Indignado
y perplejo por lo sucedido -está sucediendo- en el Congreso de los Diputados
durante esta mañana, con las intervenciones de la derecha y su escasa
resiliencia y empatía con la situación que estamos viviendo con motivo de la
pandemia del Covid-19, y para no perder la paz y la serenidad que necesitamos
durante este largo periodo de confinamiento, decidí apagar la televisión y
ponerme a ver las noticias que la actualidad nos regala cada día. Descubro que
está a punto de cumplir veinte años la película de Alejandro Amenábar, Los otros, cuyo argumento comienza al
terminar la Segunda Guerra Mundial cuando, Grace, una ferviente católica,
espera sin ningún resultado la vuelta de su marido. Sola en un aislado caserón
victoriano de la isla de Jersey, educa a sus hijos dos hijos, Anne y Nicholas, dentro
de rígidas normas religiosas. Los niños padecen una extraña enfermedad: no
pueden recibir directamente la luz del día. Viven en penumbra, a la luz de las
velas, con puertas y ventanas cerradas.
La
comparación con lo visto y oído por la mañana durante la sesión en el Congreso
de los Diputados no se hizo esperar: esto no es más -pensé- que un pésimo remake
del relato de suspense de hace solo dos décadas, apoyado en una gran sorpresa final que ya
conocemos. Efectivamente, la derecha con ese tufillo de rígidas normas
religiosas -en realidad la religión es otra cosa bien distinta-, con esa
inveterada inmovilidad para adaptarse a las circunstancias, con sus
decimonónicas recetas liberales y con su apelación a resolver las cosas por las
bravas al grito de «Dios, Patria y Rey», se asemejan a Anne y Nicholas que
padecen de fotofobia: no pueden recibir directamente la luz del día y viven en
penumbra, a la luz de las velas, con puertas y ventanas cerradas. Por eso están
tan alejados de la realidad y viven en su mundo de bulos, invenciones y desafortunados
disparates.
Por
suerte, estamos los otros, la
ciudadanía proactiva, solidaria -acabo de interrumpir el escrito para asomarme
a la ventana para aplaudir como todas las tardes-, agradecida con todos los
ciudadanos que están en primera línea -sanitarios, cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado, camioneros, empleados de supermercados, limpiadores,
bomberos,…-; con los que están teletrabajando para que la sociedad no se pare
-profesores, empleados de banca, abogados, empresas de alimentación,
tecnológicas, de reparto, electricidad,…-; y nosotros, la inmensa mayoría, los
confinados, los que estamos en casa cumpliendo con las normas del Gobierno para
vencer al virus con el aislamiento social. En definitiva la España solidaria,
comprometida y responsable que no se siente representada por esos partidos de
la bronca, del bulo y de la arrogancia; por esos partidos que rapiñan un trozo
de poder a costa de la desgracia mundial que padecemos; por esos representantes
que no han entendido que la pandemia no entiende de ideologías: que el gobierno
progresista de España, el de centro de Francia o el de derechas del Reino Unido
-por poner sólo tres ejemplos de nuestro entorno- no lo han podido evitar; por
esa oposición que no ha sabido estar a la altura -como sí han hecho en otros países,
como Portugal- que esta gravísima situación les demanda.
De
manera especial me indigna el uso mezquino que hacen de la situación sanitaria.
Ellos que a lo largo de las últimas décadas se han dedicado a recortar en
sanidad, a privatizar hospitales y servicios sociosanitarios, a precarizar lo
público y a concertar lo privado con pingües beneficios; que han desmantelado
las plantillas de los hospitales y Centros de Salud, incrementando sine die las listas de espera; que han
dejado las naves sin existencias, economizando hasta extremos insospechados el
material sanitario, como se ha puesto ahora en evidencia; que son incapaces de
asumir que, cuando pase la pandemia, se debe reforzar el sistema público
sanitario y aumentar el gasto en reservas estratégicas, alegando que «lo público se financia con lo privado»
Y
me indigna especialmente cuando se apropian del heroísmo de los sanitarios
usándolos como punta de lanza contra el gobierno por la precariedad con que
están trabajando. Ellos, que son los responsables de dicha precariedad. Y sí,
son héroes. Aunque ellos prefieren llamarse profesionales. ¡Profesionales como
la copa de un pino! Y me indigna que jueguen con su profesionalidad y con los
sentimientos de sus familias que cada día los esperan con el corazón en un puño
y los brazos abiertos resistiéndose a cerrarlos para abrazarlos por guardar la
distancia social. Y me indigna que utilicen tanta profesionalidad, tanta
empatía, tanta solidaridad, tanta resiliencia, tanto desgaste emocional por un
puñado -creen ellos- de votos.
Y
me indigna porque lo vivo en carne propia. Hace unos días mi hija me envió un Whatsapp
con un selfie de su cara y un pie de foto que decía, «post Epi…» Acababa de quitarse
el equipo de protección individual, después de dos horas viendo pacientes con
Covid, y la cara era un poema: la marca de las gafas quedaban perfectamente
remarcadas en su frente y en sus párpados
con tanta virulencia como si la hubieran marcado a fuego; en la nariz, la
sujeción de la mascarilla FPP2, había dejado un rastro implacable de sujeción
como si la hubieran adherido con un potente pegamento, y al despegarla, hubiera dejado su copyright; el resto de la
cara, lleno de sarpullidos por el calor y la extrema protección del equipo. Mi
primera reacción fue, simultáneamente, un pensamiento y una emoción: ¡mi niña! Y unas
ganas locas de llorar. Seguido de un sentimiento de orgullo y preocupación:
orgullo por que los pulgares de sus manos estaban hacia arriba; preocupación
por la falta de medios para enfrentarse al virus. Y además, esa tarde tenía que
quedarse con sus pacientes de Onco; y ayer estuvo de guardia hasta hoy a las
nueve; y mañana -viernes Santo- tiene que volver a trabajar por que los equipos
Covid trabajan jueves y viernes Santo; y el sábado está nuevamente de guardia…
Y
me indigna porque, inmediatamente sonó otro Whatsapp de su madre, que trabaja en la
Farmacia del HUC, diciéndole «Ánimo campeona. ¡Cuídate mucho!» Seguro que por
su cabeza pasaron otros sentimientos de madre. Pero una vez más salió a relucir
la profesionalidad. Ésta vez la del Equipazo de Enfermeras de Farmacia que
se están dejando el lomo elaborando a
destajo soluciones hidroalcohólicas para todos los servicios; que están sacando
adelante su trabajo rutinario de parenterales, envasado de medicamentos,
unidosis y preparación personalizada de tratamientos para los pacientes
hospitalizados; que están triplicando el trabajo de elaboración de los tratamientos
para los pacientes extrahospitalarios para que no tengan que venir con tanta
frecuencia a recogerlos a la farmacia, sino una vez al mes. ¡Y todo eso en el
mismo periodo de tiempo laboral que antes del covid-19!
Afortunadamente,
señores de la derecha desleal, la ciudadanía sí sabe estar en su sitio;
afortunadamente, señores de la derecha intrigante, los sanitarios sí saben
actuar como profesionales; afortunadamente, señores de la derecha ingrata, las
familias de los profesionales de la sanidad sí saben comportarse con dignidad;
afortunadamente, señores de la derecha desagradecida, insolidaria, casposa y victoriana
existen… los otros.
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