miércoles, 27 de junio de 2018

EL PRIMER AMOR


«La esposa del alguacil se retiró dando un respingo. Le impresionaba que la cautiva fuera de su misma edad. Decían que tenía cuatro hijos. Jamás se le abría ocurrido que resultara tan atractiva. Una mujer inteligente debería ser menos hermosa, sobre todo cuando ha cometido un delito de escándalo. […] En ese momento, la poetisa de Qazvin contemplaba la alberca vacía. La esposa del alguacil observó el bonito peinado que sobresalía del velo. Llevaba unas trenzas cortas entretejidas de un hilillo de cobre que brillaba contra la nieve ya casi disuelta y dos tirabuzones pegados a las mejillas, siguiendo la moda de la época. No tuvo más remedio que reconocer la belleza de su cutis traslúcido y sus cejas encantadoras. Le pareció coqueta por su modo de alisarse los tirabuzones con la punta de los dedos.»

A la sombra de los eucaliptus, recostado sobre el tronco de uno de ellos, leía parsimonioso la novela de la escritora británica de origen iraní, Bahiyyih Nakhjavani, La mujer que leía demasiado. Es una novela sobre la apasionante historia de una mujer, la poetisa de Qazvin, que acabó convirtiéndose en leyenda por sus ideas consideradas subversivas y heréticas. A lo lejos, entre los ruidos del aterrizar y despegar de los aviones, se escuchan las campanadas de la Torre de la Concepción. Es mediodía. El sopor provocado por la hora y el fuerte sol de un día espléndido comienza a hacer estragos. La imaginación, alimentada por las hazañas de la poetisa de Qazvin, lo introduce en el desarrollo de la novela y entabla una historia paralela acerca de vivencias, recuerdos y deseos.

Cuando tenía catorce o quince años, no lo recuerda bien, llegó al Instituto del pueblo una profesora de filosofía muy joven, guapa y extrovertida. Enseguida se fijó en ella y se enamoró a primera vista. A esa edad, los amores son eternos, fieles, monógamos. Sus lindos ojos azules, su pelo rubio rizado, su tez blanca y su sonrisa eterna fueron la puerta de entrada a ese enamoramiento de ensoñación y encanto que acabó por afirmarse con la conversación desenfadada, la agilidad mental y las habilidades sociales de la profesora para con todos sus alumnos y alumnas. Notó, por primera vez, que el corazón, ese músculo pequeñito, le latía más deprisa y de manera diferente cuando estaba en presencia de la profe  o cuando pensaba en ella. ¡Cuántos sentimientos cabían en un músculo tan chico!

Las clases de filosofía eran las mejores. Comenzó a interesarse por los autores que la profe explicaba con una facilidad y sencillez inusual en el gremio. Incluso se apuntó a unos seminarios voluntarios para aprender los rudimentos de la filosofía. Se sentía un filósofo en ciernes con un futuro prometedor. Y todo gracias a la profesora de ojos azules, pelo rubio, tez blanca y sonrisa cautivadora. Nunca la miraba a la cara porque era muy tímido pero no se perdía ninguna de sus explicaciones, de sus demostraciones, de sus interpretaciones: la miraba de hito en hito para saciar el inmenso amor que sentía  por ella. Cuando Mabel, que así se llamaba la profesora, lo requería para una explicación, o lo llamaba a la pizarra, o se dirigía a su pupitre para hablarle personalmente, le entraba tal debilidad y comenzaba a temblarle las piernas de tal manera que a duras penas podía disimularlo.

