Ahora que tu cuerpo
contingente se ha ido nos quedamos con el recuerdo de tu esencia. Desde que
nuestros ancestros se acostumbraron a hacer inventarios, como una forma de
hacer frente a los periodos de escasez, no hemos parado de registrar todo lo
relacionado con nuestras vidas, desperdiciando gran parte de la misma con
taxonomías de cosas materiales, de materias primas, de productos almacenados,
de títulos académicos, de logros deportivos, de cuentas bancarias… Pero eso no
iba contigo. Tú fuiste un verso libre. El balance de tu corta existencia arroja
un saldo extremadamente positivo porque supiste invertir en el único valor
seguro: la amistad.
El niño que conocí con el
pelo alborotado —ni grande ni corto—, de sonrisa transparente y mirada
acogedora, que se lamía las heridas producidas por una caída de bici —tu
querido medio de transporte—, en el patio delantero de tu casa, se convirtió,
pedalada a pedalada, en una persona sensata, tolerante y ecléctica. Yo estaba
en la engreída edad de comerme el mundo cuando, sin darme cuenta, me
fagocitaste con tu inocencia. De pie, sonriente y jubiloso, en la sala de tu
casa, me regalaste —probablemente del almacén de Toño— un juego de destornilladores
de precisión que, cuarenta años después, todavía conservo. No podía imaginar
que era una premonición de tu personalidad: ¡fuiste un cuidadoso relojero de
las relaciones sociales que supo usar, con habilidad exquisita, el don de la
palabra, la convicción y el diálogo como instrumentos de precisión para
cohesionar a las personas!
Tu mirada holista de la
Naturaleza, la que se ejerce con el corazón y la empatía, te llevó a estudiar la
«ciencia que trata de los seres vivos, considerándolos en su doble aspecto
morfológico y fisiológico», sobresaliendo tu pasión por la pardela cenicienta, la
querencia por el Archipiélago Chinijo y la fascinación por el senderismo. Esa
Naturaleza, no la panteísta visión Spinoziana de natura naturata, sino
la presocrática que la entiende como substancia permanente y primordial que se
mantiene a través de los cambios que sufren los seres naturales por sí mismos, fue
el eje de tus creencias y de tu forma de ser y proceder.
Consecuente con tus ideas,
muchas veces antagónicas con las establecidas y con las recibidas por educación,
supiste disfrutar de la vida y contagiarla sin estridencias, sin imposiciones,
con elegancia, a todos los que te rodeaban. Luchador incansable por la justicia
social, debatías y rebatías con argumentos tan poderosos como respetuosos, con
la cabeza bien amueblada y el alma de Quijote. Tenaz como pocos, nunca te
quejaste de lo que la vida te privó, muy al contrario, te sirvió de acicate
para superarte y dotarte de una segunda naturaleza que llevabas con exquisito
espíritu deportivo.
Descansa en paz, querido
Wito. En esa paz en la que tanto creías. En la paz de la Naturaleza de la que
formamos parte indisociable. Descansa en tu risco de Famara, con tus queridas
pardelas, contemplando tu añorado Archipiélago Chinijo… Y que el polvo de
estrellas del que estamos hechos nos colme de eternidad.