antínoo ha sido muy
representado en el arte, especialmente en la escultura. El busto que había
adquirido era una copia del que se encontraba en la Villa Adriana,
en Tívoli, y estaba realizado en mármol reconstituido –polvo de mármol con
resina sintética– sobre base de madera.
Brahms,
de la mano de la magistral batuta de Bernstein, seguía deleitándolo con su
melodía. Comenzaba el segundo movimiento, Andante, cuya serenidad lo estimulaba,
aún más, a contemplar la belleza de Antínoo en la foto del busto que su
amigo le acababa de mandar por Whatsapp.
Amplió la imagen y pudo comprobar los rasgos
prácticamente perfectos de la escultura. Recordaba que su temprana
muerte y su belleza lo habían enaltecido identificándolo con el ideal de belleza clásica. Evocaba las
palabras de Adriano en su lecho de muerte –tal vez añorando a su muy querido
Antínoo– que tanto le habían emocionado cuando lo leyó por primera vez en la Historia Augusta:
Animula,
vagula, blandula Pequeña alma, blanda,
errante
Hospes comesque corporis Huésped y amiga del cuerpo
Quae nunc abibis in loca ¿Dónde morarás ahora
Pallidula, rigida, nudula, Pálida, rígida, desnuda
Nec, ut soles, dabis iocos... Incapaz de jugar como antes...?
Hospes comesque corporis Huésped y amiga del cuerpo
Quae nunc abibis in loca ¿Dónde morarás ahora
Pallidula, rigida, nudula, Pálida, rígida, desnuda
Nec, ut soles, dabis iocos... Incapaz de jugar como antes...?
Se
sirvió una nueva copa, y mientras esperaba que se aireara, pensó que había sido
una excelente idea descorchar la botella de Pingus 2016. No se le ocurría una
mejor oportunidad para degustar tan excelente caldo. Comenzaba a sonar el
tercer movimiento, poco allegretto, en 3/8, que lo sorprendió sobremanera por ese
carácter melancólico que antecede a las lágrimas cuando se piensa en el amor no
correspondido. Con el alma embargada, saboreó un trago de aquel elixir de los
dioses que lejos de reconfortarlo, lo sumió en un estado de arrobamiento
místico mientras miraba extasiado el busto de Antínoo, quedando prendado de sus
correctas facciones de anchos pómulos, de sus soñadores ojos, sus turgentes y sensuales labios, su cabello ondulado y su cabeza
ligeramente inclinada, que le aumentaba la sensación de melancolía.
—¡Holi!
¡Felicidades! –le contestó a su amigo, agregando unas manos aplaudiendo que
denotaban la aprobación por la compra.
—¡Por
fin lo conseguiste! –y lo enfatizó con un emoticón de Bíceps tenso.
—El
Busto es fantástico. Realmente me ha impresionado lo logrado que está. ¿El
tacto lo acompaña? –y agrega unas caras pensativas con una mano apoyada en la
barbilla.
—¡Espero
verlo en persona y disfrutarlo contigo! –añadiendo varias caras que daban un beso con ojos sonrientes
expresando: «Te mando un beso y un abrazo».
A continuación apagó el móvil. Había respondido a su
amigo y lo había felicitado por la adquisición. Pero no quería entablar una
conversación. El ambiente que había creado la música de Brahms, la embriaguez que propiciaba el vino y la
mística que favorecía la visión del busto de Antínoo, lo habían sumido en una
melancolía que le impedía seguir hablando. Y no porque no quisiera hablar con
él –que le tenía soledad–, sino porque necesitaba asimilar el torbellino de
sentimientos que le había provocado el busto del joven efebo. Se recostó sobre
el sillón con la copa en la mano derecha para beber a sorbos lentos y
espaciados mientras, con la vista perdida, exprimía ese momento de soledad
acompañada que estaba experimentando.