Al igual que la poetisa de Qazvin, Mabel tenía la costumbre de alisarse los tirabuzones con la punta de los dedos. Si coincidía la mirada de ella con la mirada de él mientras se alisaba los tirabuzones, su pequeño corazón se desbocaba, latía incesantemente y la sangre acudía presurosa a su cara dejando en evidencia que estaba enamorado hasta las trancas. ¡Qué recuerdos! Los sentía tan nítidamente como si hubieran ocurrido ayer. Y eso que Mabel sólo estuvo un curso en el Instituto. Cuando se enteró que el siguiente año no estaría como profesora de filosofía, el mundo se le vino encima. Los días que quedaban para acabar el curso se le fueron volando, las horas de filosofía se le fueron como agua entre las manos, la coincidencia con ella en los pasillos, los recreos, la cafetería, la sala de profesores –a la que acudía con cualquier excusa con tal de verla- se intensificaron en busca de estar el mayor tiempo posible con ella. ¡Incluso se atrevió a dedicarle unos versos de despedida que le entregó en un folio doblado y por el que recibió un abrazo y dos besos en sus enrojecidas mejillas!

Hoy, 35 años después, a la sombra de unos frondosos eucaliptus en la cima de la Mesa Mota y con 33 grados de temperatura, mientras se embelesa con la novela  la mujer que leía demasiado, se sorprende con unos recuerdos tan vívidos, claros y elocuentes que parece que los acaba de vivir. El primer amor no se olvida tan fácilmente, pensaba. ¿Qué pasaría si la volviera a ver? ¿Lo reconocería? ¿Guardaría Mabel el folio con los versos que le dedicó? ¿Sentiría lo mismo por ella? ¿Le volverían a temblar las piernas y a sonrojarse sus mejillas? ¿Estaría casada? Todas estas preguntas le asaltaron sin encontrar respuestas para ellas.

«Suaviza mis bucles enredados cuando estaba viva con aceites olorosos.
Péiname los cabellos tupidos y divídelos ahora para siempre.
Colócame una trenza en el hombre derecho  y la otra en el izquierdo
para atrapar a los ángeles,
pero deja que la tercera caiga por la espalda
y me acaricie la nuca como la mano de una madre.»




domingo, 24 de junio de 2018

NOCHE DE SAN JUAN

Sonaba el video promocional de las fiestas de San Juan de Las Palmas de Gran Canaria mientras subía en el RAV4 a la Mesa Mota con los cristales cerrados para evitar el humo de las hogueras que iluminaban la Vega Lagunera: «…En la noche de San Juan, noche de San Juan Bendito, ni come ni bebe y siempre gordito…» Desde la cima se contempla La Laguna como un gran incensario en el que todas las hogueras, como piedras de carbón incandescente, elevan su humo para purificar las vidas de todos los laguneros y  laguneras, quemando las viejas costumbres, los viejos hábitos, todo lo malo que nos aleja de los demás y comenzar un nuevo solsticio con la ilusión nietzscheana de un niño recién nacido.

La visión de las hogueras, ese fuego heraclitaneo  que siempre está en constante movimiento, me hacia recordar, un año más,  el eterno retorno: esa concepción del mundo donde todo arde para, una vez quemado, volverse a reconstruir y así repetirse una y otra vez como lo representa el Uróboros, simbolizando el esfuerzo eterno, la naturaleza cíclica de las cosas, ese esfuerzo inútil, ya que todo vuelve a repetirse inexorablemente. Entonces caí en la cuenta de la cantidad de hogueras esparcidas por el Archipiélago, de los amigos y amigas que estarían en cada una de ellas, las hogueras en las que he estado, las hogueras en las que quisiera estar, en definitiva, las hogueras que marcan e inician el solsticio del verano recién estrenado.

Las hogueras que en mi infancia saltaba en el Risco de San Nicolás y que ahora se celebran con gran pompa y boato en la Playa de Las Canteras como parte esencial de la conmemoración de la fundación del  Real de San Juan de Las Palmas de Gran Canaria. ¡Cuántos recuerdos de los días precedentes recolectando toda clase de objetos que se pudieran quemar; cuántas horas de guardia para que ningún componente de hogueras vecinas nos pudieran quitar nada; cuánta ilusión por ver crecer y arder la hoguera la noche de San Juan; cuántos amores hallados, perdidos, conquistados y reconquistados como esencia del propio rito! Y suena el video «Antes de salir de casa debo acordarme dejar,  bajo la cama que duermo fruta que esté sin pelar, no sea que me suceda lo que no he de desear, que por algún maleficio tenga que mi amor cambiar…… »

Las hogueras que en Tenerife -en Las Teresitas o en La Punta del Hidalgo, en La Vega o en los Hachitos de Icod- marcaron cada uno de los solsticios pasados con sus historias repetidas una y otra vez como las llamas que las alimentaban: «Noche de San Juan bendito alumbrada por hogueras, ecos de la caracola rodando por las laderas» Así, rodando, resurgiendo una y otra vez del fuego eterno, todas y cada una de esas hogueras marcaron el devenir de mi vida personal, «tres duraznos peladitos bajo la cama has de echar, los quereres de tu novia los duraznos te dirán»  y profesional, «plomo al fuego derretido en el agua lo echarás, con lo figura que forme lo que has de ser te dirá» Y aquí sigo, años tras año, repitiendo, una y otra vez, el mismo rito, a sabiendas de que la naturaleza cíclica de las cosas hace inútil ese esfuerzo, ya que todo vuelve a repetirse inexorablemente.

Las hogueras que, en honor del Señor San Juan Bautista, se encienden en Vallehermoso –Isla de La Gomera- y que alumbran la procesión del Santo mientras que los cantadores y bailadores repiten, una y otra vez, el cadencioso y ancestral Tajaraste o baile del Tambor con sus Chácaras y sus tambores, a la vez que una impresionante exhibición de fuegos artificiales iluminan el cielo con colores variopintos, sonidos explosivos,  imágenes imposibles que cada cual  interpreta según su estado de ánimo, y la reina del paisaje de Vallehermoso, la palmera, que aparece y desaparece fugazmente formando conjuntos que se superponen y que, con cada explosión, se intensifican y se agrandan como queriendo abrazar el Valle desde el cielo. También aquí los amores y desamores forman parte del eterno retorno, de ese abrazo esperado y deseado, añorado y buscado, muchas veces encontrado y otras tantas extraviado,  que durante la mágica noche nos afanamos en buscar y que, en ocasiones, la «alborada mañanera en la noche de San Juan, voz que canta tempranera a tu amor lo alumbrará»

Hogueras de la Isla de La Palma: de Puntagorda y Los Llanos de Aridane, de Tazacorte y Puerto Naos. «La bruja por esta noche no tendrá en qué cabalgar, que le quemaron la escoba que barría en el pajar» Hogueras ancestrales que se empeñan en saltar, los chicos y las chicas, para su amor encontrar: amores y desamores que las aguas desvelarán, viejos ritos repetidos cada año una vez más. Y así, el fuego purificador de las hogueras impide que las brujas del desamor anden sueltas posibilitando la búsqueda del placer y del amor, animando a dejar atrás las viejas normas y preceptos apolíneos, explorando las dionisiacas costumbres de las bacantes. «Salten niñas, saltaderas, fuego del señor San Juan, la que no se salte el fuego soltera se quedará»

Eterno retorno en las hogueras de la  Noche de San Juan que tiene su reflejo en la literatura. Madame Bovary de Gustave Flaubert, donde Emma, convertida en la señora Bovary, que tiene unas ideas sobre el matrimonio que no coinciden con las de su marido, sueña con amores imposibles, teniendo amantes diferentes para salir del aburrimiento provocado por la falta de objetivos e intereses en cosas concretas de la vida.  Se ha dicho que el drama de Emma es el abismo entre ilusión y realidad, la distancia entre deseo y cumplimiento;  o La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, donde Tomás que, amando a su esposa, no puede resistir la tentación de acostarse con otras mujeres, reflejando  sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja y Sabina, la amante de Tomás, que siente la levedad en las cosas tras relacionarse con hombres comprometidos, otorgándole a la infidelidad poca o ninguna importancia.







jueves, 21 de junio de 2018

RECUERDOS DE VALLEHERMOSO



Parece que este año la primavera se resiste a dejarnos y el verano no tiene prisa por llegar; parece que las estaciones se han liberado del yugo inexorable del eje imaginario de rotación de la Tierra y su traslación alrededor del Sol; parece que el equinoccio de primavera y el solsticio de verano no quieran sucederse.