Después
de una eternidad que duró un ratito, se incorporó, volvió a rellenar la copa,
se recompuso y cogió el libro para continuar con la lectura. «Bello
significaba, casi siempre, “digno de reconocimiento” o “meritorio”, sólo una
sutil sombra de significado lo separaba del “bien”. Platón incluyo en él a “la
belleza moral” –una característica del carácter que nosotros excluimos escrupulosamente
de las cualidades estéticas–. Aristóteles definió la belleza como “aquello que
es bueno y por tanto agradable”. Este concepto de belleza no podía servir
naturalmente como el vínculo que uniera las artes». Mientras leía a
Tatarkiewicz, no paraba de pensar en Antínoo. Aunque el busto es de la primera
mitad del siglo II d.C., repite los cánones de la primera etapa del clasicismo
griego. Es evidente, que la fusión entre elementos del clasicismo y de la
escultura de la época de Adriano, intenta conjugar el ideal de la belleza
juvenil en el retrato clasicista con detalles
naturalistas asociados a los verdaderos rasgos del difunto. Antínoo
representaba una muestra particularmente clásica de la escultura de la
Antigüedad.
El
estado de excitación en el que se encontraba se fue calmando a medida que el
cuarto movimiento, Allegro alla breve, comenzaba a sonar y retomaba en
pianísimo el tema de apertura de la sinfonía. Calmado el espíritu, calmó la sed
con un generoso trago de vino. Afirmaba Tatarkiewicz que los artistas griegos se
dividieron, a lo largo de la historia, en dos grupos: los partidarios de la simetría, y los de la euritmia. La simetría tiene que ver con
las proporciones que existen en el arte, aunque «lo que los griegos apreciaban
de la proporción no era el orden que se “observaba”, sino el que se “conocía”:
éste apelaba al intelecto y no a los sentidos». Era un concepto más preocupado
por las matemáticas y la metafísica que por la estética. Claramente –pensó mirando la foto del busto–,
no es la proporción griega basada en las ideas platónicas, en el reconocimiento
de la esencia divina de las cosas, lo que me fascina del busto de Antínoo. ¡No me seduce su divinidad, me
embelesa su belleza!
La
euritmia, en cambio, «significaba el orden sensual, visual o acústico» como lo
había afirmado Vitrubio en su De
architectura. Así, la euritmia actúa directamente sobre los sentidos y hace
referencia, no a la belleza absoluta, divina, cósmica y suprasensorial –como la
simetría–, sino a la belleza del ojo o el oído: actúa directamente sobre los
sentidos perceptivos. Lo eurítmico
establecía las relaciones que son hermosas a los sentidos. De esta manera, la euritmia
es la sensación que causa el objeto a nuestros sentidos, su elegancia y
belleza. Es el concepto de armonía subjetiva, donde la belleza no dependería de
las cosas en sí mismas, sino de cómo es percibida por el sujeto. Desde éste
punto de vista –se dijo–, no cabía ninguna duda: ¡la fascinación por Antínoo
era una seducción eurítmica! El busto
que su amigo había adquirido cumplía perfectamente con algunas de las
variedades de la belleza: ornamento –embellecería su despacho; atracción –sería
el centro de sus miradas por su dignidad, atracción y elegancia–; gracia
–personificaba la belleza y la finura–; sutileza –capaz de hacernos disfrutar
de su encanto–; sublimidad –por su capacidad para elevar el espíritu y
entusiasmarnos con las emociones.
Se
sirvió una copa de su apreciado Ribera y comprobó, apenado, que era la última.
Mientras la levantaba para examinar el color, la anchura y los matices del
borde, sintió que, esa buena disposición y armonía existente entre las diversas
partes de una obra de arte, esa euritmia, lo invadía en todos y cada uno de sus
sentidos: la vista del busto de Antínoo –con sus anchos pómulos, sus soñadores
ojos, sus turgentes y sensuales labios, su
cabello ondulado–; el oído – con la Sinfonía
nº 3 en Fa mayor, Op. 90 de Johannes Brahms–; el gusto y el olfato –con su
tinto de gran complejidad de aromas y fino en boca con un equilibrio perfecto
entre la viveza de la fruta y el afinamiento de la madera–. Se recostó en el
sillón y comenzó a disfrutar de ese momento maravilloso de inmenso placer donde
el pensamiento, la visión, la audición, el olfato, el gusto, todo tu ser se pone de acuerdo para ofrecerte ese estado
de arrobamiento místico donde el cuerpo
está como muerto, sumido en la más absoluta impotencia de obrar, pero disfrutando
de las relaciones hermosas de la euritmia, ahíto de complacencia, de
satisfacción y de placer.
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