Y aquí estoy, bajo un eucaliptus, mirando hacia el oriente, divisando entre nubes a Gran Canaria que, en lontananza, aparece elevada sobre un pedestal casi a la altura de La Mesa Mota. Mientras mi vista se entretiene en fijar el contorno de la silueta de la isla con sus cordilleras y barrancos diferenciándolos por sus claroscuros, mi mente se afana en recordar los años vividos en ella. Y como por arte de magia, comienza a saltar de isla en isla, recordando aquellas en las que ha vivido, convencida que la persona no es de donde nace, sino de donde pace.

Así me descubro pensando en La Gomera, la Isla Colombina, de la que siempre he dicho que detrás de cada curva hay un paisaje nuevo, diferente, distinto, diverso, variopinto y singular; los recuerdos se pelean por salir al presente y porfían por ser los primeros en ser revividos. Y entre todos se abre paso el majestuoso e imponente Roque Cano, una roca de grandes dimensiones, vigía de Vallehermoso y uno de los símbolos del norte de La Gomera. Recuerdo llegar desde la villa en mi panda rojo y, al dejar atrás el maravilloso caserío de Tamargada, contemplar, a la sombra del Roque, la inmensidad de Vallehermoso desde el mirador que lleva su nombre.

Si toda la Gomera es espectacular, Vallehermoso hace honor a su nombre: el Barranco del Valle que lo prolonga hasta el Valle Abajo y lo empuja hacia la playa y el Pescante; el Barranco del Ingenio que lo eleva hasta la Presa de La Encantadora, salpicado de palmeras y abundante vegetación; Los Bellos y Macayo;  Los Chapines, Rosas de las Piedras y Los Loros, que lo configuran como un auténtico Valle Hermoso donde la palmera (Phoenix Canariensis) es la reina del paisaje.

Su Iglesia de estilo neogótico y planta de cruz latina se encuentra en la Plaza de la Inmaculada Concepción; consagrada bajo la advocación de San Juan Bautista, consta de tres naves rectangulares y cinco capillas. La imagen del Cristo del altar mayor fue restaurada en el año 1983 y en su interior se introdujo un pergamino conmemorativo de dicha restauración.

 Y no sólo el paisaje, también el paisanaje es abierto y acogedor. ¡Cuántos días pasé con ellos comentando, compartiendo, cantando y conviviendo!: Sentados a la sombra de los eucaliptus de la Ermita del Carmen; tomando el sol en la playa; embarcado contemplando sus impresionantes  Órganos; guarapeando palmeras en Tazo; haciendo senderismo en Arguamul; bañandonos en la Playa de Alojera o teniendo interminables conversaciones en la Plaza de la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción mientras los niños y niñas jugaban delante de las casas de los maestros; saciando la sed en los Chorros de Epina bebiendo de los caños impares y recordando la leyenda guanche de Gara y Jonay.

Pueblo de gentes trabajadoras, de poetas y músicos, de intelectuales, escritores y cineastas. De Pedro García Cabrera, en el poemario La esperanza me mantiene, aprendí el valor de la utopía, la tenacidad y la necesidad de meter la mano en el agua:
A la mar fui por naranjas
Cosa que la mar no tiene.
Metí la mano en el agua:
La esperanza me mantiene.

Pueblo apegado a las Chácaras y el Tambor  que, con su Tajaraste o baile del tambor, está presente en las principales celebraciones de la Gomera y en las procesiones religiosas no olvida las bandurrias, guitarras, timple y laúd con los que acompañan las isas, malagueñas y folias. Recuerdo una Misa canaria que interpretaban un nutrido grupo de vecinos y vecinas que se acompañaban de un coro de maravillosas voces con las que quiero acabar estos recuerdos, concretamente la despedida de la misa,  que cantaba una encantadora joven de exquisita y dulce voz y que decía así:
La despedida te doy
La despedida cantamos
Y con esta despedida
La paz a todos les damos